Alfred Döblin. Berlin Alexanderplatz: El ruido de fondo

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Bertold Brecht cantaba así la decadencia de las ciudades: «Bajo nuestras ciudades, cloacas. / En ellas nada y sobre ellas humo. / Vivimos allí. Son vidas opacas. / Durarán algún tiempo a lo sumo.» Alfred Döblin (1878-1957) escribe su obra maestra en un tiempo convulso, el período entreguerras, la época tal vez más condenada por la incertidumbre y la inestabilidad que vivió nuestra civilización. Berlin Alexanderplatz (1929) es sin duda un homenaje a la capital alemana, pero también lo es a la ciudad como tal, a la ciudad moderna, con sus proletarios y sus burgueses, sus lugares encantadores y sus bajos fondos, a los bares, los prostíbulos, los negocios y las fábricas, a una ideología política variopinta que circula entre las personas: el socialismo, el capitalismo, el comunismo, el fin de una era, el comienzo de otra desconocida que se iniciará con una nueva guerra mundial.

Alfred Döblin no quiere ser ajeno a la novedad que ofrece la época y la toma en toda su extensión para convertirla en una novela única. Toma el rompimiento de las técnicas narrativas de Joyce y, quizás, de Dos Passos, se alinea con los futuristas en un elogio sin escamoteos por la sociedad industrializada, maquinal y moderna, por la ciencia y las nuevas técnicas, por el poder cada vez más fuerte del periodismo, por la publicidad, y toda esa amalgama de nuevas impresiones las condensa en una genuina fuerza narrativa al servicio de una historia que tendrá a Berlín como telón de fondo, pero que no trata de elogiarla sino de diseccionarla a través de las historias cruzadas de sus habitantes, que son los que realmente forman la ciudad moderna.

Hay también en Berlin Alexanderplatz una acumulación de nuevos recursos narrativos, que van desde el monólogo interior hasta la descarada intervención del autor en la historia que narra. De hecho, Alfred Döblin encabeza los capítulos con un resumen de lo que leeremos a continuación, de modo que poco de lo que nos cuenta en su desarrollo nos va a sorprender. Bastaría leer estas entradillas para saber qué cuenta la novela. Hay un claro distanciamiento del autor respecto a la historia, como si fuera un cronista que se limita a dejar constancia de lo que ha visto. La novela está plagada de canciones populares famosas de la época, prospectos comerciales, anuncios publicitarios que se encuentran en los periódicos o en las calles, noticias del momento. Tampoco es ajeno Döblin a las recientes técnicas cinematográficas, de las que hace abundante uso a través del montaje de las escenas. Y como eje básico para explicar ese palpitar de la ciudad escoge a un pobre hombre, un berlinés más, llamado Franz Biberkopf, en el momento en que sale de la cárcel condenado por un homicidio involuntario y decide retornar a su vida normal en la ciudad y ser honrado. A partir de ese momento, la fatalidad se ensaña con él, y aunque le va económicamente bien y parece encontrar su sitio en Berlín, tendrá que hacer frente a una serie de situaciones cada vez más dramáticas que cambiarán su vida.

Hay un cierto pesimismo en Berlin Alexanderplatz que procede de un punto de vista realista sobre lo que acontece verdaderamente en la vida: no suelen ser los honrados los que triunfan en la gran ciudad, sino que muchas veces el mal es recompensado y aquellos ciudadanos que viven al margen de la Ley pueden vivir mucho más confortablemente que quienes son honestos. En este caso, serán las malas compañías y un particular talante ingenuo los que harán sufrir a Franz Biberkopf. Y, sin duda, también hará sufrir a los lectores, que verán cómo el honrado ciudadano se ve envuelto en unas redes de maldad de las que no puede escapar porque hay seres mucho más listos que él, y sobre todo, mucho más malvados, cuyos actos quedan impunes en el tráfago de la ciudad inmisericorde.

Pero Alfred Döblin no quiere tratar a su protagonista de manera cruel; dentro de éste aún se mantiene una fuerza intacta que lo eleva por encima de las circunstancias, y cuando peor se encuentra y su situación parece abocada al fracaso vital, aparece esa caída del caballo que lo hace despertar y encontrar dentro de sí un sentido para su vida. De alguna manera, todos somos Franz Biberkopf: no siempre las cosas salen bien, cometemos actos equivocados, pero después de todo hay algo dentro de nosotros que nos empuja de nuevo hacia la existencia, ese instinto de supervivencia que tan arraigado lleva dentro de sí el hombre de la ciudad.

En Berlin Alexanderplatz hay un canto a la belleza que surge de la propia miseria de la vida moderna, con sus máquinas, su alineación y su caos permanente. Como señala Walter Muschg en el prólogo de la obra, el ruido de la ciudad rara vez suena porque sí, sino casi siempre como fluido de los seres  que viven en ella. Es ese ruido de fondo que impregna nuestras vidas y que magistralmente retrata Alfred Döblin en esta novela singular, moderna y portentosa.

Alfred Döblin. Berlin Alexanderplatz. RBA Editores.

La ciudad, en sí misma, tomó protagonismo narrativo sólo a partir del siglo XX. A veces basándose en las peripecias de uno o varios personajes concretos que deambulan de arriba para abajo, otras veces sin que haya un hilo conductor propiamente dicho, la ciudad se convirtió en lo que se ha dado en llamar un protagonista colectivo, un ser con una característica peculiar de credibilidad y seducción que ha dado obras maestras de la literatura. Son novelas peculiares, muy audaces, de difícil composición técnica, que requieren un lector activo puesto que no interesa tanto qué se cuenta, sino cómo se hace, siendo la trama una excusa para expresar reflexiones del autor acerca del hombre y su relevancia dentro de algo más complejo, como es la masa. 

Para ello les dejamos la reseña de dos novelas que son paradigmáticas de esta forma de enfoque narrativo, junto a la arriba comentada:

Ulises. James Joyce
Ulises. James Joyce
Manhattan Transfer. John Dos Passos
Manhattan Transfer. John Dos Passos
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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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