Biografía insólita de Jorge Luis Borges. Capítulo 1: Prólogo contra el olvido

En el siglo V a.C. el filósofo griego Cratilo, discípulo del oscuro Heráclito, afirmó que todo se mueve, que todo cambia constantemente. Antes, su maestro, había escrito que todo fluye, que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, que las aguas han pasado, otras han llegado y aun nosotros somos ya otros. Cratilo va más lejos: ni siquiera podemos bañarnos una sola vez en el río porque el agua que nos moje una parte del cuerpo ya no será la misma que nos moje otra parte. Vivimos en un continuo devenir de las cosas, de los seres.

Acercarse a la vida y la obra de un autor como Jorge Luis Borges tiene mucho de esa concepción relativista de las cosas, que por lo demás compartía el propio escritor. Mientras escribo estas palabras, me rodean decenas de libros en los que es estudiada, criticada, examinada, escrutada, su biografía, su obra literaria, sus palabras, sus ideas, incluso sus bromas. La obra que escribió Borges no abarca sino una centésima parte de los libros que se han escrito sobre él, y como esas bibliotecas a las que tanto apego tenía, Internet se ha convertido en una laberíntica macrobiografía del escritor argentino en enlaces que se bifurcan en otros enlaces que a su vez llevan a otros enlaces y así hasta el infinito, donde se incluyen estas mismas palabras.

Aunque murió en 1986, su obra crece y crece con cada lectura, con cada disquisición, y lo que en principio parecía inmutable, que eran sus textos, ahora ya son versiones, aproximaciones, aclaraciones, hasta el punto de que quien se acerca al mundo borgiano con cierta ingenuidad descubre perplejo que lo que Borges escribió casi carece de importancia porque lo primordial es lo que quiso escribir, lo que quiso decir aunque no lo dijera o aunque dijera lo contrario.

Borges, su obra, y también su vida, deviene constantemente porque cada lectura de sus páginas, como él mismo defendía, hace que nosotros mismos seamos Borges.

Lo que ocurre es que, al contrario de sus comentadores, él jugaba; jugaba intelectualmente a ese juego que es pensar en aquello que no es tangible, que es pura ficción, la metafísica, la literatura, la propia vida como una parte de la historia que nosotros mismos podemos cambiar u ocultar a nuestro antojo. Por eso se apoyaba una y otra vez en citas insólitas de oscuros escritores, en obras que él inventaba y que después otros buscaban afanosamente en bibliotecas, en sistemas filosóficos tan indemostrables que parecían una verdad absoluta, porque de eso se trataba: las ideas, para él, eran más estimadas por su valor estético que por su formulación real, le interesaban más las hipótesis inverosímiles que las tesis. Parafraseando el mundo periodístico (¿pero qué no ha parafraseado Borges?) podríamos decir que él no dejaba que la verdad estropeara una buena cita.

Podría empezar este libro con un juego borgiano; por ejemplo, decir que anoche soñé que alguien llamaba a la puerta de mi casa y me decía: “Le entrego la memoria de Borges”. Hacer creer (o incluso creerme) que soy una especie de mensajero de sus palabras, que después de leer tantos libros sobre él ya puedo hablar como él, pensar como él, por supuesto como juego, o en principio como juego, pero finalmente, como ha ocurrido con tantos otros comentaristas de su obra, como defensor de un Borges propio y único, y lo que es mejor, distinto al Borges de los demás, y por supuesto al mismo Borges.

He leído libros sobre la relación de Borges con la cábala, pero él no sabía casi nada de cábala; ensayos sobre Borges y las matemáticas, aunque él reconoció no interesarle las matemáticas; estudios sobre Borges y el psicoanálisis, a pesar de que Borges declaró que Freud no le parecía más que un viejo chismoso; artículos sobre Borges y la religión, pero él se declaraba agnóstico y salvo del budismo, que lo atraía por su magia pero no lo compartía, no escribió sobre otras confesiones religiosas.

He examinado con estupor comentarios de varias páginas sobre un párrafo transparente de Borges, explicando de forma farragosa e incierta palabras que no suscitaban polémica alguna; he visto estudios esotéricos sobre cuentos que no requerían más que una feliz y relajada lectura; he leído críticas y exégesis igualmente delirantes sobre temas en los que Borges defendía una interpretación y su contraria por el solo y evidente hecho de que las dos le parecían igualmente fabulosas.

Leyendo una biografía tras otra, estudiando análisis y más análisis sobre su obra, me di cuenta un día que se me habían olvidado los propios textos de Borges. Sé perfectamente (pero nunca estuve allí) que los “rombos amarillos y rojos” que aparecen en su relato La muerte y la brújula correspondían a los mismos rombos que decoraban el hotel Las Delicias de Adrogué, donde veraneaba con su familia. Sin embargo no recuerdo cómo termina ese cuento. Conozco otros miles de detalles de su vida y de su obra, y de su obra respecto a su vida, pero ha llegado un momento en que he empezado a olvidar a Borges, diluido en un sinfín de palabras de otros que quieren hacer pasar como suyas, de modo que ya no sé distinguir unas de otras aunque sí sé con seguridad que quien menos habló de Borges fue el propio Borges.

Él mismo se ha convertido en un devenir, en algo sujeto al tiempo y a la transformación, al cambio, a la dinámica del movimiento perpetuo. Será por eso (pero ignoro lo que pensaré mañana) que la vida y la obra del escritor argentino me ha parecido también un continuo devenir porque su mundo fue fundamentalmente libresco y por tanto sometido a las leyes de la arbitrariedad: si primero encontramos en él al escritor radical que alaba la revolución soviética, después vemos que se transforma en un pasional poeta porteño defensor de los arrabales hasta que, pasando por ensayos de expresión barroca a extraños estudios sobre el idioma sajón, irrumpe –por puro accidente- el cuentista fantástico que parece que siempre fue, aunque sus más celebrados relatos los escribiera en poco más de una década. Después, y a pesar de haber escrito lo más renombrado de su obra, pasa casi al olvido como escritor hasta que otro accidente le da la merecida celebridad y de repente, tras décadas de silencio, reaparece el poeta, pero no aquel poeta sufridamente porteño sino un sofisticado poeta intelectual, y algo más tarde, un escritor realista que nunca pensamos que pudiera existir en él. Finalmente, el hombre de letras que convierte el prólogo, la conversación y las conferencias en obras de arte, va dejando en sus poemas, que cada vez hablan más de sí mismo, las señales precisas para que personas como yo vayamos recogiendo, igual que en el cuento infantil, esas migas que él quiere dejar por el camino para desvelar una verdad personal que, intuyo, ni él mismo sabía puesto que el azar (¿pero qué vida no es azar?) hizo devenir al hombre Borges en el poeta Borges, en el cuentista Borges, en el secreto Borges, en el famoso Borges, en el adorado Borges…

Ahora, cuando rodeado de decenas de libros y fotografías suyas he olvidado casi todo lo que conozco de él, puedo empezar a escribir como un aprendiz que se adentra en su mundo con asombro y respeto. Como Dante llevado de la mano por Virgilio, lo sigo con la virginal inocencia del que nada sabe pero todo quiere saber.

O delli altri poeti onore e lume

vagliami ‘l lungo studio e ´l grande amore

che m’ha fatto cercar lo tuo volumen.

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Biografía insólita de Jorge Luis Borges

 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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