Biografía insólita de Jorge Luis Borges. Capítulo 3. Tres fechas para una biografía

Pudo ocurrir así.

Febrero, 1940.

Un hombre vestido con un traje gris, a pesar del calor, se acerca a la estación de Constitución y saca un billete de ida para la línea Adrogué-Mármol-Turdera. Acaba de terminar un artículo donde ha transcrito un sombrío párrafo de Nietzsche: “¿Qué hago al borronear estas páginas? Velar por mi vejez: registrar para el tiempo, cuando el alma no puede emprender nada nuevo, la historia de sus aventuras y de sus viajes de mar. Lo mismo que me reservo la música para la edad en que esté ciego.” Ha salido de su trabajo, acaso un poco tarde. Ha comprado un revólver en una armería de la calle Entre Ríos y poco después una botella de ginebra y un libro que ya ha leído, policíaco, no más interesante que otros de los mismos autores.

Al llegar a Adrogué ha pedido una habitación en el hotel Las Delicias. Habría preferido que el número hubiera sido el 3 o el 9 pero la realidad no juega caprichosamente a crear escenas dantescas. Al entrar ha percibido un olor a eucalipto que le ha traído a la memoria recuerdos de otros tiempos felices. No obstante, el persistente sabor de las tres cañas que ha tomado en el bar le adormece los sentidos.

Hotel Las Delicias. Adrogué.
Hotel Las Delicias. Adrogué.

Ni siquiera mira por la ventana. Se acuesta vestido encima de la colcha, se quita los zapatos, da unos tragos a la ginebra, hojea un rato y pierde cualquier interés por la novela. La utiliza para apoyar el cuaderno en el que lleva algunas ideas acerca de un cuento que no le termina de gustar sobre un mundo donde el materialismo es una herejía. Desengañado de su propio idealismo, piensa en el revólver que descansa a su lado, en los amores rechazados una y otra vez que arden como un disparo a quemarropa, en su inexistente destino como poeta. No para de recitarse los últimos versos de dos poemas íntimos escritos en inglés hace unos años, cuando por primera vez pensó en darse muerte:

I offer you explanations of yourself, theories about yourself, authentic and surprising news of yourself.

I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat.¹

Lo que en un momento de su vida creyó enternecedor ahora le parece patético. Lo que durante tanto tiempo fueron juegos y palabras ahora son trabajo e indignidad desde que murió Padre. A él quisiera dedicarle el cuento, pero una póstuma timidez se lo impide.

Pega otro trago a la botella de ginebra. Aún queda en su cabeza el eco de las palabras que asombrado le ha dirigido un compañero en la biblioteca: en una enciclopedia biográfica aparecía su nombre. “Mira aquí. Este tipo se llama igual que tú. Che, ¿lo conoces?”, a lo que él ha respondido con el rostro pétreo: “No, no lo conozco”.

Ahora, abochornado por aquel episodio, recordando aquellas proféticas palabras de Padre (“Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”), viéndose a sí mismo con la culata del revólver en la mano como si fuera otro, no puede resistirse a escribir sin sosiego: “¿Soy yo el empleado municipal que lleva a casa el kilo de hierba que le dieron en la oficina, el que conoce el hábito de una llave y de un autobús, el del rostro obeso y epiceno (terrible) que acecha en espejos y ventanas, y hasta metales y vidrios?” Se acuerda de sus antepasados, que tomaron las armas de un modo digno, no como él, que suplanta la imperfecta pluma por el rotundo revólver; desesperado, aburrido, diciéndose inútilmente frases de Séneca sobre la muerte que no recuerda bien, intenta olvidar la traición a los amigos, esa justificable posibilidad de que no sea nadie, que sea el sueño de otro hombre, y así va entrando en ese otro sueño de los hombres, adormilado por el sonido de la lluvia que cae sobre la noche hasta que la luz de un nuevo amanecer lo despierta…

Martes 2 de mayo de 1961

Ese hombre come en casa de sus amigos Silvina y Adolfo, como viene haciendo casi a diario desde hace años. Mientras almuerzan lo llaman por teléfono de Radio Mundo. Una señorita le comunica que ha ganado el premio Formentor. Borges en principio cree que es una broma muy parecida a las que él hace mientras escribe con Adolfo: José Formento es un poeta que sale en las crónicas de Bustos Domecq. Cortés y correcto,  pregunta: “Qué es ese premio?”, a lo que la voz contesta con otra pregunta: “¿Qué hará con el dinero? ¿Viajará?”. El hombre contesta con su habitual buen humor: “Quizás llegue hasta Lomas o hasta la Plata”.

Sospechan que es una broma hasta que se presenta un fotógrafo. Le recuerda a un personaje de George Bernard Shaw y así se lo describe a Adolfo: “cheerful, affable young man who is disabled for ordinary business pursuits by a congenital erroneousness which renders him incapable of describing accurately anything he see”.

Lo fotografían delante del escritorio de Adolfo; con Silvina, el padre de Adolfo y Adolfo; recitando una balada en anglosajón. Mantiene su buen humor y refiere un chismorreo sobre casas de citas, uno de sus temas recurrentes cuando bromea: “Cuando Almafuerte se mudó a Tolosa, las pupilas del prostíbulo le mandaron de regalo una fuente de empanadas. Al día siguiente, él se presentó en el prostíbulo para devolver la fuente, y dijo: «Muchas gracias por las deliciosas empanadas, señoras putas»”. Después, sigue leyendo junto a Adolfo cuentos policiacos para el concurso Vea y Lea, del que son jurado.

Borges en la redacción de la revista Sur, en 1961
Borges en la redacción de la revista Sur, en 1961

Pocos días después sabrá que ha recibido, junto a Samuel Beckett, el primer Premio Formentor que se otorga, y que las seis editoriales más prestigiosas de Occidente² traducirán y divulgarán su obra para llamar “la atención del mayor público internacional posible”. Victoria Ocampo, a pesar de conocerlo desde hace 30 años, escribe por primera vez sobre él que es un gran escritor y que fue ella quien primero lo publicó en Sur, aunque es, naturalmente, falso. Su libro de cuentos más famoso se traduce a cinco idiomas. Su traductor al francés, Roger Caillois, se encarga de que lo conozcan en todo el mundo.

Sólo pocos días después, el 17 de junio, lo invitan a la universidad de Austin, Texas, para que dé un semestre sobre literatura argentina. Poco antes, un profesor ha estado hablando cuatro meses sobre su obra: “¡Cuatro meses sobre mi obra!” -le dice avergonzado a Adolfo. Cuando en el mes de septiembre se embarca junto a su madre en el avión que lo llevará a Estados Unidos aún no sabe que está empezando a cumplir sus sueños: su destino como escritor.

Diciembre, 1978.

Sentado en el salón de su casa, ese hombre pulcramente vestido comienza a dictar a su amiga María Esther Vázquez un nuevo cuento, uno de sus últimos cuentos. Ahora es dueño de un universo del que, acaso por desgracia, ya no puede escapar. Con los años ha preferido la conversación pública, el diálogo, las clases o las conferencias, pero sobre todo ha vuelto con insistencia a la poesía, que se ha centrado más en su propia persona, en sus recuerdos, en sus obsesiones, en los gestos y los gustos que comparte con un muy nutrido y fiel número de lectores, que en su caso son también seguidores.

Lo primero que pronuncia es el título: 25 de Agosto, 1983. Conforme va dictando, la historia presenta obstinadamente los temas que ha frecuentado hasta la saciedad, como si él fuera el único que los ha utilizado en la literatura, que es una forma de decir que ha sido el único.

A las pocas líneas, el protagonista que cuenta la historia es el propio escritor, ya que encuentra su nombre en el registro de un hotel. En la ficción, él acaba de cumplir 61 años; en la habitación número 19 lo espera otro hombre con su mismo nombre y sus mismos rasgos, pero que acaba de cumplir 84 años. Es el día en que el viejo escritor ha decidido suicidarse.

-Vos tendrás mucho que soñar, sin embargo, antes de llegar a esta noche. ¿En qué fecha estás?

-No sé muy bien -le dije aturdido-. Pero ayer cumplí sesenta y un años.

-Cuando tu vigilia llegue a esta noche, habrás cumplido, ayer, ochenta y cuatro. Hoy estamos a 25 de agosto de 1983.

Al tema del doble le añade el gusto por los sueños. Si el escritor de 61 años está hablando con el escritor de 84 años, sólo puede ser un sueño, o se sueñan a sí mismos sin saber quién realmente sueña a quién. Como referencia literaria toma los diálogos de Platón, puesto que el hombre viejo ha ingerido una sustancia que lo matará pero no se resiste a mantener una última conversación con su yo más joven, el que aún ha de pasar todos los padecimientos que él ha pasado durante su larga vida.

En el mismo plano aparece otro de sus temas favoritos, la inversión de la causa y el efecto, la reversibilidad del tiempo, los mundos paralelos, el eterno retorno. El anciano moribundo y el más joven, realizan una acción continua de ida y vuelta en sus tiempos, sin abandonar sus tiempos independientes, sus respectivos presentes.

El otro, el escritor que está sentado en un sillón de su casa de la calle Maipú junto a María Esther Vázquez, se recrea en sus símbolos recurrentes y con la cabeza erguida trata de percibir muy atento las inflexiones en la voz de su amiga, adivinar sus gestos, imaginar sus pensamientos. Aunque mantiene ese rostro un tanto hierático propio de los momentos de creación, una mueca burlona asoma a sus labios.

Jorge Luis Borges junto a María Esther Vázquez
Jorge Luis Borges junto a María Esther Vázquez

La broma persiste con la continua autocitación, donde los historiadores hincarán el diente en puro algodón de azúcar:

-Escribirás el libro con el que hemos soñado tanto tiempo. Hacia 1979 comprenderás que tu supuesta obra no es otra cosa que una serie de borradores, de borradores misceláneos, y cederás a la vana y supersticiosa tentación de escribir tu gran libro. La superstición que nos ha infligido el Fausto de Goethe, Salammbô, el Ulysses. Llené, increíblemente, numerosas páginas.

-Y al final comprendiste que habías fracasado.

-Algo peor. Comprendí que era una obra maestra en el sentido más abrumador de la palabra. Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes.

-Ese museo me es familiar -observé con ironía.

-Además los falsos recuerdos, el doble juego de los símbolos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas.

El viejo escritor sonríe. Él mismo decide lo mejor y lo peor de su obra, establece su interpretación, su futura hermenéutica. Como es su costumbre, se hace leer las últimas frases. El índice de su mano derecha sigue sobre el dorso de su mano izquierda la lectura, como si recorriera una página invisible. No sin antes disculparse, vuelve a pedir a María Esther que le lea este último párrafo: “los falsos recuerdos… las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos…”. Ahora juega con su amiga como juega con sí mismo como jugará con los lectores. Sabe que ha marcado una fecha futura para su muerte, para el momento de su suicidio y a la vez, sin decirlo, oculta la verdad que hay tras sus palabras de ficción pero no lo suficiente como para que no lo descubramos con el tiempo.

No todo tiene el deber de ser cierto, pero pudo ocurrir así…

P.D.: El 26 de agosto de 1983, el escritor llega en avión a Barcelona, donde sorprendentemente lo esperan en el aeropuerto Maradona y Menotti. Por una vez, la fama literaria prevalece sobre la fama futbolística. Va a recibir la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio. Preguntado por la fecha de su predicho suicidio, que debería haber acontecido el día anterior, contestó con su burlón humor inglés: “Soy un Borges póstumo”.

¹ «Te ofrezco explicaciones sobre ti, teorías sobre ti, auténticas y sorprendentes noticias sobre ti.

 Puedo darte mi soledad, mis tinieblas, el hambre de mi corazón; estoy tratando de comprarte con incertidumbre,  con peligro, con derrota.»

²Gallimard, de Francia; Seix Barral, de España; Einaudi, de Italia; Weidenfeld and Nicolson, de Inglaterra; Grove Press, de Estados Unidos y Ernst Rowohlt Verlag, de la R. Federal de Alemania.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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