Crucero de verano. Truman Capote

Los ricos son caprichosos, imprevisibles, excéntricos. Al menos así pensaba el joven Truman Capote (1924-1984) cuando comenzó a escribir Crucero de verano en 1943, antes de que él mismo se convirtiera en un rico caprichoso, imprevisible y excéntrico. Con esa economía de medios que le daría fama, el escritor lo sintetizó en una memorable frase: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Fue ciertamente un genio, y con este relato asistimos a los comienzos de su malograda carrera.

Primera novela y novela póstuma, fue encontrada en 2004 por el portero de una antigua casa donde vivió antes de hacerse famoso. Lo cuenta Alan U. Schwartz, su albacea literario, en un extraño epílogo que suena a justificación, como si Truman Capote nunca hubiera sido joven, como si nunca hubiera dudado con su pluma. De hecho, la novela está inacabada, aunque no se interrumpe bruscamente, y ahora sabemos que continuó escribiéndola hasta 1949, cuando su maestría ya era conocida en Estados Unidos. ¿No le vio posibilidades a la historia? Su albacea no se pronuncia, pero sí reconoce que se la dio a leer a unos cuantos amigos antes de decidirse a publicarla, inseguro ante la reacción de un público que espera siempre lo mejor del magistral escritor.

No podemos decir que sea una obra maestra, pero sí que prefigura con su personaje principal, la joven Grady McNeil a otro personaje memorable, Holly Golightly, protagonista de Desayuno en Tiffany’s, inolvidablemente encarnada en el cine por Audrey Herpburn. A ella le une un aura de encantamiento deliberado y excepcional, de mujer a la que sabemos que le va a ocurrir algo importante, pero Grady no es memorable porque, en su irreflexión, desciende en la escala social, abandona el brillo de las fiestas, la alegría de la amistad salvaje y desinhibida, para introducirse casi sin querer en un mundo sórdido de pobreza y obediencia. Y los ricos en las novelas, ya se sabe, no obedecen.

De hecho, el personaje que más me ha gustado de la novela ha sido Peter Bell, muchacho ingenioso e irreverente, enamorado en secreto de la chica, capaz de las mayores audacias y las mejores sorpresas para cautivar a su íntima amiga Grady. Hubieran hecho una selecta pareja digna de emular la vida disipada de Jay Gastby. Pero ella se ha enamorado de un joven pobre, hosco y displicente, Clyde Manzer, guarda de un aparcamiento, miembro de una oscura familia que vive muy lejos de Manhattan, en un barrio por el que Grady ni siquiera se atreve a andar sola.

Por él renuncia a hacer un crucero atlántico y un viaje por Europa con sus padres. Ella está muy enamorada de Clyde pero, ¿siento el chico algo por Grady? ¿Le interesa sólo por su dinero? No lo parece, porque su indiferencia frente a las insinuaciones de la joven es supina. “Yo no soy nada para ti”, le advierte Clyde desde los primeros momentos. Aunque quién puede negarse a convivir con una mujer guapa en su lujoso piso, mientras que los padres están a miles de kilómetros. Así dará comienzo una relación tormentosa de pocas semanas, donde la chica encantadora y caprichosa se rebaja a vivir en un clima de vulgaridad sin futuro.

Mientras su madre le manda telegramas quejándose del viaje horroroso en barco porque a papi se le olvidó el esmoquin en Nueva York, ella se empeña, sin saber, en cocinar para su chico, vestida con un kimono de mangas anchas poco apropiado para los fogones: una escena familiar que se empañará con otra bien distinta cuando decide conocer a la madre del chico, una mujer posesiva y derrotada por la vida, una vida que no es la de Grady aunque sea la única que pueda vivir junto a Clyde.

Si conocemos el pasado y disfrutamos el presente, ¿es posible soñar el futuro?, se pregunta la chica soñadora, sin saber, quizás, que el aburrimiento es la peor consejera para soñar. Incluso en algún momento, Grady se llega a preguntar ¿qué estoy haciendo?, aunque continúa su particular crucero por la vulgaridad movida por una inercia que su voluntad no puede anular. La novela habla precisamente de eso, de los castillos en el aire, construidos con la argamasa del tedio sobre un temperamento rebelde que sólo encuentra su causa en la vanidad. No es la típica historia de chica quiere a chico, sino de chica quiere querer a un chico porque tal vez no encuentra a nadie más a quien querer. El abrupto final de esta novela inacabada, sin embargo, parece indicarnos un repentina e inmisericorde lucidez que no sabemos adónde habría derivado si el autor no hubiera interrumpido su escritura. Posiblemente, ni él mismo lo supo nunca.

Truman Capote comenzó su trayectoria literaria escribiendo una historia sobre la confusión de los deseos, sobre las tramas subterráneas y no siempre convenientes sobre las que se asienta la existencia. De alguna manera, desde el principio de carrera ya estaba escribiendo su propia vida.

Crucero de verano. Truman Capote. Anagrama, 2006

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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