Cuatro encuentros. Un episodio internacional. Henry James

23-cuatro_encuentrosHay un antes y un después en la vida de Henry James tras la publicación de Daisy Miller. De la noche a la mañana se convirtió en un autor de éxito tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos y no iba a dejar pasar la ocasión. El cuento pronto pasó a ser publicado en forma de libro y en la primera edición inglesa, de 1879, Daisy Miller fue acompañada por dos relatos escritos sobre la misma fecha: Cuatro encuentros y Un episodio internacional. Además de aprovechar la oportunidad de lanzar al mercado dos cuentos más de su cosecha, James quiso afianzar ante su público un tema que vio provechoso para su carrera, el llamado “tema internacional”, que si bien había tratado en sus dos primeras novelas –Roderick Hudson y El Americano- no había obtenido la repercusión que él hubiera deseado.

James había descubierto a la “joven norteamericana” como un fenómeno social, como un tipo de mujer interesante para los lectores. En las referidas novelas había, además, un hecho innegable que no se le pasó por alto: aunque los protagonistas eran masculinos, éstos habían quedado relegados a un segundo plano por los femeninos, mucho más matizados y sugestivos. En sus cuentos había ocurrido algo semejante: las mujeres que salían de su pluma eran personas fuertes, atractivas, y esa característica era el reflejo tanto de su mentalidad americana como del conocimiento que poseía de las mujeres de su país, dadas sus dotes de observación y, evidentemente, de su todavía escaso contacto con la sociedad europea. Si sus personajes tenían que ser femeninos, ellas tenían que ser americanas.

Un primer acercamiento a lo que podría ser el perfil de una dama americana lo trató en Cuatro encuentros (Four Meetings), un relato corto publicado en noviembre de 1877. No olvidemos que para entonces Henry James ya vivía satisfactoriamente en Londres y su percepción del americano medio era poco más que la de un mero provinciano. Así imaginó a Caroline Spencer, una joven maestra, culta, guapa y soñadora, que vive en la Nueva Inglaterra profunda. Allí llega el narrador, un joven recién llegado de Europa que le enseña a su reciente amiga fotografías del viejo continente.

Caroline se muestra sorprendida porque su compañero haya ido todas las noches al teatro en París o haya viajado varias veces por Italia. Aunque nunca ha atravesado el Atlántico dice saber más del extranjero de lo que nadie se pueda imaginar: ha leído novelas, guías de viaje, artículos y todo lo que le ha caído a mano para hacerse una idea de cómo son esos países y la gente que los habita. El narrador, consciente de que la bella maestra tiene un conocimiento teórico y muy superficial de las costumbres europeas, le dice:

Usted sufre de la enfermedad americana por excelencia, y lo sufre “a lo grande”: el apetito, mórbido y monstruoso, de colores y de formas, de lo pintoresco y lo romántico a cualquier precio.

En el siguiente encuentro, Caroline ha conseguido realizar su sueño. El narrador, que se acerca a la ciudad costera de Le Havre para recoger a unos amigos recién llegados de América, descubre a la joven dama sentada a la mesa de un café. Después de los saludos de rigor y la sorpresa de un encuentro tan fortuito, Caroline, exultante y feliz, le dice a su amigo que por fin se ha decidido a conocer Europa, y aunque ha puesto todos sus ahorros en el empeño: la simple contemplación de un calle europea merece el esfuerzo. El narrador no tarda mucho en saber que esos ahorros están en peligro cuando se entera, de boca de ella, que ha ido a recogerla un primo lejano que vive en París, pintor bohemio, que además se ha tomado la molestia de ir a cambiar al banco los pagarés que ella trae como sustento económico. En principio el narrador teme lo peor, pero sus más pesimistas presagios se quedan cortos cuando echa un vistazo al individuo –que por lo menos no se ha fugado con el dinero.

La brillantez y limpieza casi ingenua con que aparecía el relato se torna de repente lúgubre y sombría, dando lugar a una historia no muy lejana al universo kafkiano: Le Havre será la única ciudad europea que conozca Caroline. Detrás parece quedarse una truculenta historia de amor furtivo entre su primo y una condesa que ha dejado a su marido y que malvive con él.

Cuando vuelve a encontrarse con su amiga americana, el narrador nos brinda un oscuro retrato de ella: en un pequeño hostal situado en una calleja de una ciudad tan impersonal como Le Havre, la joven maestra parece haber perdido mucho de su ingenuidad. Aunque aún pone excusas a su conducta, intuye que su encuentro con Europa ha llegado a su fin, a la espera del barco que la devuelva a su país. A pesar de la sordidez de la situación, James no deja escapar la ocasión de mostrar a una mujer aún fuerte y alegre, con ese optimismo puramente americano que no se deja vencer por las circunstancias.

Pero las circunstancias no se quedan en Europa, sino que van a buscarla a su lejano rincón de Nueva Inglaterra, donde vuelve a verla nuestro narrador muchos años después. En un final que podemos calificar como impactante, la huella de la corrupción europea se hace patente en el destino de la ya nada joven maestra: en una última escena humillante y cruel adivinamos una vida llevada entre el sueño y la pesadilla, entre la ilusión y el desengaño.

Aunque el relato no tuvo mayor repercusión, e incluso se acusó a James de haber escrito una historia insignificante, carente de acción y con un estudio psicológico superficial, éste escribiría algunos años después, cuando la gloria empezaba a serle esquiva: “La concisión de Cuatro encuentros, junto al éxito de Daisy Miller, ¡eso es hacia lo que debo tender!”

Ese primer retrato serio de una dama norteamericana se le quedó excesivamente oscuro para lo que era la exigencia del lector de la época. Como sabemos, la luminosidad y la frescura de Daisy Miller caló profundamente entre el público, y Henry James pensó que ese era el camino correcto: mostrar lo que de audacia e inteligente insolencia aportaba Estados Unidos al mundo, y lo aplicó a su próxima dama, la neoyorquina Bessie Alden.

Portada original de la primera edición de Daisy Miller junto a los relatos Cuatro encuentros y Un episodio internacional, publicada en 1879
Portada original de la primera edición de Daisy Miller junto a los relatos Cuatro encuentros y Un episodio internacional, publicada en 1879

Un episodio internacional (An International Episode) fue publicado seis meses después de Daisy Miller, en diciembre de 1878. Se trata en realidad de un episodio doble, puesto que en primer lugar se desarrolla en Nueva York para, poco después, recalar con sus dos protagonistas americanas en Londres. Como se verá, dos ciudades bien distintas a las del anterior relato –un pueblo de la Norteamérica profunda y la impersonal Le Havre.

En esta ocasión seguimos a Lord Lambeth, que acompaña a un amigo en un viaje de negocios a Nueva York. Lo primero que nos sorprende es el tono sarcástico del relato: estos dos ingleses, bastante rancios, se sorprenden de cuanto ven y sienten, en particular el calor neoyorquino. Consideran que la ciudad es “un sitio extraño”, casi inhabitable. Llevan una carta de recomendación para el empresario J. L. Westgate, por cierto, uno de los pocos personajes en toda la obra de Henry James que se pasa el día trabajando. En un rasgo de humor netamente americano, les ofrece a sus amigos un panorama mucho más “culto” de Estados Unidos que el que están contemplando en Nueva York:

-Bueno, espere a que haya pasado la ola de calor. Boston con este tiempo es muy cansado; ésta no es la mejor temperatura para esfuerzos intelectuales. Sabe usted, en Boston hay que aprobar un examen para poder entrar en la ciudad, y cuando uno se va le dan una especie de diploma.

Finalmente, J. L. Westgate los invita a salir de Nueva York para conocer un lugar mucho más agradable, Newport, donde están su mujer y su cuñada.

Mrs. Westgate es una mujer típicamente americana: su afabilidad, su simpatía y, sobre todo, un torrente de palabras en las que habla de todo y de nada y con las que demuestra que su conocimiento de Inglaterra no es tan bueno como ella cree, invitan a una hospitalidad respecto a los recién llegados que éstos aprovechan. Algo de culpa tiene la presencia de la hermanan de Mrs. Westgate, Bessie Alden, infinitamente menos habladora que su hermana, menos simpática pero más inteligente. Ella nunca ha estado en Europa y lo que sabe de ella lo ha adquirido mediante la lectura de libros, libros que, todo hay que decirlo, no conoce Lord Lambeth dada su supina ignorancia de cualquier cosa que huela a cultura. Lo que sí parece intuir su amigo es que la seductora Bessie va a “cazarlo”, como todas las jóvenes norteamericanas, para darse un baño de prestigio y patrimonio.

Como digo, el tono del relato es sarcástico, puesto que los ingleses no salen bien parados con sus maneras mal educadas y su suficiencia un tanto casposa. Su falta de interés por las cosas contrasta poderosamente con la curiosidad innata de las dos norteamericanas, que de inmediato obtienen la atención del lector aunque en algunos momentos se pasen en su atrevimiento.

La segunda parte del cuento nos lleva a la orilla contraria: las dos mujeres llegan a Londres y lo primero que no hacen es llamar a nuestros amigos: Mrs. Westgate advierte a su hermana que los ingleses suelen defraudar a quien espera de ellos hospitalidad y atención. No le falta razón a la norteamericana, aunque cuando coinciden con Lord Lambeth, un tiempo después de su llegada, éste se extraña de que no le hayan escrito.

Por supuesto, el noble inglés se encuentra muy interesado en Bessie, todo un encanto, y se empeña en acompañar a la joven para hacer una visita a los monumentos más conocidos de la capital: al fin y al cabo, no tiene nada que hacer, a pesar de la insistencia de Bessie en querer conocer lo emocionante que debe de ser intervenir en el Parlamento, tomar decisiones que afectan a todo el país, emoción que no comparte Lord Lambeth sencillamente porque no ha entrado en el Parlamento en su vida.

Como se ve, James lleva al extremo el contraste de culturas. Las americanas, con su atrevimiento y sus ideas democráticas, dan un buen repaso a estos dos ingleses zafios, anclados en una tradición que se cae de puro vieja. No obstante, lo más relevante del relato es la figura de Bessie Alden, una Daisy Miller más inteligente y menos superficial, que no se deja deslumbrar por los oropeles vacuos que le presentan en Londres. Ella puede elegir y así lo hace, desligándose de la estrechez de miras con que los europeos tratan las relaciones con las mujeres. Hay en ella una autenticidad, un comportamiento honesto y una mirada profunda sobre la realidad que la convierte en una respetable dama americana. De una forma clara, Bessie Alden es el antecedente de Isabel Archer, la protagonista de El Retrato de una Dama. Henry James había encontrado el personaje que le daría reconocimiento ante el público: solo faltaba una obra de mayor extensión para desarrollarlo.

Cuatro encuentros. Un episodio internacional. Editorial Funambulista.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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