Truman Capote y sus Cuentos completos.

Tengo en mi mesilla de noche dos copias de los Cuentos completos de Truman Capote. Uno de ellos es la versión original en inglés, editada por Penguin, una edición internacional que no se vende en Estados Unidos, pero que es idéntica a la traducida al español para Anagrama, la otra versión del libro. Cuando uno se encuentra en esta curiosa situación, se pueden comparar no solo las traducciones, sino también la edición y la portada. Y digo la portada porque ambas contienen fotografías del autor, y siendo ambas fotografías muy diferentes, llama la atención el concepto de utilizar una fotografía como reclamo de un libro de relatos.

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Se puede entender por varios motivos, pero el principal es la notoriedad pública de Capote, que llegó a ser lo que se conoce en su país como una celebridad, y que aquí se denominaría años más tarde un famoso. Ello ha hecho que haya sido fotografiado por los más importantes fotógrafos contemporáneos. La imagen de la edición española es de Henri Cartier-Bresson, cofundador de la agencia Magnum y uno de los más emblemáticos fotógrafos del siglo XX. Especialista en la toma callejera, y creador del concepto de momento decisivo, Cartier-Bresson hace un retrato de un joven Capote, autor de algunos relatos con resonancia, pero no reconocido ampliamente todavía.

La imagen es enigmática, parece haberse realizado en un jardín botánico o un invernadero, con unas grandísimas hojas de colocasia en el fondo. Sentado en un banco de hierro colado, Capote parece sorprendido, da la impresión de que acaba de darse la vuelta, con su mano izquierda en una postura accidental. Sin embargo, su brazo izquierdo aparece escondido, como ocultándonos algo. Posiblemente fuera un recurso del fotógrafo, hacerlo girar rápidamente para evitar la pose forzada. Una exquisita luz cenital ensombrece su cara, dándole un aspecto tétrico y sombrío; su vestimenta es sencillísima, una simple camiseta blanca, algo sorprendente para alguien que cuidaba tanto su ropa, contrasta con la frondosa oscuridad del fondo. Su pelo despeinado le favorece, y vemos un atractivo joven con un futuro prometedor en la literatura, pero con un algo inquietante, como si un salvaje saliera de la penumbra de las hojas para asaltarlo, o como si una planta carnívora estuviera a punto de devorarlo. Este espléndido retrato ha venido empleándose como portada en muchos de sus libros y recopilaciones, y habiéndose tomado en 1947, Capote todavía no era el escritor aclamado por la crítica internacional como autor de Otras voces, otros ámbitos.

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La fotografía de la edición inglesa es completamente diferente en intenciones y proyección. Data de 1949, cuando Capote ya se mueve en el ambiente literario de la posguerra como pez en el agua. Su obra le ha encumbrado, y esta foto lo demuestra. Fue tomada por Cecil Beaton, el fotógrafo de las estrellas, en Tánger, paraíso de la generación beatnik (o Sputnik), y lugar de encuentro bohemio de la originalidad literaria angloparlante.

La fotografía muestra a un Capote exultante, gamberro y malcriado. Con piernas, brazos y boca abierta, tras un salto difícil de evaluar, puesto que la imagen no muestra suelo ni apoyo desde donde pudiera haberse realizado, en un gesto de locura. Una camisa anudada a la cintura, unos pantalones blancos, unas zapatillas que se me antojan de esparto… Capote va vestido de escritor moderno. El fondo, una pared blanca encalada, contiene unas enigmáticas portezuelas (en la fotografía original se ven hasta cuatro), posiblemente relacionadas con la función de un artefacto destinado a la cocción de barro, ventilación de un silo o algo del estilo. La imagen, a pesar de desprender vitalidad y alegría, es también melancólica. La sombra de Capote en la pared del fondo produce una figura desesperada, una mano alargada pidiendo ayuda, quizá vaticinio de su muerte inundada de drogas y alcohol. Capote disfruta de la vida, pero se acerca por ello a un final inevitable.

Parece imposible que las dos fotografías muestren a la misma persona, y que estén separadas solo por dos años. Sus cuentos, también, son extremadamente diferentes y contradictorios. Sus cuentos de juventud, donde se nota el esfuerzo por crear relatos interesantes y enigmáticos, se mezclan con algunos que describen el sur de su infancia en Alabama, ese mítico Sur donde se han labrado tantas obras maestras de la literatura norteamericana. Otros reflejan el mundo neoyorkino donde quiso vivir, rodeado de fiestas, moda, adulaciones y estrellas. Y sin embargo, sus relatos más efectivos son aquellos con los que rememora su infancia, su propia vida, en cuentos de acción de gracias y navidad (típicos de las publicaciones periódicas americanas), pero sin lugar a dudas los que nos muestran no solo al auténtico Capote, sino al más primitivo, sincero y cabal.

Lamentablemente, con la versión española, realizada por más de media docena de traductores, perdemos el vocabulario escogido y selecto de sus primeros cuentos, la simpleza de sus relatos neoyorkinos (donde vemos esbozos de Desayuno con diamantes) y la riqueza lingüística y hasta gastronómica del sur. Imagino que con una traducción unitaria, más cuidada, los relatos ganarían bastante, pero no es una mala aproximación a unos cuentos variados en temática y calidad, incluyendo tres o cuatro joyas de la narrativa americana del siglo XX.

Cuentos completos. Truman Capote. Anagrama.

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