El grano más fino. Henry James

El grano más fino (The Finer Grain, 1910) fue el último libro de cuentos publicado por Henry James y también el último libro de ficción que dio a la imprenta en vida, cinco años antes de fallecer. En él se recogen los relatos que escribió entre los años 1908 y 1910, muy influidos por su reciente estancia en Estados Unidos y tocados por un cierto pesimismo en cualquier caso atemperado por la dificultad innata de James por transmitir sus sentimientos, tanto en su vida privada como en sus escritos.

Para los seguidores del escritor tienen un valor añadido por cuanto que en estos relatos vuelve a aparecer el Henry James más transparente y de fácil lectura, lejos del intrincado autor de sus últimas novelas. La razón es bien sencilla: mientras que para la redacción de sus novelas utilizaba un secretario al que dictaba el texto, permitiéndose los vericuetos estilísticos propios de un estilo oral, para los cuentos estaba sujeto a un número de palabras prestablecido por su editor que solo podía controlar si los escribía a mano y frenaba su tendencia natural a las oraciones subordinadas. Si en un relato corto la concreción es fundamental, para Henry James era más fruto de la imposición que del convencimiento.

Detrás de El guante de terciopelo (The Velvet Glove, 1909) hay una curiosa leyenda que enriquece un cuento de por sí un tanto anecdótico y sin excesiva profundidad. Una agencia neoyorquina cercana al marxismo escribió a James diciendo que la señora Edith Wharton había sugerido que escribiera un artículo sobre su última novela, El fruto del árbol: “Ella ha indicado que si la opinión principal puede ser de su pluma, se sentiría gratificada”.

La opinión que James tenía sobre los libros de su buena amiga Edith Wharton no era muy buena, y respecto a esta novela se cree que era aún peor puesto que trataba sobre la relación entre trabajadores y directivos, que suponemos un tema muy alejado de los presupuestos estéticos del escritor. La cuestión es que rechazó la oferta y poco después, en privado, le indicó a su amiga: “no creo que pueda entusiasmar sobre usted en una publicación secreta”. Lo cierto es que Edith Wharton no había sugerido tal ayuda en ningún momento, consciente de que su amistad era estrictamente personal y no literaria. Para ironizar sobre el asunto, James pensó titular el cuento La copa del árbol, pero más inteligentemente optó por borrar –aunque no del todo, como veremos-cualquier referencia al título de la novela.

En el cuento, James imagina a un escritor y dramaturgo consagrado, John Berridge, que es “asaltado” por un joven noble inglés en una recepción en París. El joven desea que se interese por la novela de una buena amiga suya, que firma bajo el (vulgar) seudónimo de Amy Evans. Berridge ha leído su reciente novela La copa del árbol “con su roja tapa chillona” (las obras de Edith Wharton estaban encuadernadas en rojo) y ha quedado horrorizado.

Por suerte, en la misma recepción se encuentra una bellísima princesa, deslumbrante y encantadora, que es la verdadera razón por la que Berridge ha acudido a la gala. Como el lector puede imaginar, la hermosa princesa es en realidad la infumable escritora Amy Evans, la cual invita a su amigo a un paseo en coche de caballos por París para convencerlo de que escriba un artículo sobre su última novela, El guante de terciopelo. La lucha interior entre dejarse arrastrar por el encanto de la princesa o mantener a raya su ética literaria estará servida.

Como en otras ocasiones, James trata el contraste entre la personalidad del novelista y su literatura, aunque en este caso utiliza toques muy ácidos que convierten la lectura de este relato en una delicia. Pensemos que Henry James se empeñó toda su vida en creer que los grandes escritores formaban una especie de aristocracia intelectual que debía derivar en una personalidad noble y con prestancia. La visita que en su momento hizo a Flaubert en su casa, donde lo recibió en bata y zapatillas, marcó gravemente la posterior apreciación de su obra.

Con Mora Montravers (1909) aparece por primera vez en esta colección la “mujer nueva” que había conocido en Estados Unidos y que lo dejaría muy impresionado. Recuérdese que él fue uno de los primeros escritores en abordar la emancipación de la mujer en Las bostonianas, pero no podemos olvidar que esa emancipación la concebía más bien como una lucha intelectual y no como algo práctico.

En esta ocasión, Mora Montravers es una joven que pretende regir su vida de acuerdo con sus propias decisiones (básicamente, la libertad de poder hacer lo que le da la gana) y que resuelve irse a vivir con su profesor de pintura. Curiosamente, Mora no es la protagonista del cuento, sino su actitud frente a sus tíos, que la han cuidado desde pequeña después de quedar huérfana y que en principio rechazan la “loca” decisión de su sobrina. El tema principal serán los apuros de los tíos, o las componendas que tratan de hacer para “dignificar” la postura de Mora.

Quien quiera ver en este cuento un tratamiento retrógrado de la emancipación de la mujer se verá defraudado. Más bien utiliza una óptica realista, por cuanto es cierto que esta clase de actitudes era nueva en la sociedad y cada cual trataba de resolverla como podía. En este caso, el tío de Mora es mucho más comprensivo con la situación y piensa que es mejor dejar sola a la pareja para que tome el camino que más le convenga. Sin embargo, la tía considera reprobable la conducta de su sobrina y trata de buscar una solución hablando con el pintor, al que ofrece una dote a cambio de que se case con Mora. Este planteamiento estalla por los aires cuando el tío se encuentra con Mora en un museo y ésta le revela que en verdad está casada pero que va a abandonar al pintor por otro hombre.

Se trata por tanto de un cuento que expone una aplastante verdad: que la realidad siempre va por delante de las ideas. El nudo de la trama está en la conquista del poder emocional entre el tío y la tía, la hostilidad latente que se alza ante ellos cuando la persona a la que han cuidado toma un camino propio bien distinto a la educación que se supone que le han dado y la supuesta ingratitud de quien ha recibido un cariño que después no se ve recompensado. En definitiva, un eterno problema que llega hasta nuestros días.

El particular ajuste de cuentas de Henry James con los Estados Unidos enmarca la trama de La vieja Cornelia (Crapy Cornelia, 1909). Aquí aparece el sempiterno pretendiente de sus relatos detrás de una hermosa mujer neoyorquina, cuya personalidad deslumbrante no puede ocultar un gusto vulgar y una poco distinguida actitud de nueva rica. El ya maduro White-Mason se dirige a casa de Mrs. Worthingham para pedir su mano por tercera vez. El hombre ha pasado muchos años en Europa y esto se aprecia en su especial sensibilidad y su buena educación. A pesar de su edad es un ser de carácter inocente; quizá por ello no llegamos a comprender qué ha podido enamorarlo de la adinerada mujer (aquí la brevedad del cuento le juega una mala pasada a James). Sin embargo, lo que se trasluce exteriormente de Mrs. Worthingham no es nada halagüeño; lo que piensa de aquella casa es la exacta traducción de las novedades que ha percibido a su regreso a Nueva York.

Emanaba de cada rincón una especie de nota sobreaguda. Todo era de una ingenuidad que -no, estaba seguro- jamás había visto igualada por lugar alguno, como si cada uno de los caros objetos que la componían chirriara con una especie de voz sin gracia que había “llegado a casa”. Contempló aquella visión con la misma mueca que se produce en los rostros de la gente cuando pasan de un corredor poco iluminado a una luz cegadora, y si hubiese sido fotografiado en aquel instante habría tal vez sorprendido que su primer tributo al templo de los encantos de Mrs. Worthingham fuese un gesto casi de angustia.

Durante esa visita se reencuentra con una vieja conocida, Cornelia Rasch, que también ha vuelto de Europa. A diferencia de él, Cornelia ha permanecido en el viejo continente por razones económicas y su pobreza salta a la vista; quizás por eso no le presta la menor atención en los primeros instantes, y en cuanto se queda solo con su amada vuelve a su primera intención de casarse con ella. Pero hay algo que lo detiene: cuando Mrs. Worthingham habla de Cornelia, de su dramático pasado, de su actual situación, percibe que algo ha cambiado en su interior. Digamos que Cornelia, con su discreto traje negro, contrasta poderosamente con la brillantez de los objetos y de la propia Mrs. Worthingham, y ese contraste se interpone en sus pretensiones.

Una visita posterior a Cornelia Rasch le hace ver lo que solo había intuido días antes: ella representa la vieja Nueva York, los amigos desaparecidos, el ambiente discreto y educado, los queridos recuerdos. En pocas páginas James construye una nostalgia del pasado realmente brillante. No es que el cuento sea de los mejores de su producción, pero hay momentos conmovedores, llevados con pulso firme y seguro, y aunque parece que el pesimismo se adueña de la situación (dos seres solos, que no pueden amarse porque únicamente los une su edad y sus circunstancias) se alcanza un final ilusionante, resuelto con suma inteligencia.

El que sí se encuentra entre los mejores relatos de James es El banco de la desolación (The Bench of Desolation, 1909): es un pulso del escritor contra la inverosimilitud de una historia que va emocionando al lector por momentos hasta llegar a una especie de anticlímax final que tiene mucho de expiación. Decimos que la historia tiene cierto grado de inverosimilitud (o al menos eso se le ha achacado) porque es tremenda y difícil de asimilar por el lector actual, pero lo peor es que es cierta y como tal la registró James en su Cuaderno de notas en diciembre de 1908 con las siguientes palabras:

Un hombre se había prometido con una joven, pero tiempo después, pensándolo mejor, dio marcha atrás; tales fueron la indignación y el resentimiento de ella que, bel et bien, lo amenazó con un juicio por ruptura de promesa matrimonial; con tal furia, y presumiendo tanto de que tendría éxito, que él, asustado, temiendo el escándalo y la humillación, etc., se comprometió a desembolsar las 200 libras que pagaban el daño —cifra estipulada por ella, etc. Si bien el hombre cumplió, el efecto que ello tuvo para él fue el de tambalearse durante años bajo el peso de las obligaciones contraídas para reunir el dinero. La vida toda se le echó a perder, se vio empobrecido, etc. —y así pasaron los años. En el caso ocurrido en Withersham —según oyó mi amiga—, el hombre se casó luego con otra, etc. Muerta su mujer, sin embargo, de algún modo volvió a dirigirse a ella, su primera novia —o ella lo buscó a él—.

James no se apartó ni una coma de esta pequeña anécdota que nos puede servir de resumen de la trama. Lo que añade al texto es su conocida nota de crueldad, que en este relato llega hasta el extremo. El protagonista, Herbert Dodd ve arruinada su vida cuando decide unirse a Kate Cookham. Ella representa ese ser que se cruza en el camino de determinadas personas y marca infaustamente su destino, algo que ocurre y seguirá ocurriendo siempre. Lo de menos es la causa, incluso saber qué atractivo encontró él en Kate para verse posteriormente engañado.

James necesita un motivo para mostrar lo que el destino puede deparar a las personas; esa es la base de la tragedia, y lo que le interesa a James es cómo se experimenta esa tragedia, lo que implica en el día a día de los afectados, la degradación a la que se llega cuando el destino es inexorable y no se puede hacer nada contra él.

Herbert Dodd acude cada día al final de una dársena para sentarse en un banco, su banco de la desolación, donde medita sobre su vida, donde no alcanza a comprender por qué un día se torcieron sus pasos sin que él hiciera nada reprobable. Ha intentado rehacer su vida, casarse, tener hijos, pero la desgracia lo ha perseguido, la muerte lo ha privado finalmente de su familia, todo por una pobreza (no solo económica, sino también de espíritu) a la que se ha visto abocado sin piedad.

Pero la intención de James no es regocijarse en la miseria de ese hombre y decide darle una vuelta de tuerca: después de muchos años, aparece de nuevo Kate sentada en el banco de la desolación, esperándolo, y con ella trae una extraña explicación de los hechos. Es cierto que toda la atención del escritor se ha dirigido hacia Herbert y, mientras tanto, algo le estaba ocurriendo a Kate, como ocurre en la vida misma: será el momento de saber qué le sucedió.

La respuesta es una historia de amor de pesadilla, una especie de cuento de hadas en el que Herbert se encuentra con una pequeña fortuna gracias a esa hada maléfica que se cruzó en un momento dado en su vida y que vuelve a cruzarse, esta vez para bien, o al menos eso es lo que podría pensarse en un principio si no fuera porque Herbert ya es un alma destruida.

De alguna forma, El banco de la desolación es una historia de fantasmas, un fantasma perverso que aparece y desaparece en la vida de un hombre honrado e ingenuo, uno de esos fantasmas de carne y hueso que tocan tangencialmente las vidas de los demás y la intoxican con su breve pero determinante presencia.

El último cuento que escribió Henry James en su vida lo tituló Una ronda de visitas (A Round of Visits, 1910). No es un texto muy conocido del autor pero expresa como pocos la experiencia de un escritor de casi setenta años que ha vivido momentos de esplendor y de derrota. Aunque es imposible que James supiera que sería su último cuento, contiene toda la sabiduría de un artista cuando alcanza cierto grado de vivencias contradictorias, algo que por desgracia apenas ocurre en la actualidad: ahora los escritores parecen eternamente jóvenes y ni siquiera se permiten la ironía o la profundidad que presumiblemente otorgan la edad.

La estructura del cuento es muy sencilla; lo indica el propio título y, sin embargo, cuánta maestría contienen sus páginas. El protagonista es otro de los típicos exiliados que vuelve a Nueva York después de muchos años viviendo en Europa. Para no engañarnos, el personaje de Mark Monteith es el propio James sin apenas disfraz. Ya desde los primeros párrafos va construyendo una visión de Nueva York que se acerca a lo dantesco: encerrado en su hotel, Mark contempla las calles arrasadas por la nieve y la ventisca, una ciudad inhóspita como solo puede ser Nueva York cuando la cruda naturaleza se alía con la soledad de sus habitantes.

La llegada de Mark a Estados Unidos no es tampoco por motivos placenteros: su mejor amigo lo acaba de estafar y se ha marchado con parte de su dinero. Mark decide visitar a algunos viejos amigos y lo que se encuentra es un panorama mucho más devastador que la pérdida de su fortuna. Aquí merece la pena pararse en un hecho paradójico en la última literatura de James; lo expresa magníficamente su biógrafo Leon Edel:

Las mujeres de estos relatos parecen haber perdido toda su simpatía, son gordas y fatuas, feas, ricas, crueles y han olvidado el sentido de la amabilidad.

Las mujeres, que han sido los personajes más brillantes de su narrativa, se convierten en motivos desagradables movidos por la ambición, el mal gusto y el egoísmo. Ya nada queda de Daisy Miller o Isabel Archer; la antigua belleza y el dinamismo de sus heroínas han dado paso a lo que entiendo que es una equiparación con los hombres, cuya conducta poco escrupulosa nunca fue muy del gusto del autor.

No obstante, no olvidemos que la causa de su llegada a Nueva York es la repugnante conducta de un hombre, de un amigo, y quizás esto le sirva a James como contrapeso de lo que más tarde nos ofrecerá en este relato.

Esa ronda de visitas que nos indica el título la inicia en el salón de su propio hotel con Mrs. Folliot, una vieja amiga que también se ha visto obligada a regresar a Estados Unidos al ser víctima del mismo desfalco que él. Mientras la conoció en Inglaterra, ella siempre había demostrado ser cariñosa, encantadora, vivaz, y así la encuentra frente a él, unidos –cree- por un dolor común y por un cierto sentimiento de desamparo… hasta que cinco minutos después de haber iniciado la conversación descubre a una mujer que se lamenta hasta el aburrimiento de su dinero perdido en una cháchara ególatra y sin modales, de una vulgaridad atroz en su incapacidad de no ver otra cosa en el asunto que dinero y más dinero…

Su siguiente visita la realiza a casa de otra amiga, Mrs. Ash, a la que vio por última vez hace 9 años en París, una entusiasta de las bellas artes que al menos no ha sido esquilmada económicamente, y que le ha escrito amablemente al hotel nada más saber que él ha llegado a Nueva York. Pero tampoco tiene éxito: sin ningún preámbulo, le endilga todo lo que quiere o lo que no quiere saber sobre su inminente divorcio. A ella se le ve contenta, egoístamente contenta, y buenas razones tiene para ello porque le explica el suceso completo y también sus preocupaciones y sus planes y cada pequeño acontecimiento del último acto de la tragicomedia de su vida.

Viendo que no tiene otro lugar donde acudir, como si su amigo, con su dinero, también se hubiera llevado todo lo que lo unía a sus amistades norteamericanas, decide acudir a la casa de un hombre vagamente conocido que se ha interesado por él a su llegada, un hombre enfermo, solitario y despojado que tuvo relación con su amigo el estafador y que, milagrosamente, está dispuesto a escuchar todo cuanto le quiera decir.

Este último acto del cuento es memorable porque desde que se inicia hay como una especie de extrañeza en la conducta de su anfitrión que desasosiega, un misterio que parece revelarse en cada una de sus palabras, en su atenta escucha, en su bondadosa comprensión.

No podemos decir más; solo indicar que el último párrafo del último cuento de Henry James termina con un disparo. Todo el relato, toda la ambientación, todas las visitas han sido la preparación para esa última escena impactante, como si de un escritor de thriller se tratara. En un majestuoso redoble final, James concentra en muy pocas palabras buena parte de sus temas de siempre, Europa y América, la ingenuidad y la perversión, el presente y el pasado, la culpa, la curiosidad y la inteligencia, y la hace explotar en una sola detonación: nada escapaba a la poderosa mirada de Henry James sobre los rincones del alma humana y sus oscuras motivaciones.

El banco de la desolación. Ediciones Destino.

La vieja Cornelia y Una ronda de visitas se encuentran en la colección Nueva York. Editorial Sexto Piso.

El guante de terciopelo y Mora Montravers forman parte de Complete Works of Henry James. Delphi Classics.

 

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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