El insoportable encanto de la felicidad

Tus_zonas_erroneas

A los psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas y demás exploradores de la mente les salieron hace tiempo unos serios competidores: los libreros. O mejor dicho, las editoriales que ponen en el mercado los cientos de libros de autoayuda que ya tienen un sitio propio en cualquier extensa librería que se precie. La moda comenzó, cómo no, en Estados Unidos hace unos setenta años, y como todo lo de ese país parece tener la etiqueta de exportable, terminaron por vendernos ese tipo de libros junto a su modelo cultural.
 
No es nada despreciable el número de ejemplares vendidos de estas obras. Paulo Coelho, uno de los escritores más conocidos de novelas, digamos, espirituales, ha vendido en el mundo más de treinta millones de libros. Se trata de una literatura de consejos, de reglas prácticas, diáfana y directa. Un rápido paseo por una librería nos enseña que existen consejos y soluciones para casi todo: consejos para acabar con la soledad (Cómo encontrar tu media naranja; Aprenda a comunicarse con éxito en una semana), para acabar con el hastío de la existencia (60 ideas para cambiar tu vida), para triunfar en el sexo (Los 7 secretos del placer en la cama), para solventar los problemas familiares (Convivir mejor en familia), y por supuesto, una buena cantidad de libros para mejorar la autoestima, que es algo que por lo visto debemos tener todos por los suelos.
 
Mi amigo Jesús Saavedra, que está escribiendo desde hace años una Historia imaginaria de la felicidad, me enseñó bajo los jazmines de un carmen granadino un viejo libro escrito por un tal doctor Jesús Ordóñez titulado Intenta cultivar tu voluntad, una auténtica joya de los métodos de autoconvencimiento. El libro, desde luego, no tiene desperdicio. Ya en el prólogo nos augura un futuro de dulce: si seguimos su método lograremos “la llave maravillosa que permitirá abrir las puertas del éxito y penetrar en el templo misterioso del triunfo y de la felicidad”. Y los beneficios no acaban ahí: conseguiremos irradiar a nuestro alrededor prestigio y fuerza, aumentará nuestra capacidad mental, podremos conseguir lo imposible y que la fortuna se incline a nuestro favor, incluso, podremos lograr “efectos curativos en el cuerpo enfermo”, y todo por un precio irrisorio. La pauta que nos proporciona el autor para llegar a la voluntad termina siendo sorprendente: la voluntad se logra, entre otras cosas, a través de la ascética y la oración. O sea, que hay que ser santo para llegar a ser voluntarioso, lo cual, bien visto, no deja de ser cierto.
 
El fin último de estos libros es la esperanza de un futuro mejor, la consecución de la felicidad. Todos queremos ser felices, y lo queremos ser ya, pero el problema es saber cómo. Parafraseando a San Agustín, diría que si me preguntan qué es la felicidad, no lo sé; y si no me lo preguntan, lo sé. Y esa imprecisión es la que a todos nos tiene desorientados.
 
Por desgracia, cuando nacemos nadie nos da un manual de instrucciones para vivir dichosamente. Además, en la sociedad actual ha caído en desuso el principio de autoridad que desde siempre marcó las pautas de la conducta humana. Una vez perdida la autoridad de los padres, los educadores y los sacerdotes, nos sentimos náufragos en el océano de la vida. Es curioso constatar que durante siglos, en el mundo occidental, la Biblia fue un magnífico manual de autoayuda que procuraba remedio a todas las angustias humanas, aunque no siempre se utilizara de la mejor manera posible. Ahora las normas las dictan los gurús de la televisión, con sus criterios nebulosos, llenos de brillos y contradicciones. El cúmulo de información no se ha convertido en saber y nos damos cuenta de que a quienes peor conocemos es a nosotros mismos.
 
Quien compra un libro de autoayuda no quiere saber la forma de acabar con el terrorismo ni la posibilidad de vida en Marte, sino que quiere información sobre sí mismo y sobre quienes le rodean. No hay nada peor que la incertidumbre y la soledad entre los demás. “Somos huéspedes unos de otros” dice George Steiner, pero la sociedad nos va convirtiendo en simple realquilados de la vida sin contacto con los vecinos. Nadie conoce a nadie. Quien oye no escucha; quien escucha no piensa; quien piensa no comprende a los demás. Leemos libros de autoayuda para escucharnos a nosotros mismos cuando lo más sencillo sería atender a lo que dicen nuestros padres o nuestros hijos, nuestros profesores o nuestros amigos. Un oído que escucha, una mano en el hombro que nos apoya, un consejo que nos orienta, puede ser mejor solución que mil libros de fórmulas milagrosas. A estas alturas, en vez de ir al psicólogo deberíamos ir pensando en acudir al otorrino para que nos quitara el tapón de los oídos.
 

 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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Un comentario

  1. Magnífico artículo, me ha gustado sobre todo el párrafo de cierre, con la cita de Steiner.

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