El último concierto

el último concierto

¿Llegamos a conocer verdaderamente a las personas con las que convivimos a diario o casi a diario? ¿Sabemos lo que verdaderamente piensan, sienten o desean? ¿Bastan veinticinco años para que dicho conocimiento se considere fuera de toda duda? Este es uno de los temas que se abordan en la extraordinaria película “El último concierto” (A late quartet), ópera prima de Yaron Ziberman, con intérpretes de lujo, todos ellos magníficos: desde el recientemente fallecido Philip Seymour Hoffman, pasando por la maravillosa Catherine Keener, el veterano Christopher Walken, y un excelente Mark Ivanir, que forman un cuarteto perfecto, irreprochable, insuperable.

Esos cuatro actores dan vida a los músicos integrantes de un cuarteto de cuerda que lleva triunfando durante veinticinco años. En los primeros minutos ya comprendemos el drama que atenaza al cuarteto. Al miembro de mayor edad, Peter Mitchell (Christopher Walken), le diagnostican la enfermedad de Parkinson. Obviamente, eso sella el destino del cuarteto, que debe asumir que uno de sus miembros deberá retirarse, más pronto que tarde. La ruptura de un grupo que ha dedicado veinticinco años a la música es un acontecimiento que a ninguno de los integrantes puede dejar indiferente. Pero de repente, esa inesperada escisión, desencadena que se planteen interrogantes que, de no haber sido por la enfermedad de Peter, jamás se habrían atrevido a cuestionar. Es entonces como, bajo esa aparente máscara de perfección y de entendimiento en el cuarteto que suena, actúa e interpreta la música como una portentosa maquinaria de precisión, comienza a fracturarse. No en el sentido musical, sino en el personal. Descubrimos secretos del pasado y comenzamos a conocer a los personajes. Sabemos que Robert Gelbart y Juliette Gelbart (Philip Seymour Hoffman y Catherine Keener) forman un matrimonio con una hija, Alexandra (Imogen Poots), que también es violinista y alumna de Daniel Lerner (Mark Ivanir). Descubrimos que éste mantuvo en el pasado una relación con Juliette, y que Alexandra está secretamente enamorada de él. Y sobre todo, sabemos que la vida que han llevado estos músicos, completamente entregados a su trabajo, es la única que los puede hacer verdaderamente felices, aislándoles de la realidad, pues basta con rascar un poco la superficie para descubrir sus rencores, sus rencillas personales, la envidia y los celos que cada uno arrastra internamente.

La vida sin música sería un error”, sentenciaba Nietzsche. Para los personajes de esta película, esa afirmación llega aún más lejos, pues, desde su perspectiva, la vida sin música sería sencillamente imposible. Asumiendo esto, los protagonistas harán lo imposible por permanecer unidos, por encontrar un sustituto para el violonchelo que pronto deberá abandonar la formación. Dejo que sean ustedes los que descubran cuanto sucede, los acontecimientos que poco a poco se van desgranando en esta historia. Y, sobre todo, disfruten de la música. Para ello no me resisto a invitarles a disfrutar de una versión osquertada, dirigida por Leonard Bernstein e interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena, de la esplendorosa música del cuarteto de cuerdas nº 14 en Do sostenido menor Opus 131 del genial Ludwig van Beethoven, música que acompaña a esta magnífica película (una buena versión no orquestada, en forma de cuarteto de cuerda, pueden escucharla a través de este enlace).

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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