Francisco Giner de los Ríos. Ensayos: la educación y la pedagogía como un arte.

Giner de los RíosCuando se cumplen cien años de la muerte de Giner de los Ríos, creo que es de justicia que se reivindique la figura de un hombre que, en buena medida, trató de impulsar una nueva forma de enseñanza aunque las circunstancias políticas e históricas truncaran su objetivo. He querido en cierta forma rendir mi particular homenaje a este ilustre personaje leyendo algunos de los textos que dejó, por desgracia muy poco difundidos y que, sin embargo, cien años después siguen conteniendo ideas muy interesantes. En el prólogo de los Ensayos publicados por Alianza Editorial, el hispanista e intelectual Juan López-Morillas cita una frase con la que Miguel de Unamuno elogiaba a Giner de los Ríos: “Aunque no hubiera dejado escrito nada, como no lo dejó Sócrates, su obra viviría entera”. Aunque López-Morillas en su prólogo demuestra una admiración hacia la figura de Giner, lamenta que las palabras de Unamuno hayan perdido parte de su sentido original, principalmente porque, según dice, “a este Sócrates le ha faltado su Platón”.

Los ensayos que en su día publicó Alianza Editorial recogen parte de la efímera obra de Giner; principalmente conferencias, artículos y escritos breves en los que manifiesta, de forma concisa, elocuente, y muy expositiva su pensamiento sobre cuestiones relacionadas, por ejemplo, con el Arte y la Literatura: de este modo Giner de los Ríos diserta sobre el sentido del Arte, sobre la poesía, sobre Pérez Galdós o sobre la arquitectura del Real Sitio de El Pardo. También reflexiona, en la última parte del libro, sobre Política y Sociología, siempre desde una perspectiva humanista y bastante moderada, desde la que Giner opina sobre el concepto de soberanía política, la crisis de los partidos liberales (partidos que él apoyó), sobre el concepto de la persona social o sobre el papel de la juventud en el movimiento social (de su época). Tal vez parte de las reflexiones políticas que entonces emitiera Giner de los Ríos hayan perdido ya su vigencia. Sin embargo, creo que las dos partes más interesantes del libro las componen los ensayos que se agrupan bajo las temáticas de Filosofía y Religión, por un lado y, por otro, sobre Educación y enseñanza. Entre los primeros, me gustaría destacar un fragmento del ensayo titulado Teoría y práctica, que considero que no tiene desperdicio:

…¿Qué es es vulgaridad? La dictadura del egoísmo, la servidumbre de la rutina y la indiferencia por las grandes cosas. No es la ignorancia, ni la escasez de inteligencia, no es la cortedad de vista intelectual, sino la de horizonte. El hombre vulgar puede ser discreto, culto, dotado de talentos, genial y hasta retumbante en la sociedad; pero el nivel en que se complace su espíritu no se levanta sobre las cosas pequeñas, o, por mejor decir (pues lo infinito lo penetra todo y lo engrandece), sobre una contemplación pequeña de las cosas.

Llama a la abnegación candidez, locura al sacrificio, a la lealtad torpeza, o vive al menos cual si se lo llamara, y perpetuamente embebicido en el culto de los más triviales intereses, ni su propio espíritu se salva de aquel desdén universal hacia todo lo superior, de que apenas se sabe y que se ampara y excusa con el ejemplo de otros tantos. Colabora a la historia, como el pólipo a la edificación de los continentes, sin darse cuenta de ello. Sólo conoce lo que le aprovecha, y, en los conflictos en que las almas se destrozan, se aparta confesando que él “no es de la raza de los héroes”.

Pero de “héroes” no hay raza: todos podemos y debemos serlo. Todos lo somos, con sólo romper el yugo de la vulgaridad…

Pero si por algo ha perdurado la figura de Giner de los Ríos ha sido, sobre todo por sus ideas sobre la educación y la enseñanza. Giner hace una crítica rotunda del sistema educativo español, pero no se limita a criticar lamentándose, sino que trata de construir un sistema nuevo, algo que puso en práctica con la famosa Institución de Libre Enseñanza que, de haberse implantado de forma perdurable (algo que la guerra civil, entre otras desgracias, truncó) pudo haber revolucionado nuestra forma de aprender, de pensar, y de ser. Muchas son las citas que merecen ser reseñadas de estos artículos. Sin embargo, voy a seleccionar solo una, que considero suficientemente elocuente, perteneciente al ensayo Instrucción y educación:

La educación actual, descuidada en la casa y todavía más en la escuela, pide urgente reforma, y la Pedagogía tiene infinito que decir y que hacer.

Testigo abonado de ello es nuestra presente sociedad, cuyas tendencias adolecen de un vicio radicalísimo. «Se nos enseñan muchas cosas -dice con frecuencia el joven-, menos a pensar ni a vivir.» El resultado es lógico. Los hombres medio instruidos, pero no educados, tienen su inteligencia y su corazón punto menos que salvajes; oscilan al azar, guiados por un oscuro instinto más difícil de interpretar que el oráculo de Delfos; ignoran el arte de formar ideas propias y el de servirse de las ajenas, y la anarquía de su desvariado pensamiento se refleja en la inconstancia de su conducta, que por fáciles modos se envilece en el egoísmo y el ateísmo práctico. Así, la sociedad contemporánea, hija de aquella psicología para la cual la nota característica del espíritu es el pensamiento, no ve en el hombre más que la inteligencia, y en la inteligencia, el entendimiento; es decir, la fuerza de penetración y acomodo de los pormenores. Así también el gobierno de esta sociedad no está, como suele decirse, en manos del dinero ni de la fuerza, sino del talento, de los hombres sagaces, astutos, rápidos de comprensión, descreídos de ideal y expeditos de lengua.

Por manera que la educación de nuestros tiempos padece, primeramente, por suponer que el elemento intelectual es el único que necesita racional dirección y abandonar el resto a la conciencia individual y al irregular, y a veces contradictorio, estímulo de los varios sucesos a que se fía la formación de nuestro espíritu en todas relaciones. Y en segundo lugar, peca esa educación, dentro ya de esa misma esfera, a que tenazmente se limita, por ser principal, casi exclusivamente, pasiva, asimilativa, instructiva, ciñéndose a imbuir en nosotros las cosas que se tienen por más averiguadas y dignas de saberse, sin procurar el desarrollo de nuestras facultades intelectuales, su espontaneidad, su originalidad, su inventiva. ¡Qué convicciones arraigadas pueden esperarse de semejante sistema!

(…) Mientras esto no se comprenda, poco ha de esperarse de nuestros centros docentes, públicos o privados, para la cultura y progreso de la patria. El niño, que detesta la escuela; el joven, que maldice los estudios graves; el Gobierno, que los proscribe de sus cátedras y hasta los persigue en ocasiones; el profesor, que repite año tras año la misma cantilena, suspirando con el alumno por la hora dichosa de las vacaciones que ha de emanciparlos a entrambos, son, después de la atonía del espíritu nacional, el más elocuente testimonio contra un orden de cosas que sólo por excepción deja de inspirar tedio. Con ser tan miserables los recursos materiales consagrados a su subsistencia, quizá todavía exceden al beneficio que produce.

Giner de los Ríos defendió una forma de educar más humana, en la que la relación entre profesor y alumno fuese más cordial y participativa, como sucedía en los tiempos de los griegos, soñó con un sistema educativo que debía prestar especial énfasis en la enseñanza primaria, por ser la base sobre la que se edificarían los pilares de lo que, ya no solo serían simples alumnos instruidos, sino personas en el sentido más completo de la palabra, formadas en todos los aspectos. Giner defendió preceptos que en su tiempo debieron parecer revolucionarios, e incluso que molestarían o causarían indudables críticas y hasta el desprecio de sus coetáneos: por ejemplo, juzgaba inútiles los exámenes, creía necesaria una armonización entre el cuidado de la mente y del cuerpo (llevando a la práctica el famoso lema latino de mens sana in corpore sano), defendía que la enseñanza de la religión debía abordarse desde un aspecto humanista en las escuelas, ahondando en el conocimiento de las distintas religiones del mundo, y fomentando así una tolerancia a prácticas y creencias diferentes; la enseñanza de la práctica de cada confesión debía hacerse, en su opinión, de forma extraescolar, en el ámbito más privado de las catequesis y de los hogares familiares.

Giner de los Ríos fue un gran humanista que supo vivir como pensaba, manteniéndose firme en sus convicciones. Muy influenciado por el pensamiento de Krause, fue un defensor de la libertad de pensamiento. Hoy choca su tono tolerante, moderado, sensato, siempre conciliador hasta el punto de pretender conciliar creencias en principio dispares como el teísmo y el panteísmo. Estos ensayos son una buena muestra de ello. Cien años después, tal y como lamentaba López-Morillas, es posible que Giner no haya dejado ningún discípulo, aunque esa opinión sea un tanto discutible, pues pueden considerarse discípulos suyos, o al menos educados bajo la sombra de su influencia, a personajes de la talla intelectual de Manuel Bartolomé Cossío, Rafael Altamira, los hermanos Machado, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, o Luis Buñuel, por citar algunos pertenecientes a generaciones diferentes. De un modo u otro, yo creo que algún poso debieron dejar sus ideales reformadores cuando, cien años después, su figura sigue siendo recordada como la de un maestro que supo transmitir lo que quizá sea el don más importante que un alumno puede recibir: la capacidad de entusiasmo por aprender.

Francisco Giner de los Ríos. Ensayos. Alianza Editorial

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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