Frank Capra o el optimismo, pese a todo

Frank Capra

Son muchos los que han tachado a Capra como un cineasta trasnochado, ingenuo, blando e idealista en sus argumentos. Sin embargo, ni la vida de Capra fue un camino de rosas ni su obra debe tacharse de una forma tan ligera. Frank Capra fue no sólo uno de los más grandes realizadores que ha dado la industria del cine, un auténtico maestro y artesano de películas, si se me permite usar esa expresión, sino que además supo aunar su arte con un compromiso que convertía sus obras en emotivas denuncias sociales.

En los tiempos de crisis que vivimos, me parece más que justificado hacer un recuerdo de este eminente director, uno de los más honestos, sencillos, sinceros y valientes que ha dado la industria cinematográfica. Recordemos que Capra comenzó a trabajar en el cine en los años 20, antes de la llegada del sonoro, y que la mayor parte de las películas que le hicieron triunfar son de la década posterior a la gran crisis americana del año 1929. El reflejo de la sociedad de entonces, el New Deal, el capitalismo atroz, son algunos de los temas recurrentes en sus películas, en las que, por muy desesperada que sea la situación, siempre podemos encontrar personajes sustancialmente buenos, dispuestos a trabajar y a sacrificarse por el bien común. Ese idealismo puede resultarnos chocante hoy en día, pero, al igual que sucede con grandes novelistas o con grandes artistas, cada obra de Capra es una lección de ética, de compromiso, una denuncia de aquello en lo que nos hemos convertido, en lo que nos estamos convirtiendo.

Uno de lo mejores ejemplos de esta concepción de la vida y de la crítica social la podemos encontrar en lo que en apariencia no pasa de ser una comedia disparatada pero que, sin duda, es mucho más que eso. Estoy hablando de Vive como quieras (You can’t take it with you, 1938) una película que ganó varios oscars (entre ellos su tercer oscar como director) y cuyo argumento es un retrato del pensamiento de Capra, un canto a la vida y a la felicidad, que puede resumirse como una comedia en la que cada uno de sus personajes, miembros de una excéntrica familia, hacen exactamente lo que reza el título español: vivir en entera libertad, algo que les cuesta más de un problema, hasta tal punto que a los protagonistas se les detiene y se les acusa de revolucionarios anarquistas.

Recuerdo con especial ternura el personaje que encarna Lionel Barrymore, cuando, en la cárcel, lejos de deprimirse, saca su armónica y le explica a su futuro consuegro (encarnado por Edward Arnold, el padre de James Stewart, en la película) que él ha elegido llevar esa vida, que anteriormente él fue un empresario sin escrúpulos, alguien más parecido a la persona con quien está hablando, un orgulloso hombre de éxito, engreído, soberbio, con mucho dinero, pero con un ritmo de vida que no le procuraba ninguna felicidad. El mensaje que Capra nos lanza es sorprendente, pues se opone radicalmente a la ideología capitalista en la que justamente priman el dinero, la ambición desmesurada, o la riqueza de unos pocos basada en la ruina de los demás. En plena época de crisis, cuando en América todavía sonaban los coletazos de la gran depresión, las películas de Capra debieron de ser alentadoras para el gran público, pese a que pudieran ser calificadas de reaccionarias, demagógicas, o simplemente ingenuas.

La bondad de los personajes caprianos pese a las dificultades es otra de las características que suelen estar presentes en sus películas. Otro ejemplo de esto es Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington), de 1939, una película que hoy deberían ver muchos de nuestros políticos y gobernantes, pues constituye un alegato sin fisuras a favor de los principios fundamentales de la democracia, la libertad, la honradez, o el servicio de la política al pueblo, y no al revés. Aquella película fue rodada en un momento en el que algunos de estos ideales estaban claramente en peligro con la instauración en Europa de dictaduras fascistas y también comunistas. Lo que esta película nos enseña es que no debemos bajar la guardia, que incluso cuando nos creemos poseedores de unos derechos que nunca desaparecerán, siempre corremos el peligro de que cualquier convulsión acabe de un plumazo con todo. James Stewart se enfrenta de forma un tanto quijotesca a todo un sistema de corrupción que domina y manipula las estructuras políticas y económicas de su país, aun a sabiendas de que su lucha solitaria está perdida de antemano, que su gesto no es más que un esfuerzo desesperado, un suicidio político, una inmolación cuyo sacrificio no le llevará a ninguna parte. Lo que nos sobrecoge es justamente eso: su inquebrantable honradez, su decencia, su entereza, su integridad.

Otros buenos ejemplos de estos personajes que se rebelan contra la injusticia los encontramos en dos películas protagonizadas por Gary Cooper: El secreto de vivir (Mr. Deeds goes to town, 1936), quizás la primera película de Capra con un mensaje claramente social y Juan Nadie (Meet John Doe, 1941), en ambos casos sendos alegatos contra la mezquindad y a favor de la justicia basada en la bondad humana, si bien en Juan Nadie se percibe un tinte más pesimista, marcado por un cierto nihilismo, quizá relacionado por las noticias de la guerra mundial y el avance del nazismo en Europa.

De nuevo con James Stewart como actor fetiche, Capra rodaría cinco años después ¡Qué bello es vivir! (It’s a wonderful life, 1946) , para muchos su mejor película, y en la que en oposición al escepticismo de Juan Nadie, una vez finalizada la guerra mundial, recoge un mensaje positivo y esperanzador en donde de nuevo nos dejamos conmover por la solidaridad y la ternura de sus personajes. Paradójicamente, esta película que hoy en día es considerada su obra maestra fue un fracaso de taquilla del que Capra ya no se recuperaría. La crítica comenzó a considerarlo entonces como un director trasnochado, pasado de moda, pese a que obtuvo como reconocimiento un globo de oro a la mejor dirección. Justamente por aquella época comenzó el conocido proceso de “la caza de brujas” promovido por el senador McCarthy. Lo que sucedió entonces no dejaba de ser una constatación del peligro que Capra había advertido en sus películas como Caballero sin espada: nunca estamos a salvo de los fanatismos o de la corrupción por muy seguros que creamos encontrarnos. Cuando el cinismo y la ignorancia desplazan al idealismo y la bondad como valores básicos, ya sea en aquella ignominiosa época de listas negras, como en la actual, en plena crisis y con casos de corrupción por doquier, uno comprende y se reafirma en que hay una serie de artistas y de obras imprescindibles, que siempre deberíamos tener presentes, porque en su momento tuvieron la lucidez de mostrarnos un camino recto. Por eso reivindico las películas de Frank Capra como lo que eran: unas comedias deliciosas que te hacían sonreír e incluso reír a carcajadas, además de un ejemplo de lucidez.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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Un comentario

  1. Qué haríamos cada Navidad sin emocionarnos junto a George Bailey. Cuando terminan las películas de Capra, el espectador está cargado de positividad, de regusto por la vida e inundado por la sensación de que podemos y debemos ser mejores personas.

    En la primera época del sonoro, cuando los directores eran meros asalariados y el poder absoluto estaba en manos de los dueños de las productoras, Capra consiguió, como cuenta en su autobiografía, que su nombre fuera delante del título. Era una seña de identidad, una marca de garantía al que el público acudía más allá de ser una película de Gary Cooper o Jimmy Stewart, hasta que Hollywood le volvió la espalda.

    Una mención especial a su última película «Un gánster para un milagro», excelente film cargado de toda su filosofía de vida y que cierra brillantemente una coherente carrera.

    ¡Un bonito y necesario artículo!

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