Fuego en el cuerpo. Lawrence Kasdan: calor, erotismo y codicia

Fuego_en_el_cuerpo-cartel Lawrence KasdanNada más apropiado para este verano tórrido que estamos padeciendo que una película como Fuego en el cuerpo, en la que el calor es un elemento fundamental que transmite mucha más intensidad al desarrollo de esta historia negra, negrísima. La película fue toda una sorpresa tanto para el público, pues tiene una estética innovadora en el tratamiento de las escenas sexuales, como probablemente para el propio director por el éxito que cosechó. Lawrence Kasdan no había rodado una sola película hasta entonces, limitándose a escribir guiones que, eso sí, le proporcionaron una buena reputación (El imperio contraataca y En busca del Arca Perdida son guiones suyos). El resultado de esta primera experiencia como director fue una obra redonda, muy bien planificada en cada una de sus secuencias y dirigida con auténtica brillantez. La película obtuvo un inmediato éxito de público y crítica, un hito posiblemente inesperado pero es que, además, Kasdan tuvo el mérito de lanzar al estrellato a dos actores por entonces desconocidos y que en esta película brillan con luz propia: se trata de Kathleen Turner y William Hurt. No fue esta la última vez que ambos intérpretes trabajaron juntos. Volvieron a repetir, precisamente a las órdenes de Lawrence Kasdan, en El turista accidental.

Pero volviendo a esta película, rodada en los primeros ochenta, se trata de una película de cine negro con un tratamiento que recuerda el viejo estilo. El argumento es sin duda alguna deudor de Perdición, de Billy Wilder, película que, dicho sea de paso, es para mi gusto una de las mejores películas del género, si no la mejor. La ambientación de la película es extraordinaria y, como he dicho al principio, el calor es un elemento persistente a lo largo de toda la película. En numerosas escenas vemos cuerpos sudorosos, húmedos, con la piel brillante incluso de noche, con ventiladores encendidos por todas partes tratando de luchar inútilmente contra un aire que parece estancado y que se resiste a abandonar la ciudad. La noche y la oscuridad también juegan un papel importante en esa estética noir que Kasdan le imprime a las escenas. Si la película es deudora de Perdición, creo que también tiene ciertos elementos en su guión que hacen recordar a El cartero siempre llama dos veces, pero incluso la versión de Bob Raphelson (del mismo año que Fuego en el cuerpo) que ya tiene un contenido erótico importante, no llega a la sensualidad con que Kasdan trata las escenas de sexo, posiblemente una de las películas en las que el espectador puede ver a una pareja haciendo el amor con una naturalidad que rehúye en todo momento la artificiosidad con que este tipo de escenas suelen llevarse a la pantalla. La escena en la que ambos personajes están en la bañera, por ejemplo, es memorable. Y luego está el lenguaje, la forma tan procaz y descarada con la que el personaje de William Hurt se dirige a Kathleen Turner hace que toda la historia gane en credibilidad. Es un lenguaje directo, explícito, en ocasiones cargado de erotismo, lo que le proporciona una frescura (o un calor, según se mire) inusual a los diálogos.

En cuanto al argumento, el planteamiento de esta película es bastante clásico: la historia trata de un abogado mediocre y mujeriego (William Hurt) que una noche conoce a una mujer muy atractiva con la que tiene una aventura que comienza siendo de una noche y termina convirtiéndose en algo cada vez más desenfrenado, pues ambos se buscan cada noche para tratar de aplacar su insaciable apetito sexual. El inconveniente es que la relación que han comenzado tiene un obstáculo: ella está casada con un rico empresario al que ve muy poco. Ella sugiere entonces que eliminar a su marido es la solución ideal para dar rienda suelta a la relación entre ambos, sin mencionar el dinero que ella heredaría. La codicia es, pues, junto a la lujuria, el catalizador de esta relación apasionada, al igual que sucede en Perdición y en El cartero siempre llama dos veces.

En cuanto a la puesta en escena es, como ya he dicho, muy eficaz y elegante. Hay escenas que creo que están perfectamente realizadas, como la escena en que los dos personajes se conocen, o cuando él no reprime sus impulsos y rompe el cristal de una ventana para poder entrar en la casa y devorar, sexualmente hablando, a su amante, que responde a los impulsos de él con la misma fiebre, con una insaciabilidad completamente animal, primaria, casi primitiva. En papeles secundarios encontramos a actores a los que también les llegaría su momento de fama: Ted Danson como el amigo de William Hurt, o Mickey Rourke, un criminal de poca monta que es cliente suyo y que, en un momento de la película, le devolverá a Hurt el favor que le debe proporcionándole una pistola con la que matar al marido de Kathleen Turner.

Si después de leer todo esto no están sudando todavía, hagan lo posible por ver esta película y les garantizo comenzarán a sentir calor por todo el cuerpo. Solo que esta vez, si el calor no les impide llegar a alcanzar el portentoso e impresionante final de la película, entonces, ya lo habrán comprendido, todo ese sufrimiento habrá merecido la pena.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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