Guarda y tutela. Henry James: El perverso efecto Pigmalión

09.guardaPonerle nombres al amor es una de las tareas más inútiles a las que se ha venido enfrentando el ser humano pero un material lo suficientemente complejo para que un buen escritor pueda extraer provecho de él. Por eso no es de extrañar que un autor tan sutil como Henry James lo eligiera para su primera aventura narrativa de importancia, la novela corta Guarda y Tutela (Watch and Ward, 1871). Naturalmente, y aunque estamos hablando de sus comienzos como literato, James no se iba a quedar en una historia de amor convencional sino en una sofisticada trama de sentimientos complejos y contradictorios, de situaciones que requieren una mano diestra para no caer en amaneramientos pretenciosos.

El punto de partida es inmejorable: Roger Lawrence, un joven rico y solterón a conciencia después de que se viera rechazado por Miss Morton, conoce en un hotel a otro joven que se encuentra en una situación desesperada y que le pide ayuda económica, la cual le niega nuestra protagonista por desconocer la procedencia de dichas dificultades. Esa misma noche, el joven se suicida y deja sola en el mundo a su hija pequeña, Nora.

Roger, movido en principio por su conciencia, asume la responsabilidad de criar a la niña huérfana, sobre la que vuelca todo su esfuerzo como tutor. Los paupérrimos antecedentes de Nora, cuya corta vida ha sido dura, impulsan a Roger a concebir una instrucción integral que la convierta en el futuro en una mujer distinguida y con clase, aunque el material del que parte es realmente desalentador.

De esta forma, nos encontramos de repente con el solterón empedernido haciendo de padre, o de tutor, puesto que no podemos definir si la niña es tratada como una hija o como una niña tutelada, pero en cualquier caso Roger supone que los sentimientos que irán aflorando a lo largo de los años determinarán su posición respecto a Nora.

Hasta aquí llega la historia que podríamos llamar convencional, pero James la complica insertando un primer elemento perturbador en la relación entre los dos: Roger se enamora de la niña, pero ¿puede un adulto enamorarse de una niña que además tiene a su cargo como si fuera una hija? El amor paternal puede confundirse con el amor conyugal pero es que el plan de Roger contiene desde el principio una intencionalidad de cuya perversión él no es consciente: en realidad, está modelando a Nora para que sea una buena esposa, una esposa para él.

En este punto es donde la caridad, el paternalismo, la sexualidad y la manipulación se mezclan de forma conveniente para preparar lo que la propia naturaleza creará irremisiblemente: una mujer adulta que puede elegir. Como es lógico, James deja ese momento para el clímax de la novela, pero antes ocurren otros acontecimientos de cuyo riesgo sabe Roger Lawrence: que la niña, o la joven en la que se va convirtiendo, se abra al mundo. Es más, él mismo lo promueve, porque ese paternalismo, o si se quiere llamar de otro modo, esa responsabilidad que él ha asumido con su tutelada, se impone por encima de sus propios intereses sentimentales, dada su peculiar forma de ser.

Primera edición de Guarda y Tutela, de Henry James Jr. Boston.1878
Primera edición de Guarda y Tutela, de Henry James Jr. Boston.1878

Ya en su primera narración larga James incorpora a ese personaje inconfundible de su narrativa que tantas concomitancias tenía con su propia personalidad: el hombre que observa, el personaje que contempla como si fuera un espectador lo que acontece a su alrededor aunque esté implicado en él y, en un momento dado, pueda cambiar el destino de los acontecimientos, pero no lo hace.

En este caso, Roger Lawrence tiene que soportar, en primer lugar, a un supuesto primo que le sale a la joven de la nada, charlatán, seductor, embaucador, y por ello, tipo peligroso donde los haya para una joven que está abriendo sus ojos al mundo después de haber estado envuelta entre algodones. Este supuesto primo reconoce al instante la ingenuidad de Nora igual que Roger reconoce al instante las intenciones crematísticas del joven, aunque lo máximo que hace es permanecer en la sombra, no concederle ni un solo minuto de su tiempo, pero no impide que Nora mantenga una relación natural con su primo, que ella idealiza al instante, como otra forma de conocer el mundo, de saber defenderse en la jungla de la sociedad.

Para complicar más las cosas, después es un auténtico primo de Roger, Hubert, pastor protestante y hombre de más refinadas cualidades, el que pone el ojo sobre Nora, siempre desde una ambigüedad que no levante sospechas en la joven y, sobre todo, en Roger, que igualmente permanece al acecho sin que intervenga para nada en la relación de los dos jóvenes. Él sigue siendo el tutor, continúa más pendiente de la educación de Nora que de sus propias intenciones sentimentales y le otorga de una forma implícita ese bien que es inherente a cualquier buen maestro: la libertad de elección.

No obstante, llega un momento en que Roger desea dar un salto en la formación de Nora y le pide a la antigua amiga que lo rechazó –ahora una viuda distinguida que mantiene una excelente relación de amistad con él- que acompañe a Nora a un viaje por Europa que durará un año, y donde la muchacha podrá hacerse más cosmopolita, más abierta y más culta.

Como es fácil de observar, la otra gran obsesión de Henry James, que él vivió en su propia carne, aparece en este temprano texto: Europa como único lugar donde se puede obtener una pátina de distinción y clase que en los Estados Unidos es imposible encontrar. De hecho, los personajes que aparecen en la novela adolecen de un acusado provincianismo, salvo el mismo Roger y la amiga viuda, que sí han pasado por ese ambiente reparador y sofisticado que representa Europa.

Será a la vuelta del viejo continente cuando se produzca ese esperado clímax de la novela, puesto que Nora ya sí cree tener los suficientes elementos de juicio para poder distinguir y elegir, máxime cuando se entera de que Roger, su tutor, el hombre que siempre estuvo en la sombra y al que debe todo lo que es, se ofrece como esposo.

Es extraño que en su concepción, Henry James pensara que Guarda y Tutela iba a ser  “la gran novela americana”, reflejo de una precoz y sana ambición como artista que, tan prematuramente, no se vio refrendada por la realidad. Por lo pronto, la historia sabemos que se desarrolla en Boston porque el narrador así lo asegura, pero podría suceder en cualquier otro lugar del planeta. No hay un solo indicio que caracterice la novela como propiamente norteamericana, salvo ese viaje a Europa que más bien descalifica la idiosincrasia de los estadounidenses de la época.

Por otra parte, Henry James ya enseña sus armas como narrador dispuesto a enfrentarse con tramas complejas, pero el esperanzador planteamiento no se corresponde después con cierta rigidez en su desarrollo hasta el punto de resultar artificioso en algunos momentos. No obstante, sí que hay un síntoma de grandeza en muchos detalles de la narración, que presagian posteriores situaciones mejor perfiladas en novelas como El Americano o Retrato de una Dama. Y, sobre todo, está ese factor esencial en la narrativa de James que le da un carácter único y especial: sus historias están envenenadas desde el principio, contienen una perversa malicia que el autor, ya más maduro, aprovecharía al máximo.

En Guarda y Tutela existe esa emponzoñada carga dramática desde el momento en que el tutor Roger Lawrence concibe el crecimiento de la niña desamparada como la única manera de casarse con una mujer que no lo podrá rechazar, porque es obra suya, porque está hecha a su medida y con las características que él ha querido dotarla. Tal vez el joven Henry James se encontró entre las manos con un conflicto de situaciones que superaron en mucho sus posibilidades -de hecho, nunca reeditó el libro en vida-, pero sí es cierto que el ambicioso y sugestivo planteamiento es digno de un escritor de gran talento.

Guarda y tutela. Henry James. El Aleph Editores.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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