Sándor Márai: La amante de Bolzano.

Tiene treinta años y acaba de huir de los Plomos, la terrible prisión veneciana a la que se accede a través del Puente de los Suspiros: quien entra allí tiene pocas esperanzas de volver a salir con vida de ella. Sin embargo, ahora duerme en una posada con los brazos abiertos, como si lo hubieran asesinado, y su rostro desmiente la fama que lo antecede: es serio y muy feo, con una nariz grande y carnosa, los labios finos y severos, la barbilla puntiaguda y la frente ancha; el cuerpo lo tiene fofo y es de corta estatura. Así describe Sándor Márai (1900-1989) a Giacomo Casanova, aventurero y mago, cabalista, espía y gran seductor, un hombre real que se convirtió en personaje de sí mismo, personaje fugitivo y atribulado de esta espléndida novela, El amante de Bolzano (1940), hombre de quien todo el mundo habla, en los mercados, en la calle, en los cafés, en las casas de maridos temerosos.

El nombre de Casanova da miedo: sabe secretos que nadie conoce, secretos de Estado y secretos de alcoba. Las mujeres y los hombres quisieran descubrir dónde está su encanto, porque no necesita palabras altisonantes, ni destreza con la espada; no pide más ternura que la que ofrece, no busca una madre ni una amiga en las mujeres que conquista, no busca amor ni lo pide; sólo desea dar y recibir sin prisas, sin la ansiedad de un don Juan. Casanova está tan sólo enamorado de la vida, a la que le quiere extraer todo su fruto; éste es su secreto: aprecia la vida por encima de las mujeres, de la fama, de las noches, del amor.

Con treinta años ya está harto de su éxito, que lo ha convertido en un hombre ridículo, en una atracción de feria. Adonde llega lo acompañan los susurros envidiosos de los jóvenes, el interés de las casas de juego y los lupanares, la curiosidad o el comadreo de las mujeres. Y él sólo es un hombre fugitivo, cansado de cálculos astutos y planes complicados, que sólo quiere sentirse vivo, tranquilo, en los brazos de una mujer. Pero el destino le ha hecho recalar en una ciudad pequeña y murmuradora, Bolzano, donde le espera una aventura que lo convertirá a los ojos del lector en un hombre triste y lleno de dudas.

Así nos lo presenta Sándor Márai, y en su relato nos plantea una pregunta universal: ¿alguien puede escapar de su pasado? Desde luego es difícil si nos atenemos a las memorias que escribió Casanova en su vejez, la Historia de mi vida, que ha publicado en dos tomos la editorial Atalanta, y donde el noble veneciano se presenta, desde la miseria física y moral de sus últimos años, como un joven audaz y generoso, galante y sensual. Es aquí, precisamente, en la búsqueda irrefrenable del placer de los sentidos donde encontramos las claves para entender a Casanova, aquello que le hizo ser perseguido y también envidiado, en una época en que imperaba la oscura idea del valle de lágrimas.

Aunque en la novela del genial escritor húngaro lo encontramos ante un dilema mucho más arduo: en Bolzano tiene la posibilidad de encontrarse con Francesca, un antiguo amor, quizás el único amor de su vida. La muchacha, que cuando la conoció tenía quince años, se ha casado con un anciano y noble conde que le ofrece seguridad y riqueza, pero no pasión. Por ella, Casanova y el marido se batieron en duelo hace unos años, resultando herido nuestro seductor protagonista. Lo único que desearía ahora es vivir con ella, pasearse de su brazo por París, “calentar para ella la tapadera de un cazo cuando le doliera la tripa; comprarle faldas y medias, joyas y sombreros de moda”. Quiere, en definitiva, envejecer a su lado y disfrutar de las pequeñas cosas que se transforman en grandes cuando se viven junto a un gran amor.

Lo intrigante es que el conde se adelanta a cualquier movimiento suyo, se presenta en la posada donde se hospeda Casanova y le hace una extraña proposición: aprovechando un baile de máscaras que se celebra en la ciudad, Francesca –que le ha escrito en secreto a su antiguo enamorado- pasará la noche con él en su habitación, pero a la mañana siguiente, Casanova deberá abandonar la ciudad con un suculento botín que le proporcionará el conde. Éste, no obstante, le hará una última advertencia: que no le haga demasiado daño a su esposa.

El amor se convierte en un juego, ¿pero acaso no trae Casanova esa fama de jugador amoroso, de héroe del sexo con las mujeres? Por otro lado, aparecerá Francesca tal como la espera su secreto amante: dispuesta a todo por escapar de Bolzano y de su marido. Pero su actitud sumisa es tan rastrera, sus palabras de entrega son tales que parecen falsas: ¿también será un juego urdido por la muchacha, una venganza por haberla dejado sin amor en Venecia cuando se conocieron? Y Casanova, ¿renunciará al amor, a sus sueños y a sus deseos de hombre agotado por su propio éxito, a cambio de vivir una nueva aventura que pueda recordar, de viejo, en las memorias que ya está preparando?

En ese dilema se consumará una noche extraña, muy intensa, en la que Casanova tendrá que reconocerse a sí mismo como nunca antes lo ha hecho, sintiéndose una víctima de su comportamiento, de su manera de ser. El eterno dilema entre un mundo que se rige por leyes que obligan al orden y al consentimiento, a la rendición a regañadientes y a la resignación sin preguntas, frente al mundo de los sentidos y el placer, de aprovechar de la vida todo cuanto nos ofrece. Esta encantadora novela, a través de la actitud de Casanova, nos ofrecerá una excelente respuesta.

El amante de Bolzano. Sándor Márai. Salamandra, 2005.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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