La celda de cristal. Patricia Highsmith

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La mayoría de las películas, especialmente las rodadas en los últimos cincuenta años, han surgido de obras literarias escritas con anterioridad, sin intención inicial de transformarse en imágenes en movimiento. Los productores y directores han escogido piezas, novelas, relatos u obras de teatro, que les han parecido apropiadas para la gran pantalla, y merced a las leyes del comercio, han pagado más o menos suculentos derechos a autores y han contratado guionistas que han adaptado el material literario ya publicado a un nuevo lenguaje. Algunas veces la obra cinematográfica supera, con creces, a la idea original del texto; pero en la mayor parte de las ocasiones la película solo refleja una parte, una porción de la idea original.

Para esa adaptación, es posible colaborar con el escritor, que incluso a veces hace de guionista. Aún así, es difícil transmitir en imágenes toda una novela; los directores inteligentes eligen pequeñas obras, cuentos y relatos, novelas cortas, que pueden de forma más sencilla transformar en un film de noventa minutos de duración. Escritores de la talla de William Faulkner y Raymond Chandler colaboraron en estas adaptaciones. Otros cineastas, más conocidos como directores, han sido guionistas de sus propias películas, con los ejemplos destacables de Woody Allen y Billy Wilder.

Patricia Highsmith era una desconocida de veinticuatro años cuando publicó una interesante novela de intriga, Extraños en un tren. Su agente negoció la venta de sus derechos a Hollywood por un precio casi ridículo. Pero no tuvo ocasión de arrepentirse de ello, uno de los maestros del séptimo arte realizó con su novela una de sus mejores obras, a pesar de un Chandler que abandonó la elaboración del guión, y de repente su nombre apareció en las pantallas de todo el mundo.

Comento todo esto porque Highsmith es más conocida por la adaptación de sus obras al cine que por sus libros, una fascinación que ha durado más de cincuenta años. Sin lugar a dudas, Ripley ha sido su personaje más productivo. Sus novelas parecen ser la tentación de muchos cineastas, y La celda de cristal no fue una excepción. Las obras de Highsmith no son simplemente novela negra, sino que cuestionan los valores morales, la violencia, el bien y el mal desde la descripción psicológica de las acciones de sus personajes. No escribe desde la mente del criminal, simplemente narra con una descarnada precisión los acontecimientos, en muchos caso horribles, que cambian los valores éticos de las personas. Es terrible darse cuenta de lo sencillo que puede ser convertirse en un asesino, de lo fácil que es escoger la senda del mal, y de lo temible que es comprobar que aprobamos esas acciones.

En La celda de cristal, Philip Carter ingresa en la cárcel por un crimen que no ha cometido, un delito fiscal, económico, cuando el sólo ha sido el chivo expiatorio de los auténticos desfalcadores. Su estancia en la cárcel, breve pero angustiosa, no sólo cambian su vida y la de su familia, sino que alteran el discernimiento entre el bien y el mal, tanto del protagonista como del lector. Si la novela es un alegato contra la violencia y el sistema penitenciario, no lo parece por la ausencia de moraleja o refrán final. En las novelas de Highsmith normalmente el malo sale ganando, para hacernos ver que en realidad el malo no lo es tanto, y que el bueno tampoco es el colmo de la perfección. Carter, desde la tortura sufrida en la cárcel, a través de sus relaciones con abogados, familia y otros reclusos, va transformándose en otro ser, despiadado y drogadicto, y asistimos al cambio sufrido por el protagonista de una forma impasible. Para él, simplemente las cosas suceden, y así debe ser en la mente de las personas que se deslizan poco a poco en la violencia y el crimen.

Un ejemplo de la literatura de Highsmith, una novela psicológica sin moraleja, un mapa de la crueldad, una descripción del lento deslizamiento hacia el mal. Probablemente nos hubiera pasado a nosotros lo mismo, si hubiéramos estado en las mismas circunstancias que Carter.

La celda de cristal. Patricia Highsmith. Quinteto.

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