La náusea. Jean Paul Sartre: El ser y la nada

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Las novelas de tesis no suelen tener buena fortuna en la literatura. Parece que la ficción necesita de una libertad que el pensamiento oprime, como si el mensaje estuviera reñido con la imaginación. En el siglo XX hay pocos ejemplos de novelas de tesis que sean obras maestras, pero sin duda La náusea (1938) está en un lugar destacado entre las grandes obras. Quizás era necesaria una mente privilegiada como la de Jean Paul Sartre (1905-1980) para aunar, sin que chirriara, el pensamiento filosófico más profundo con la amenidad narrativa.

Jean Paul Sartre y La náusea, novela existencialista en la que se explora de forma milimétrica el absurdo

También es cierto que si nos ceñimos estrictamente a la historia, La naúsea cuenta poco, pero lo que cuenta es el vehículo idóneo para desplegar la ideología de Sartre, tan unida al existencialismo. Y es que, propiamente hablando, La náusea es una novela existencialista, en la que se explora de forma milimétrica el absurdo y la contingencia del ser, pero no por ello es aburrida, sino todo lo contrario: sabe mantener el interés de la trama, ahondando en un viaje interior dentro del protagonista.

Éste, Antoine Roquentin, es un hombre de mediana edad que después de haber viajado por Europa Central, África del Norte y Extremo Oriente, se instala en una ciudad de provincias, Bouville, para escribir una biografía sobre un tal marqués de Rollebon. Estos datos los sabemos solo por una advertencia preliminar, de modo que el lector se encuentra de lleno con la azarosa vida de Roquentin en Bouville. Y esa vida viene marcada por una sensación de vacío absoluto, pero no un vacío que pueda provenir de una situación depresiva o de un acontecimiento doloroso, sino que es un vacío existencial, puramente filosófico: Roquentin se está enfrentando a la existencia, y no le encuentra argumentos.

Se fija especialmente en las pequeñas cosas, en los hechos más cotidianos, en los objetos más nimios. Es un existente pensante, pero no una mera entelequia, porque Roquentin es un verdadero personaje de ficción, cargado de carnalidad, aunque indudablemente conocemos más lo que piensa que lo que hace. La novela está escrita en forma de diario, de modo que pueda quedar fidedignamente reflejado cada uno de los pensamientos del protagonista, al que seguimos con interés por los vericuetos de su mente.

El gran milagro que opera Sartre es conseguir no aburrir al lector con estos presupuestos narrativos. Sabe insertar la historia con inteligencia dentro de esa aburrida provincia negra que tan bien supo reflejar Flaubert. De alguna manera, al igual que Madame Bovary, Roquentin es una persona que se aburre profundamente en el ambiente en el que ha elegido vivir (no por casualidad la novela se iba a titular originariamente Melancolía), y esa historia es creíble a los ojos del lector. Sus consecuencias serán las ideas filosóficas de Sartre, que pasan necesariamente por la disquisición entre el ser y la nada.

Lo que siente Roquentin es la náusea, un concepto que es difícil de explicar y que el propio personaje trata de describir en distintos fragmentos de la novela, sin que se pueda hablar propiamente de un discurso filosófico, que evidentemente hubiera aburrido al lector. Como contrapunto a Roquentin, Sartre inserta a otro personaje, éste optimista, ingenuo y vital, llamado el Autodidacta, que se dedica a estudiar todos los días en la biblioteca acerca de los más diversos conocimientos, de manera que comenzó a leer los libros por la letra A y en el momento que conoce a Roquentin ya se encuentra en la letra L. Él simboliza el pragmatismo, la búsqueda de la verdad a través de las cosas, de los libros, y no del mero pensamiento. Tiene sed de aventuras, de conocer, de aprender, al contrario que Roquentin, que no parece encontrar en nada un aliento de vida.

Sólo en un momento dado, Roquentin parece albergar una pequeña esperanza con el encuentro que le espera con Anny, un viejo amor de juventud, como si con ese encuentro pudiera rehacer su vida, encontrar el hilo que lo unía a ese pasado de aventuras del que no parece haber quedado ni rastro. Sin embargo, Anny se le presenta a través del velo del absurdo, y además ella colabora poco en la posible reconciliación, lo que supone un nuevo punto de apoyo para el protagonista en su descenso a los infiernos.

¿Y qué es la náusea? Fundamentalmente, un sentimiento de contingencia, el saber que podrías no existir y no pasaría nada. Roquentin se ve como un objeto más arrojado en el universo, sin sentido, sin que aspecto alguno lo diferencie de la nada. Es la nada la que atrae a Roquentin, el absurdo, el sentirse sin privilegios en la existencia. No es el absurdo un modo de encontrarse en medio de todo lo que existe, sino la capacidad (o incapacidad) de darle orden a todo aquello.

Él se siente finito, mortal, gratuito dentro del mundo, sin un objeto al que aspirar, angustiado porque todas las posibilidades que le ofrece el ser lo aboquen a la nada. La náusea es la falta de razón de la existencia, la conciencia de que el ser humano es una fuerza diminuta (e innecesaria) que busca en vano organizar un mundo complejo e irreductible. La existencia se le desvela de improviso, y dentro de esa existencia no ve nada. Como la magdalena de Proust, Roquentin descubre en el simple gesto de coger un picaporte la nimiedad del ser. Podría haber cogido el picaporte, o no haberlo hecho, o no haber existido el picaporte, o no existir él mismo, y el mundo no habría variado nada.

Sin embargo, esa angustia vital no se traduce en una novela agobiante, llena de retórica pesimista, sino que Sartre disecciona cada acto de su personaje con una acuciada finura, sin dramatismos, sin que la desesperación asome en ningún momento en las páginas.

Toda la novela está escrita con una frialdad encomiable, aunque no la frialdad de un libelo filosófico: para explicar sus ideas, Sartre sabe hacer moverse a su personaje para que vaya descubriendo en distintas facetas de la vida aquello que el propio autor quiere encontrar, y lo hace con una inteligencia tal que salimos de la lectura de la novela con satisfacción, como si hubiéramos descubierto una nueva faceta de nuestra vida, una de las más ocultas e inconfesables. Sólo un artista de la palabra, un hombre que sabe lo que quiere decir exactamente, pudo hacer posible una novela así.

La náusea. Jean Paul Sartre. Alianza Editorial

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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