La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Mendoza: (IV) La novela que nunca se publicó

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Desde el propio título, Mendoza hace pivotar la trama de su novela alrededor del asesinato del empresario y fabricante de armas Enric Savolta, hasta el punto que el escritor dedica, como en muchas novelas policiales, las últimas páginas a narrar los sucesos acaecidos de forma lineal, de tal manera que el lector tenga la certeza de saber lo que ha ocurrido justo antes de concluir el libro.

No es casualidad que el encargado de relatar los hechos sea el comisario Vázquez, puesto que, en la realidad, el mejor conocedor (y narrador) del atentado que le costó la vida al ingeniero Josep Albert Barret fue el comisario Casal Gómez en su libro Origen y actuación de los pistoleros, tal como señale en el artículo anterior. Casal Gómez, a su vez, a tenor de la veracidad de los sucesos, hace pivotar su investigación en torno a la ominosa figura del inspector jefe de la policía de Barcelona, Manuel Bravo Portillo, protagonista de los atentados a Barret/Savolta y al sindicalista Sabater/Puentegarcía.

No obstante, hay un tercer hombre en esta historia directamente conectado con los tejemanejes de Bravo Portillo que, como se verá, tiene una importancia decisiva en la novela de Mendoza: el intrigante y falso barón de Koenig.

Para ahorrarnos tediosas justificaciones acerca de su trasunto en la novela, reproducimos la presentación que Casal Gómez hace de él en su obra sobre el pistolerismo:

“Dueño ya de una bonita suma en dinero, y convenientemente alhajado, hizo su aparición en Berlín con el falso título de barón de Koénig. En aquella capital empezó a frecuentar los círculos más aristocráticos, siendo objeto de respeto y admiración en todos ellos, no sólo por las fuertes y afortunadas jugadas que hacía sino también por su arrogante figura, maneras distinguidas y ostentosa prodigalidad.”

Y ahora trascribimos la descripción que hace Domingo Pajarito de Soto del ambiguo Lepprince en su valeroso artículo:

“El escurridizo y pérfido Lepprince, de quien poco o nada se sabe, salvo que es un joven francés llegado a España en 1914, al principio de la terrible conflagración que tantas lágrimas y muertes ha causado y sigue causando al país de origen del mencionado y desconocido señor Lepprince, que pronto se dio a conocer en los círculos aristocráticos y financieros de nuestra ciudad, siendo objeto de respeto y admiración en todos ellos, no sólo por su inteligencia y relevante condición social, sino también por su arrogante figura, sus maneras distinguidas y su ostentosa prodigalidad.”

Efectivamente, el atractivo y seductor protagonista que vertebra la novela de Mendoza de principio a fin está inspirado en un agente doble de la Primera Guerra Mundial conocido como barón de Koenig o König, Fritz Kölman, Alberto Colmann, Federico Stagni, Von Rosbdel o Rodolphe Lemoine, aunque su verdadero nombre pudo ser Friedrich Rudolf Stallmann. Su vida, en sí, es una novela de aventuras, espionaje y amor.

Con apenas 18 años se alista en la Legión Francesa para eludir una acusación por robo y asesinato. Considerado un profesional del juego, mezcla sus habilidades de tahúr con labores criminales y de espionaje, adoptando para sí el título de barón de Koenig. Después de realizar diversas estafas escapa a la Argentina donde conoce y se casa con la hija de un conocido médico francés, mademoiselle Lemoine, que pasará a llamarse la baronesa René Scalda.

Tras recorrer numerosos países de donde ha de salir huyendo por diversas causas delictivas, recala en 1915 en Guipúzcoa aprovechando la estancia veraniega de la familia real española. Educado, cortés, buen conversador, se gana un merecido prestigio exhibiendo su fortuna en obras de caridad que le afianzan como hombre generoso. Acompañado por su mujer y una amante, en un extraño ménage à trois para la época, mantiene sus actividades de espionaje dada la cercanía de la frontera francesa con Fuenterrabía, centro de sus operaciones.

En 1918 aparece el aristocrático trío en Barcelona. Puesto a las órdenes del siniestro inspector Bravo Portillo, y bajo el patrocinio de la Federación Patronal, promete acabar con el desorden social en Barcelona a cambio de inmunidad. No sólo es el azote de los anarquistas: más tarde se le atribuirá la muerte del industrial Barret por colaboración armamentística con Francia, aunque de acuerdo con las fechas de su borrosa biografía, es improbable que de Koenig estuviera ya en Barcelona en enero de 1918.

Lo que sí parece más que probable es su responsabilidad en la muerte del sindicalista Sabater ‘el Tero’ en 1919, lo que provoca como reacción de los anarquistas el asesinato del avieso Bravo Portillo, momento en que de Koenig se hace cargo de la conocida como La Banda Negra, dando inicio a los años más duros del pistolerismo en Barcelona. Sus andanzas, que parecen no tener fin, podrían llevarnos hasta su detención por la Gestapo en 1943 cuando se hace pasar como el espía francés Rodolphe Lemoine: fue el primer agente secreto que fotografió los manuales sobre la máquina encriptadora ENIGMA, el secreto mejor guardado por el ejército alemán.

El falso barón de Koenig en 1942, cuando pasaba por ser el falso francés Rodolphe Lemoine, espía al servicio de los aliados
El falso barón de Koenig en 1942, cuando pasaba por ser el falso francés Rodolphe Lemoine, espía al servicio de los aliados

Todos estos hechos biográficos, naturalmente, son refrendados por una personalidad apabullante, cautivadora, cercana y amable al mismo tiempo que educada y distinguida. Se relaciona con los círculos más influyentes de las ciudades donde recala, ocultando bajo sus gestos aristocráticos su carácter de vividor y crápula a la caza del dinero fácil y las relaciones más convenientes. En definitiva, el mismo perfil seductor que Mendoza otorga al fascinante Lepprince, verdadero protagonista de su novela.

Cuando uno repasa las escenas, las circunstancias y los sucesos que jalonan La verdad sobre el caso Savolta, inevitablemente aparece la figura de Lepprince. Está detrás de todo lo que ocurre, de forma visible o invisible. Incluso Mendoza se permite la broma de incluir en la novela fragmentos literales de la ficha del sindicalista Francisco Glascá, que casualmente fue una ficha encontrada en el domicilio barcelonés del barón de Koenig durante un registro policial.

Sin embargo, las posibilidades narrativas que ofrece el verdadero de Koenig no se ven plasmadas en el desarrollo de la novela, en el que Lepprince nos ofrece otra cara bien distinta, muy suavizada, incluso borrosa. Es extraño que un novelista como Eduardo Mendoza, siempre cautivado por los aspectos más truculentos de sus personajes hasta el punto de rozar la inverosimilitud (de la que sale indemne gracias a su particular sentido del humor) no desplegara el enredo de espionaje, hampa, juego, matones y confabulación policial que posee la enérgica biografía de Koenig, limitándose (al menos en principio) a unir en matrimonio interesado a Lepprince con la hija de Savolta como mayor hecho delictivo de tan fascinante personaje.

A tenor de lo señalado en este artículo, de todos los elementos de los que disponía Mendoza y de los que finalmente utilizó, surge una pregunta inevitable: ¿qué ocurría en las más de 500 páginas de las que el escritor se deshizo para hacer la novela más asequible a público y editoriales?

Mi hipótesis, que por lo demás es un disparate sólo a la altura de ciertos argumentos de Mendoza, es que toda esa actividad criminal de Lepprince quedó eliminada por las tijeras en el proceso de reducción/redacción a la que sometió a su novela. Creo que en aquellas primeras mil páginas aparecía el carácter de Lepprince con unos tintes sombríos más propios de su personalidad, o de lo que sabemos de su oculta personalidad cuando terminamos de leer la novela.

Es de notar que de Koenig/Lepprince aparece en el consultado libro del comisario Casal Gómez de la mano del omnipresente policía Bravo Portillo, que casualmente es el único de los personajes reales que no es utilizado por Eduardo Mendoza en su novela, cuando es la figura central de los sucesos reales. Sin el complejo desarrollo de la trama de espionaje y terrorismo que enlaza al policía con el falso barón -que seguramente abarcaba decenas de páginas-, Bravo Portillo deja de tener sentido en la novela (o hubiera sido un obstáculo impertinente para un fluido desarrollo), lo que a su vez obligaba a Mendoza a rebajar la acción de Lepprince a mero oportunista e incluso a romántico enamorado pese que al final se demuestre que sus actividades eran bien distintas. Pero no se olvide: sabemos de sus actos porque los cuenta el comisario Vázquez a Javier Miranda cuando termina la novela, pero no las vemos ni las intuimos, e incluso ni siquiera Mendoza da pista alguna de lo que se ha estado cociendo bajo los hechos narrados, como ocurre en las malas novelas policiacas.

Quiero imaginar que aquella primera novela de mil páginas contenía una verdad sobre el caso Savolta que nunca descubriremos sus lectores. A pesar de ello, su poder de persuasión es tal que, aun mutilada y sin desplegar todas sus posibles bondades, se convertiría a partir del 23 de abril de 1975 en referente de la actual narrativa española, aunque ese día no fuera precisamente propicio. Lo cierto es que La verdad sobre el caso Savolta vendió en su primer día 8 ejemplares (cuatro los compró su hermana Cristina Mendoza). Su posterior subida a los altares también es una apasionante historia que conviene repasar.

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El cadáver del comisario Bravo Portillo, en la Casa de Socorro del Paseo de Gracia, asesinado como represalia del atentado al anarquista Sabater en 1919, trasunto del sindicalista Vicente Puentegarcía en la novela de Mendoza

Continuará…

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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