La verdadera historia de los Reyes Magos

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Como todos los años, aparecen en los hogares españoles esos personajes fascinantes de la infancia que son los Reyes Magos, cargados de regalos y de pequeñas ilusiones. No podemos decir que ninguno de nosotros los haya visto nunca, salvo encima de las carrozas municipales repartiendo caramelos, donde se disfrazan muy mal disfrazados con barbas postizas y betún que suponemos de Judea. Es más: si nos atenemos a los Evangelios canónicos, ni siquiera eran reyes, ni magos, es dudoso que fueran tres, y a pesar de su larga tradición en la iconografía cristiana, tampoco eran santos.

De los cuatro evangelistas, sólo San Mateo les dedica un breve capítulo. En éste se indica que eran unos magos de Oriente (no concreta su número) que siguiendo una estrella, fueron a adorar a Jesús. Pero, curiosamente (y la historia de los Reyes Magos está llena de curiosidades), los magos tenían muy mala reputación en aquellos tiempos, siendo sinónimo de hechiceros y farsantes. Por ello, Néstor Luján aclaró que la palabra mago podría proceder del vocablo persa mogu, que significa astrólogo, lo que daría más credibilidad a su pertinaz seguimiento de una estrella desde sus tierras. Otros autores, como Fray Luis de Granada, rechaza el nombre de magos para sustituirlo por el de sabios, sabiduría que desde luego no demostraron si nos atenemos a la metedura de pata en la que incurrieron frente a Herodes: llamados por éste en secreto, se fueron de la lengua, confesándole que en Belén había nacido el Rey de los Judíos y después lo engañaron, despidiéndose a la francesa, lo que propició de alguna manera la matanza de los inocentes.

Aparte de la conocida ofrenda de oro, incienso y mirra, nada más aportan los evangelistas sobre ellos. Por suerte, esta lacónica noticia, que nos hubiera privado de tan extraordinarios personajes, se vio más desarrollada en los Evangelios Apócrifos. No era para menos. El profeta Isaías había dejado escrito: “Reyes serán tus ayos, y sus princesas tus nodrizas; postrados ante ti, rostro a tierra, lamerán el polvo de tus pies.” Y en el libro de los Salmos, se dice: “Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones, y los soberanos de Seba y de Saba le pagarán tributo”. Con estos y otros antecedentes mesiánicos, parecía necesario completar la figura de estos extras de lujo de la Epifanía cristiana.

Por lo pronto, el Evangelio del Pseudo Mateo, nos aclara implícitamente que eran tres: “Entonces descubrieron sus tesoros, e hicieron a María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció una pieza de oro. Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra.” Sin embargo, los primeros cristianos, hasta el siglo V, no lo debieron de tener demasiado claro (tampoco San Mateo dio muchas pistas) y así, en los frescos del cementerio de los Santos Pedro y Marcelino aparecen dos magos mientras que en las Catacumbas de Domitila son cuatro los reyes que adoran al niño. El Evangelio Árabe de la Infancia nos procura, además, una curiosidad que lamentablemente no ha trascendido en la tradición cristiana: María le entrega a los reyes un pañal del niño Jesús como agradecimiento (sobran las hipótesis sobre su estado). Éstos, de vuelta a Persia, lo arrojan al fuego, en señal de adoración, quedando “intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado.” Sorprendidos por el prodigio, lo besan y lo guardan con veneración. Por desgracia, de aquel pañal nunca más se supo.

El Evangelio Armenio de la Infancia es el que nos ayuda a conocer el nombre de los Reyes Magos: Melkon (luego Melchor), Gaspar y Baltasar, y los hace más rumbosos, puesto que ofrecen al niño, además de los ya famosos regalos, púrpura, áloe, cinamomo, nardo, plata, piedras preciosas y libros escritos y sellados por el dedo de Dios. También sabemos gracias a este evangelio apócrifo que eran hermanos, y que Melkon era rey de los persas, Gaspar, rey de los indios y Baltasar, rey de los árabes. Y que en lugar de los tradicionales pajes, llevaban consigo un ejército de doce mil hombres, cuatro mil por cada reino. Con tanta gente, no es raro que Herodes los mandara llamar.

A este respecto, los evangelios apócrifos ayudan a desvelar uno de los pasajes más extraños de San Mateo: viéndose burlado Herodes por los reyes, manda matar a todos los niños que había en Belén “de dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los magos”. ¿Por qué de dos años para abajo, y no a los recién nacidos? ¿Qué le dijeron los torpes reyes? El Evangelio del Pseudo Mateo lo explica claramente: “Y, transcurridos dos años, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que traían consigo grandes ofrendas, y que interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde está el rey que os ha nacido?” Y es que si se lee detenidamente el pasaje de la adoración de los magos de San Mateo, en ningún momento dice que Jesús estuviera recién nacido cuando éstos llegaron.

En cuanto a que uno de los reyes fuera negro, no hay ninguna referencia evangélica que pueda acreditarlo. Se debe más a la labor de los predicadores a partir del siglo XIV que quisieron identificar a los tres reyes como símbolo de las tres partes del mundo por entonces conocidas, aunque a Gaspar, que se sepa, nunca se le ha representado con rasgos orientales. Como curiosidad diremos que, una vez descubierta América, algún pintor debió replantearse el tema de las razas, como ocurrió con Vasco Fernandes, que en el retablo de la catedral de Viseu plantó a un cacique indio armado con una jabalina junto a los otros dos reyes.

En cualquier caso, parece mágico que un pasaje tan breve de las Escrituras haya tenido tanta influencia en la tradición cristiana. Para albergar los restos de los tres Reyes Magos, donados por el emperador Barbarroja, se construyó la imponente catedral de Colonia, e incluso Benedicto XVI rezó hace unos años ante su relicario. Allí podemos verlos, como también podemos ver estos días su espíritu generoso por las calles, para regocijo de los niños y los negocios. Y como toda tradición, también tiene su moraleja: que hay que portarse bien para que uno merezca los mejores regalos y cumpla sus deseos. Reconozco que tal moraleja ha envejecido mucho peor que los venerables magos, pero, en fin, algo había que sacar en claro de toda esta historia.
 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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