Las aventuras del buen soldado Svejk. Jaroslav Hasek

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¿Quién dijo que la guerra no puede ser divertida? He leído profundas novelas bélicas que tratan de demostrar el sinsentido de la guerra, pero ninguna tiene el efecto fulgurante e inmediato de Las aventuras del buen soldado Svejk (1921). Lo que viene a demostrar esta novela es que no hay mejor antídoto contra la guerra que la risa: precisamente, narrar con toda la crudeza de la realidad las absurdas órdenes y contraórdenes que se producen en cualquier cuartel es la mejor manera de acercarse al humor surrealista que se halla soterradamente bajo todo lo militar. Sólo hace falta una cosa: crear un personaje que diga que el rey está desnudo, que mire la guerra con los ojos ingenuos de un niño.

El gran acierto de Jaroslav Hasek (1883-1923) fue crear un personaje inolvidable, un auténtico imbécil, un idiota redomado, que pasará por los cuarteles creando un clima de ingenuidad y surrealismo que sacará a la luz todo el contrasentido de la carrera militar y de la guerra. Svejk es un personaje perfecto: está en el sitio y el tiempo adecuado, justo en el lugar exacto para sacarle los colores a los imbéciles que se dedican a jugar a la guerra. No hay un solo momento en las 720 páginas de esta novela que no sea de risa. ¿Es ésta una historia cómica? Sí pero no, y ese precisamente es el gran acierto de la novela: todo lo que ocurre en la trama es de una seriedad aplastante. Estamos en los momentos de mayor decadencia del Imperio Austro-húngaro, justo en el instante en que matan al archiduque Fernando en Sarajevo. Estamos en Praga, es decir, en los suburbios del Imperio, en un país invadido que, sin embargo, tiene que estar a favor de una actitud imperialista que ellos mismos sufren. Estamos en un pequeño barrio, donde Svejk se mueve vendiendo perros callejeros, pasándolos por perros con pedigrí. Y estamos en esos momentos justo anteriores a una catástrofe (a una guerra) en que se habla mucho, delante de una copa de vino, en las tabernas, y en esas tabernas también se mueven los agentes chivatos del Imperio, que van en busca de personas poco adictas al régimen para enchironarlas, porque todo en ese régimen debe ser fidelidad.

Desde las tabernas de Praga hasta las trincheras del frente de Galitzia, Hasek nos va a acompañar de la mano de este Svejk, convertido en una especie de sirviente de cualquier persona que se le cruce por el camino, porque, a pesar de ser un completo imbécil, es una persona fiel y fiable. Y así conoceremos a todo ese poder que se oculta bajo los mandos militares, los oficiales, la burocracia, la Iglesia. A Svejk lo movilizarán, y pronto pasará a servir a un capellán castrense borracho y sacrílego, que hará las delicias de los lectores. Este capellán que busca mujeres desesperadamente, que se encuentra de espaldas a la religión que se supone que defiende porque, sencillamente, es como todos: lo más acusado en el ambiente militar es la falta de vocación: allí están para comer, o están obligados, o están por casualidad, como Svejk, que pasa por los cuarteles como un elefante por una cacharrería. Y está, sobre todo, la falta de profesionalidad. Svejk irá conociendo, uno tras otro, todo el estamento militar para, precisamente, sacarle los colores.

Hasek vivió todas estas situaciones en primera persona, fue uno de los partícipes de esa debacle histórica que fue la derrota del Imperio Austro-húngaro en la Primera Guerra Mundial, entre otras cosas, por la falta de preparación del ejército. Ya digo que esta es una de las novelas más cómicas que jamás he leído; pero lo que lo hace más terriblemente cómica es saber que todos los episodios absurdos que se van contando en ella son reales, porque el propio Hasek los vivió; esa es la gran comicidad de esta prodigiosa novela: que no nos extrañe que en los cuarteles ocurrieran cosas como las que se relatan en sus páginas. Y este relato cáustico, sarcástico y satírico, demoledor, no hubiera sido posible sin la creación de Svejk, que deambula por los cuarteles sufriendo la incompetencia de unos y de otros precisamente porque él es el mayor de los incompetentes. Svejk, que estará varias veces a punto de ser ejecutado por faltas absurdas y que, en contestación a todas ellas, sólo se preocupa de contar una historia que ocurrió en su pueblo, para diversión y lección de los oyentes. En definitiva, un mundo de locos contado por un idiota.

De alguna manera, esta historia recuerda a las novelas picarescas del Siglo de Oro español, pero en esta ocasión, el pícaro no es el protagonista (puesto que Svejk no tiene la inteligencia suficiente para tan alto rango) sino que los pícaros son todos los demás personajes que circulan por esta novela loca, en puestos de mando, u obedeciendo órdenes, o como oficiales intermedios que lo mismo obedecen que dan órdenes. En cualquier caso, lo importante es constatar que ninguna de esas órdenes tiene sentido, como no tiene sentido obedecerlas. Decir que Las aventuras del buen soldado Svejk es un alegato antibelicista, es poco. Suponiendo que haya novelas antibelicistas, ésta es, por supuesto, la mejor que he leído, pero es que también es de las mejores novelas cómicas que un lector se puede encontrar. Parece imposible que durante tantas páginas se pueda mantener un nivel tan alto de hilaridad sin desfallecer en ningún momento. Pero el milagro se produce: tal vez haya que reír por no llorar, pero cuando ahondamos en la lectura de este inolvidable libro ya no sabemos dónde está el horror y dónde la comedia: todo se haya fundido magistralmente, como pocas veces ha ocurrido en la historia de la literatura.

Las aventuras del buen soldado Svejk. Jaroslav Hasek. Debolsillo

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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