Los cinco sentidos de Kapuscinski

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En un mundo donde la información es casi todo, el periodista es casi nadie. Recuerdo que cuando murió uno de los grandes periodistas de nuestro tiempo, Ryszard Kapuscinski, ni siquiera los medios de comunicación, que eran su mundo, se hicieron demasiado eco de su muerte ni, sobre todo, de su importancia. ¿Quién conocía a Kapuscinski? Tuve la suerte de verlo en una excelente entrevista realizada por Baltasar Magro, y recordé que más allá de ese simple hombre con aspecto de buena persona había un bagaje humano sobrecogedor: en su vida como periodista y como hombre, detrás de su mirada, había veintisiete revoluciones, doce guerras, decenas de años vividos en países condenados al ostracismo y cuatro sentencias de muerte. Era la mirada de un hombre que había visitado el corazón de las tinieblas y había salido limpio de él.

Era de los pocos reporteros que aún había vivido la fuerza de la palabra en el periodismo, cuando aún las imágenes no inventaban la realidad y los medios de comunicación no se habían arrogado el poder sobre su propia verdad. Él mismo se apartó de los mass media cuando descubrió que la información era una moneda de cambio y no un instrumento para contar y demostrar la verdad. El negocio pudo con los periodistas y él, con sus libros, denunció la manipulación y la censura a la que se sometían diariamente a los ciudadanos, principalmente a través de la televisión. “La historia telefalsificada” llamaba a esta nueva versión de la historia que ahora se hace, donde buscar la información, descubrirla, verificarla, seleccionarla y darle forma se ha convertido en una tarea tan ardua y lenta que no puede competir con la rapidez y el impacto sobre las masas que provoca la primicia, la exclusiva, la imagen o la noticia difundida antes que las otras cadenas. Una historia hecha con retazos de la realidad, con prisas, sin exigencias, a menudo plagada de falsedades e inexactitudes, a la búsqueda del espectador abrumado de noticias que paga los anuncios comerciales que mientras tanto va ingiriendo como ratas pasivas sometidas en un laboratorio. En este sentido, Kapuscinski recordaba al pensador Rudolph Arnheim, que en los años 30 ya predijo que el ser humano confundiría el mundo percibido por sus sensaciones y el mundo interpretado por el pensamiento, y creería que ver es comprender.

Y siempre, contra la misma víctima: el ciudadano, que inconsciente la mayoría de las veces asiste “a una dictadura que se sirve de la censura, en una democracia de la manipulación”. Y esto lo escribía un hombre que había recorrido a pie la historia de la última mitad del siglo XX, que había tragado todo el polvo de las miserias humanas. Esa manipulación que consiste en hablar del hambre en lugar de las causas del hambre, en dar datos y más datos estadísticos sobre la pobreza que sólo sirven para poner en guardia a los países occidentales, temerosos de que sus dulces hogares se vean invadidos por las hordas de hambrientos.

También recordaba el periodista a Ortega y Gasset cuando escribió que la sociedad es una colectividad de personas satisfechas de ellas mismas, de sus gustos y de sus opciones. Y donde hay satisfacción, nace el miedo. Por eso, no es de extrañar que la mayoría de las noticias que se dan en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, se refieran a terrorismo, violencia, delitos, muertes y desastres. El espectador, tranquilo de estar al margen de todas esas agresiones, se siente aún más satisfecho en su sillón, mientras que por otro lado, aburrida su conciencia, consume pura distracción, cotilleos, personajes basura que no aportan nada pero divierten, en un espectáculo más propio de un circo que de un medio de información. Y así se cierra el círculo: los medios dan lo que los ciudadanos quieren, y los ciudadanos aceptan lo que los medios les dan. Y además, unidos todos por un toque de prestigio: el espectador se cree formado e informado mientras que los medios de comunicación crean la impresión de que su interés por el mundo y la presentación de una cierta realidad ayudan a resolver los problemas de la humanidad, a concienciar a los poderes políticos y económicos para los que descaradamente trabajan.

Por suerte, aún quedan periodistas, como era Kapuscinski, que no se dejan embelesar por los instrumentos del poder, las turbiedades de la competencia y la velocidad de las tecnologías. Y para ello, reclamaba al periodista “humildad, dedicación, esfuerzo, trabajo de calidad, estudio permanente, dedicación de tiempo, autocrítica y pasión por lo que hace”. ¿Cuántos periodistas conocemos que sean así? Los hay, desde luego, y eso sin embargo no los convierte en héroes, sino en personas concienciadas con su trabajo, en buenas personas. Escribió un libro que se titula Los cínicos no sirven para este oficio donde, aunque parezca candoroso, defendía que las malas personas no pueden ser buenos periodistas: “Si se es buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”, hasta el punto de que abogaba porque el periodista desapareciera en su trabajo, puesto que sólo existe para los demás. Contemplando el panorama de estrellas mediáticas pagadas de sí mismas, incultas, groseras o pedantes, tememos que las ideas del gran maestro Kapuscinski se hallan quedado ancladas en un mundo en el que uno de los valores fundamentales era considerar por encima de todo la dignidad propia y la de los demás. No sé qué pensaría de los que creen que es información acosar por la calle con un micrófono y una cámara a cualquier famoso, descalificar con la maledicencia a los personajes públicos o emitir unas imágenes que nada dicen por sí mismas, basado en la indemostrable creencia de que una imagen vale más que mil palabras.

Miren a su alrededor, atiendan a lo que les cuentan, a cómo se lo cuentan, a quién se lo cuenta, y después contrástenlo con la opinión de Ryszard Kapuscinski sobre los cinco sentidos que debe tener un periodista: estar, ver, oír, compartir, pensar. Pero, claro, para eso es necesario una humildad, una paciencia y una preparación intelectual que están muy lejos de la cultura posmoderna. Lo malo es que nosotros, los ciudadanos de a pie, somos los agentes pasivos de esa información manipulada por soberbios, apresurados e incultos, vestidos con sus mejores galas bajo una buena capa de maquillaje para que no veamos su profunda ineptitud. Y eso crea escuela en la sociedad: sólo el que se pone a tiro recibe la perdigonada de la estupidez.
 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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Un comentario

  1. El amarillismo sensacionalista es, en efecto, el circo de nuestros días (derechos reservados por la dinastía Flavia). La Historia y la historia no son lo que son sino lo que nos cuentan que son, de ahí que los grandes periodistas sean los herederos de los grandes cronistas y que los cronistas contemporáneos de calidad no sean sino buenos periodistas con una elevada objetividad. Y es cierto que hoy impera la inmediatez de la noticia frente a su precisión y exactitud. No hay nada más amarillo que el abuso de los medios de comunicación de masas, que deforman incluso lo preciso por lo rápido de su consumo, no en vano una instantánea es sólo una visión parcial que puede cambiar un segundo después, como la foto-finish de los 100 metros lisos: nunca gana el que parece que va ganar tres segundos antes. El amarillismo es la mentira de lo parcial, por excesivamente inmediato, si bien ha habido amarillistas que trabajaban off-line, como Goebbels. El hombre se tomaba su tiempo, y no es sólo que deformara la verdad, es que la modelaba, era un auténtico escultor de la mentira (ver http://www.grijalvo.com/Goebbels/Once_principios_de_la_propaganda.htm). El PERIODISTA es rara avis.

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