Magical girl. Carlos Vermut: la vida y el amor como un rompecabezas

magical girlHace unos días leí la noticia de que Magical girl era una de las tres películas preseleccionadas para representar a España en los premios Oscar a la mejor película en habla no inglesa. Sin menospreciar a las otras dos películas (Loreak y Felices 140) creo que Magical girl es la mejor candidata por varias razones. La primera es que de entre las tres es, sin lugar a dudas, la menos convencional. La segunda es que la historia tiene un guión completamente absorbente que envuelve, atrapa y magnetiza con su negrura, su perversión, su huida de los recursos fáciles y de los giros previsibles. Podría enumerar muchas más razones, pero resaltaré dos: la dirección espléndida de Carlos Vermut, que ha conseguido encajar cada una de las piezas del guión de una forma impecable, precisa y certera, como un mecanismo de relojería; y la interpretación prodigiosa de todos los miembros del reparto, empezando por el veterano José Sacristán (Damián), que borda su personaje y que abre la película con una escena sumamente perturbadora que ya adelanta bastante sobre el ritmo y la estructura de rompecabezas que marca esta película; prosiguiendo por Luis Bermejo (Luis), que interpreta a un profesor en paro con una hija enferma terminal; y luego está Bárbara Lennie (Bárbara), cuya simple presencia en pantalla ya resulta perturbadora y cuya interpretación, como la de todos los miembros del reparto, sobrepasa con creces las mejores expectativas que pueda llevar un espectador.

He mencionado antes que la película tiene mucho de rompecabezas. El propio cartel hace una alusión a este juego e incluso hay una escena en la que vemos cómo José Sacristán trata de encajar pacientemente las piezas de un puzzle. Uno de los logros de esta película, al menos en mi opinión, es que el director no muestra todas las piezas, dejando huecos de forma deliberada para que sea el espectador quien tenga que realizar un esfuerzo imaginativo y completar, cada cual a su modo, las elipsis que componen esta historia de las cuales la más significativa es, sin lugar a dudas, la relación entre Damián y Bárbara, el viejo profesor y su exalumna.

La película explora los lados más oscuros del alma humana. Bárbara es una mujer joven con evidentes trastornos psicológicos que la llevan a actuar de una forma bastante anormal. Luis es un hombre fracasado que a su frustración laboral (se encuentra en paro) debe añadir la angustia que siente al saber que su hija tiene una enfermedad terminal que la sentencia a una muerte segura. Damián es un viejo profesor del que sabemos poco, salvo que fue tutor de Bárbara y que en el pasado tuvo serios problemas que lo llevaron a la cárcel. El destino juntará a estas tres personas y las conducirá por unos caminos tortuosos e incomprensibles, a veces fuera de la lógica, en el campo del puro instinto. Esa es una de las temáticas de fondo de esta historia: la pugna entre el instinto y la razón. En este sentido, merece la pena citar una frase de uno de los personajes dice, en un momento de la película:

Los países nórdicos son países racionales. Pero los árabes y los latinos hemos aceptado nuestro lado emocional. Los españoles estamos en una balanza que está suspendida justo en la mitad. Los toros son la representación de la lucha entre el instinto y la técnica. Entre la emoción y la razón.

A lo que añade:

Por venganza o por odio, el lado oscuro de la naturaleza humana explota sin previo aviso. No es una cuestión de héroes y villanos, sino de paradoja moral. Es esa lucha de la razón y el instinto que palpita en la cultura de nuestro país. El contraste entre lo festivo y lo lúgubre que, por ejemplo, subyace en nuestra tradición religiosa. También en el cinismo y la alegría melancólica de los españoles. Buñuel, Saura y Almodóvar, tres directores que de una u otra manera me han marcado, asumen este conflicto hasta sus últimas consecuencias.

Los personajes se comportan de un modo que choca, sacude y remueve; está claro que dicho comportamiento no es casual, sino que se trata de un efecto buscado por el director. Sorprende esta película incluso por los temas musicales elegidos, entre los que destaca “La niña de fuego”, de Manolo Caracol, una zambra cuya letra parece querer recordarnos que el amor no es necesariamente un camino de rosas sino que, en muchas ocasiones, es una experiencia dura, desesperanzadora, que hiere y que quema, desencadenando sentimientos y pasiones difíciles de controlar.

El destino al que se enfrentan los protagonistas de esta película no es, en modo alguno liviano ni complaciente. Carlos Vermut nos enseña cómo se desenvuelven a través de escenas que tienen algo de minimalista, con una estética que juega con la simetría y con la aparente sencillez que me hizo recordar, desde el punto de vista estético, a ciertas escenas de John Ford. Es difícil hablar mucho de esta película sin desvelar ciertas pistas claves de su trama, pero lo importante, en mi opinión, es no sólo que el guión es excelente y sorprenderá al espectador, sino la forma en que se ha llevado a cabo la puesta en escena. El deseo de un padre por complacer a su hija enferma lo llevará a comprar un regalo carísimo que no puede permitirse: se trata del disfraz de un personaje de anime que se llama Magical girl. A partir de ese simple planteamiento la película transcurre por un turbio entramado de chantajes, de pasiones inconfesables, de ira, de venganza, de prácticas sexuales no reveladas pero que se escapan de lo normal, del control que unas personas pueden llegar a ejercer sobre otras, del dominio puro y duro, de la manipulación y de la posesión.

Magical girl es una película que podrá gustar o no hacerlo, pero es imposible que deje indiferente a nadie. Puertas cerradas que esconden tormentosos secretos. Cicatrices que desvelan secretos turbios, llamadas telefónicas que resultan punzantes y dolorosas, personas que, tras su aparente calidez, pueden encerrar una caja de demonios capaz de estallar en el momento más inesperado. Todo un estudio psicológico que nos expone lo que puede mover a las personas a comportarse del modo más ruin, vil, y depravado que podamos imaginarnos. Un universo capaz de pasar del humor más negro al surrealismo puro, y todo ello de un modo provocador, desafiante, escalofriante pero irresistiblemente magnético, como si el mal, después de todo, escondiese un elemento mágico capaz de cautivarnos irremisiblemente.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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