Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout

«Pero ésta es mi historia. Y sin embargo, es la historia de muchos […]. Y me llamo Lucy Barton«.

No sé si esta es la historia de muchos, pero desde luego, es mi historia. No toda, pero sí una parte. Y creo que así, parte a parte, a cada uno nos toca lo nuestro, porque si algo es la historia de Lucy Barton es la de una persona normal que va pasando a lo largo de su vida, como todos, por una serie de etapas. Tristes y pobres, unas; felices y luminosas, otras; normales hasta el aburrimiento y la monotonía, la mayoría – aunque no son las que más aparecen en el libro -. Y en alguna de esas etapas, cada uno de nosotros se puede encontrar con ella porque las vidas normales es lo que tienen, que todas acaban por parecerse, como las familias felices.

«Hubo una época, hace ya muchos años, en la que tuve que estar en el hospital durante casi nueve semanas. Era en Nueva York, y por la noche tenía desde mi cama una vista clara, justo enfrente, del edificio Chrysler, con su esplendor geométrico de luces«.

Así comienza «Me llamo Lucy Barton» a contarnos su historia, con un acontecimiento que sucedió mediada la década de los ochenta. En el hospital recibe la visita de su madre a la que no ve desde hace mucho tiempo y durante cinco días y cinco noches, en conversaciones dolorosas o tiernas o ambas cosas a la vez, irán recordando la vida extraña de la infancia de Lucy.

«Éramos raros, los de nuestra familia, incluso en aquel pueblecito minúsculo de Illinois, Amgash«.

Sí, incluso en aquel pueblecito donde casi todos vivían más o menos con lo justo, ellos eran más pobres, más sucios, más hambrientos. Cuando desde pequeña tus compañeros se han alejado de ti tapándose la nariz porque «vuestra familia da asco«; cuando jamás has recibido una caricia, un beso, un gesto de cariño por parte de tu madre; cuando has vivido hasta los once años en el garaje prestado de un tío abuelo, no es extraño que, si tienes oportunidad, salgas corriendo para no volver, y olvides que allí has dejado una familia con la que lo único que has compartido es miseria y resentimiento. Y sin embargo «al recordar ahora aquellos primeros años, a veces me da por pensar que no estaba tan mal«.

A Lucy la oportunidad de dejar atrás el pasado le llegó por los libros, le llegó por el frío. Nunca se sabe de dónde te puede llegar la salvación, el caso es que en su casa (a la que se mudaron desde el garaje cuando su tío abuelo murió) el frío era tan intenso que Lucy permanecía en la escuela, al calor de los tibios radiadores de las aulas que un conserje compasivo le abría tras la jornada escolar. Allí empezó a leer cuando terminaba los deberes porque en aquellas aulas había libros y además se podían llevar a casa. Lucy descubrió que los libros acompañan y deseó escribir para poder, ella también, hacer que la gente no se sintiera sola. Y yo me siento Lucy, aunque mi infancia no haya sido tan negra como la suya, pero también yo descubrí un día que los libros ahuyentan la soledad y la tristeza y hasta el hambre (leyendo me olvidaba de merendar y de cenar), todo menos el frío (el frío ahuyenta el placer de la lectura).

Los libros abren la mente de Lucy y consiguen que unas notas inmejorables le abran el camino al futuro «una universidad a las afueras de Chicago me ofrecía una plaza con todos los gastos pagados. Mis padres no dijeron gran cosa al respecto«.  Y Lucy normaliza su vida y empieza a tener amigos y a ser una más allí donde va. Y su vida empieza a ser un sueño del que no quiere despertar y cuando vuelve a casa por Acción de Gracias, no puede dormir temiendo que el despertar suponga también el final de su sueño.

Lucy nos contará su pasado, evocado por la presencia de su madre, pero también nos irá contando su vida posterior a la estancia en el hospital. La única vez que volvió a ver a su madre y a su padre. Su relación con su hermano. Las hijas que crecen y se van de casa «Cuando Chrissie fue a la universidad, y Becka al año siguiente, creí –y no es sólo una expresión: digo la verdad–, creí que me moría«. Y vuelvo a ser Lucy porque hubo una semana del otoño de 2005 en que yo también creí que me moría.

El libro va derivando hacia unos capítulos cada vez más cortos, son como fogonazos, anécdotas sueltas de la vida de Lucy y vuelvo a encontrarme con ella en varias ocasiones y cada vez es como un latigazo en la nostalgia y hay cosas que duelen mucho porque se sobrevive a base de encerrar cosas en los baúles del recuerdo y este libro, en varias ocasiones, me desbarata todos los baúles y los abre y saca el contenido y lo esparce por la alfombra y me quedo inerme mirándolo todo y cierro el libro y me revuelco en mis recuerdos antes de volver a encerrarlos, aunque no sé cuánto tiempo tardará Lucy en sacar otro y otro más.

«Muchos años más tarde, después de haber dejado a mi marido, paseaba hasta el East River por la calle Setenta y Dos, por donde se puede llegar justo hasta el río, y mirando el río pensaba en los partidos de béisbol a los que habíamos ido hacía tiempo y tenía una sensación de felicidad, una sensación que no tenía con otros recuerdos de mi matrimonio: lo que quiero decir es que los recuerdos felices me dolían. Pero los recuerdos de los partidos de los Yankees no eran así: hacían que se me llenase el corazón de amor por mi marido y por Nueva York, y sigo siendo hincha de los Yankees, aunque ya no volveré a ir a un partido, lo sé. Aquella era una vida distinta«.

Y vuelvo a sentirme identificada con ella porque es cierto que los recuerdos felices duelen tras el paso del tiempo y de los momentos y las personas que los acompañaron. Es cierto que desaparecidas esas personas y esos momentos, la vida es otra y no tiene sentido querer volver a los partidos de los Yankees porque nunca recuperarás aquella vida, aunque te siga gustando el béisbol y sigas siendo hincha de los Yankees.

Una novela que me ha tocado muchas fibras. No sé si se las tocará a todo el mundo, aunque por las muchas reseñas que de ella he leído, parece que sí.

Elizabeth Strout, la autora de «Me llamo Lucy Barton«, es además la autora de otra novela que no he leído, pero de la que he visto una miniserie de cuatro capítulos muy recomendable, «Olive Kitteridge» que obtuvo el Premio Pulitzer en 2009. Recomiendo la serie porque es la vida normal de una mujer normal, pero cuánta pasión y cuánto interés transmiten las vidas normales cuando están bien contadas.

Me llamo Lucy Barton. Elizabeth Strout. Duomo Editorial

Reseña de  Rosa Berros Canuria, Mortera (Cantabria)

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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