Ojos que no ven. José Ángel González Sainz

Un hombre puede convencerse siempre de lo que se le antoje y por los motivos que sea, pero no por ello los demás tienen la obligación de ver y pensar como uno, ni tiene ese uno ningún derecho que quepa nombrar con ninguna bella palabra como estandarte o tapadera, porque cada cual puede incluso hacer lo que quiera, pero no exactamente lo que le venga en gana. He ahí la sabiduría sobre la que se apoya la tolerancia, el sentido común, la convivencia entre unos y otros, algunos de los temas que aborda Ojos que no ven (2010), la hermosísima y excelente última novela del escritor José Ángel González Sainz (Soria, 1956), sin duda una novela que perdurará porque habla de esos temas de los que no habla nadie, de la miseria moral en medio de la democracia, del cáncer del fanatismo y el absolutismo que conviven con la paz y la libertad mientras unos y otros miran para otro lado, como si no se quisiera aceptar la enfermedad en el cuerpo sano.

González Sainz habla de los hombres comunes, de los hombres honrados que han sido perseguidos por un fatal destino que los arroja fuera del lugar donde nacieron, como este Felipe Díaz Carrión, protagonista de la novela, hombre honesto pertrechado con un conocimiento de la vida que le viene de su padre y de su abuelo, hombres como él que aprendieron en el campo que los hombres comunes, los que son como todos nosotros, no tienen por qué entrar en guerras que no son las suyas, sino que hay que trabajar con honradez y sacar la familia adelante y, sobre todo, hay que mantener la conciencia limpia y bien alejada de todos los ruidos que quieren perturbarla, entre himnos y banderas que no son las nuestras porque la única bandera que podemos considerar propia es la de la integridad moral y la tolerancia ante el prójimo.

Pero Felipe Díaz Carrión un día se encuentra con que cierra la imprenta donde trabaja en un pueblo de Soria y tiene que emigrar con su familia a una barriada situada en el extrarradio de un pueblo guipuzcoano para seguir levantándose todos los días con la intención de ganarse el pan honradamente en una fábrica de productos químicos.

Como si nada, pasan 20 años, y sus hijos van creciendo y llega la democracia al país donde hace cuarenta años mataron a su padre los que ganaron la guerra, y como un leve veneno que se va infiltrando en las conversaciones, en la vida diaria, en un momento se encuentra rodeado de quienes nunca fueron sus paisanos ni conocen la fertilidad de la tierra y el sosiego de la naturaleza, sino sólo palabras que son lanzadas como pequeños dardos: mira a ver lo que haces, tú sabrás, no te vaya a saber malo luego, no te vaya a salir caro. Él, Felipe Díaz Carrión, que trabaja honradamente en una fábrica de productos químicos, empieza a acostumbrarse a las amenazas, a aquello de ya nos volveremos a ver las caras, no te preocupes, que esto es muy pequeño y nos conocemos todos, que sepas que sabemos dónde vives o cuál es tu coche, adónde llevas a tu hijo, a qué horas sales, ya verás, avisado ya estás para que no digas, palabras de intimidación a las que hay que hacerse igual que si fuera tan natural vivir amenazados como que pueda llover en lugar de salir el sol, acostumbrarse a que las personas se dividan en dos bandos: los que las profieren con bravuconería y consecuencias reales y los desamparados que con mayor o menor entereza se atienen luego a las consecuencias.

Hasta que un día esas palabras ya no se escuchan sólo en el bar, o en el camino que tiene que hacer para llegar a la fábrica, si no que proceden de dentro de la casa, de su hijo Juanjo, que un día lo llama paleto, paleto de mierda, y que otro día lo llama fascistón y vendido a los que oprimen históricamente su pueblo, y Felipe no puede entender que su propio hijo pueda ser de esas otras personas que no son como él y que profieren amenazas con la convicción que otorga saber que pueden imponer por la fuerza sus ideas, esas otras personas que defienden a los terroristas que secuestran al dueño de la fábrica de productos químicos y que, a pesar de ello, cuando Felipe quiere mantener su honestidad poniéndose del lado de las víctimas, siguen amenazando y pegando palizas, aunque Felipe crea que debe mantenerse del lado de quienes reciben los insultos y palizas porque unas cosas son justas y otras injustas, unas son atinadas y otras un completo desatino se mire por donde se mire, unas traen el bien en general y otras nada más que calamidades y atrocidades; porque unas cosas son verdad y otras nada más que puras fantasmagorías o meras monsergas envenenadas, y unas cosas son tolerables y las otras del todo punto intolerables, como atemorizar e intimidar y ofender a la gente y por supuesto matar, matar o secuestrar a quien sea o por lo que sea.

Y a pesar de que no ha hecho mal a nadie, y que piensa que educó a sus hijos y mantuvo a su familia honradamente, Felipe Díaz Carrión se encuentra con que un día su hijo se desplaza a Francia y sólo se entiende con quienes se entienden sólo con las armas, y que su mujer, a la que tanto quiere, un día se afilia a una asociación que vaya Dios a saber qué atrocidades defiende, y así, sin quererlo, se encuentra solo, o solo con su hijo menor, que nada quiere saber de banderas ni de himnos sino tan sólo de botánica, y quiere conocer el nombre de los árboles y de las plantas, eso que es verdaderamente lo poco que hay que saber y que no hace daño a nadie.

José Ángel González Sainz ha escrito una bellísima novela sobre los discursos de los fanáticos, sobre el miedo, el engaño y la manipulación, sobre la infamia y la cobardía, sobre el odio, sobre la familia, el amor y el desamor, sobre la ignorancia y la bravuconería, y lo ha hecho a través de la mirada limpia de un hombre que no entiende de enemigos, de pueblo, de opresión, de historia y de guerra, sino que ha aprendido con el tiempo que hay muchas cosas que están mal en este mundo, pero que todavía se pueden empeorar mucho más al querer tomar un camino que se cree que es un atajo maravilloso y resulta que ni es atajo ni es camino ni lleva a nada que no sea a lo mejor a despeñarse más tarde o más temprano. Una historia bella y a la vez dolorosa sobre lo mejor y lo peor del ser humano, una historia actual, un testimonio valiente y emocionante frente a aquellos ojos que no quieren ver, frente a los que se amparan en el silencio entre el estruendo de la violencia.

Ojos que no ven. José Ángel González Sainz. Anagrama, 2010

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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