París, Texas. Win Wenders: el miedo a la soledad

paris-texas-movie-poster-1984-1020283499Hay narraciones que tienen una capacidad de atracción magnética que las hace muy especiales. La magia del cine se encuentra casi siempre en sus imágenes, y a veces también en los sonidos o en la banda sonora que acompañan a esas imágenes. Paris, Texas es una de esas películas por las que uno se siente irresistiblemente atraído desde las primeras tomas, impactantes y sugerentes, concebidas por Win Wenders y magníficamente fotografiadas por Robby Müller en el desierto de Arizona, mientras de fondo suena la música lúgubre de Ry Cooder, cuyo punteo de guitarra acústica parece formar parte de la atmósfera pesada y calurosa que envuelve el paisaje desértico; una música que tiene algo de mágico pues, con apenas un par de acordes vibrantes que parecen esfumarse en ese aire plomizo, Cooder consigue llenar la pantalla y cortar la respiración. Les dejo en el siguiente vídeo la escena de arranque de esta película para que juzguen ustedes mismos:

https://www.youtube.com/watch?v=0YMCWR8jzpU

París, Texas es una película de Wenders claramente concebida como un proceso estético en el que el director parece más interesado en el tratamiento de las imágenes y de la música que en la historia en sí misma, y muy especialmente en las sensaciones y en las emociones que trata de inducir (a mi juicio, con éxito) en el espectador. Cito a continuación unas palabras del propio Wenders, que muy bien podrían estar referidas a esta película:

En el cine, hay instantes tan concretos que desbordan la pantalla y que tienen de golpe una claridad tan inesperada que aguantamos la respiración, nos enderezamos en el asiento o nos llevamos las manos a la boca.

El guión de Paris, Texas lo escribieron conjuntamente Win Wenders y Sam Shepard, si bien parece que la participación de este último (sin duda fundamental, pues aportó los elementos más enigmáticos del argumento) se vio interrumpida a mitad del rodaje aunque más tarde retomara su colaboración. La película está llena de diálogos brillantes y frases que no dejan indiferente, como por ejemplo: “Yo no le tengo miedo a las alturas, le tengo miedo al suelo”. El punto de partida es una escena realmente deslumbrante: en medio de unos impresionantes planos del desierto de Arizona, aparece un hombre caminando en línea recta, con una fijación un poco perturbadora, pues por un lado nos parece que camina sin rumbo y por otro que lo hace con mucha decisión. Así pues, la película comienza con varias interrogantes: ¿Quién es ese individuo? ¿Adónde se dirige? ¿Qué le ha sucedido? El hombre llega a un bar y pierde el conocimiento. Cuando lo recupera, parece haber perdido la memoria y el habla, pues se niega a hablar. Un médico lo examina y en su cartera encuentra un teléfono, que resulta ser de un tal Walt, el hermano del vagabundo que, según descubrimos, se llama Travis. Walt va en busca de su hermano, para lo que tiene que volar desde Los Ángeles. Cuando se encuentran, Travis permanece todavía en un estado que parece catatónico y trata de escapar varias veces para retomar su obsesiva caminata, pero Walt finalmente consigue llevarlo a su casa de Los Ángeles y allí trata de hacerle recordar, entre el reproche y la lamentación, que hace cuatro años que no ha recibido noticias suyas, que se fue dejando abandonado a su hijo pequeño, que desde entonces cuidaron Walt y su esposa como si se tratara de su propio hijo, pues la mujer de Travis también desapareció sin dejar rastro. La mención de su hijo y el reencuentro con él hacen que Travis comience a recuperar su memoria y que parezca una persona un poco más receptiva que, incluso, trata de acercarse, al principio sin demasiado éxito, a su hijo Hunter. Cuando comienza a recuperar la confianza del niño, Travis se entera, a través de la mujer de Walt, que la madre del chico, es decir, su esposa Jane, les manda dinero regularmente para ayudar al mantenimiento de Hunter. Travis decide seguir la pista de Jane, y hacerlo acompañado de su hijo Hunter para que éste tenga la oportunidad de reencontrarse con su madre. A través del único dato de referencia del banco desde el que hace dichos ingresos y, tras un breve periodo, logran encontrarla sin que ella llegue a sospecharlo. Travis deja a su hijo en un hotel y acude al encuentro de Jane, que, según descubre, trabaja como stripper en un local de cabinas, un peep-show en el que los clientes se sientan a un lado de un espejo y pueden charlar a través de un intercomunicador con las chicas que aparecen al otro lado. A partir de ahí viene uno de los momentos más interesantes de la película, un largo diálogo entre Jane (Nastassja Kinski) y Travis (Harry Dean Stanton) rodado sin interrupciones, en una larga secuencia en la que estos actores realizan unas interpretaciones portentosas que consiguen la máxima implicación emocional del espectador en la historia. En este diálogo conocemos los motivos que condujeron a la pareja a la ruptura y al abandono familiar. Lo más llamativo de esta escena es la duración del diálogo, que Wenders se atrevió a rodar sin temor de que pudiera resultar cargante o provocase el rechazo del espectador. De hecho, creo que no es el caso, y que el efecto que el director pretende conseguir queda ampliamente logrado dotándolo de una fuerza dramática sin paliativos, en la que el espectador puede “asomarse” literalmente al corazón y a la psicología de estos dos personajes.

Si hay un tema central en esta película, definitivamente es el de la soledad, y principalmente la soledad representada por un hombre que viaja sin rumbo y sin un destino cierto. Lo que él aspira a encontrar no lo sabemos del todo bien: tal vez la paz interior, o una suerte de redención que nos hace recordar un poco a ese personaje de Ethan Edwards que John Wayne interpretó en la magnífica película Centauros del desierto (The searchers) una película con la que, además, guarda relación en el asunto de la búsqueda sin fin, en este caso la de un hombre que busca desesperadamente a su esposa y no para hasta lograrlo, aunque el reencuentro, como sucede en Centauros del desierto, provoque una amarga decepción, tristeza y, acaso, ahonde en la soledad que abate a ambos. He leído que Wenders tuvo muy presente La Odisea de Homero cuando rodó esta película, obra de la que trató de extraer el tema de un viaje que alguna vez debe conducir a un retorno, como una búsqueda casi continua de las raíces abandonadas y del conocimiento de uno mismo. Un periplo que, en cierto modo puede verse también como un viaje interior que enfrenta a los personajes con las sombras del pasado, y con un futuro que puede resultar tan incierto como esperanzador. Lo que parecía al principio una huida, o un viaje a ninguna parte no era, en el fondo más que eso: el reencuentro de Travis con un pasado que había aniquilado su alma y del que busca desesperadamente redimirse. Y cuando por fin lo encuentra, y parece haberse encontrado a sí mismo, Travis decide, en contra de toda lógica, volver iniciar y abandonar de nuevo lo que más quiere en el mundo. Un final chocante pero, que desde la perspectiva de Wenders es esperanzador e incluso optimista, pues en el fondo Travis es un ser que siempre aspira a volver, aunque piense que sólo debe hacerlo cuando se sienta digno para volver a estar con los suyos.

5/5 - (1 voto)

Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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