La ronda de noche. Patrick Modiano

En 1940 el mundo se moría de consunción. Una agonía lenta, muy lenta. En París, las sirenas, para anunciar un bombardeo, sollozaban; bombas de fósforo, el mundo reducido a escombros. La gente acababa por encontrar natural la desaparición de las cosas. Patrick Modiano recuerda un pasado que él no vivió: un París desolado por la ocupación nazi y por una miseria moral que aparece en cada una de las páginas de La ronda de noche (1969), la historia de esa otra cara escondida de la guerra: la del pillaje, la de aquellos que quieren hacerse ricos y poderosos gracias a las desgracias de los demás.

En ese París ultrajado, un hombre es abordado en la terraza de un bar por dos tipos, el director de una agencia de policía privada, junto a un amigo. Ambos le proponen entrar a su servicio. El trabajo parece fácil: encuestas, investigaciones de todas clases, misiones confidenciales, y un despacho para él sólo. Los tipos no parecen muy recomendables: Henri Normand, con antecedentes penales; Pierre Philibert, un inspector principal destituido. Pero al protagonista no se le pasa ni por la cabeza abandonar el empleo: hay que asegurar el confort de mamá, aparecer ante ella como un hijo irreprochable.

Los jefes le dan una comisión del diez por ciento por cada uno de los negocios que termine y también un nombre muy sonoro, Swing Troubadour, junto a un carnet verde cruzado por una franja roja y un permiso de uso de armas. Poco a poco los trabajos se van volviendo más arriesgados: delaciones, palizas, robos, tráficos de todas clases…, en definitiva, nada del otro mundo, aquello que es moneda corriente en el París ocupado. Por la noche, el hijo encantador le lleva a la madre carretadas de orquídeas. El resto del tiempo conoce a otros compañeros de negocios: vividores, abortistas, periodistas sin honor, abogados y contables clandestinos, un batallón de mujeres de la vida, bailarinas de music-hall, morfinómanas.

El trabajo predispone a Troubadour a la delectación taciturna: confidente de la policía y chantajista a los veinte años es cosa que cierra muchos horizontes. ¿Qué será de él cuando París vuelva a ser la Ciudad Luz?: una carrera al final de la cual se sale a un descampado, una guillotina hacia la que uno se arrastra sin respirar. Pero mientras tanto, mientras todos esperan la paz, hay que combatir a los que combaten la corrupción. Se le encarga informar sobre los hechos y los gestos de un tal teniente Dominique, hay que vigilarle, entrar dentro de su organización, la que trata de atrapar a los canallas que se dedican a saquear mansiones vacías, las que trafican con wolframio.

No es difícil en esos tiempos tan difíciles: Troubadour se hace pasar por un prisionero de guerra, evadido, sin un céntimo, realmente desamparado. Dominique le invita a conocer el grupo que dirige, otros prisioneros de guerra evadidos, oficiales en activo, procedentes la mayoría de la Academia Militar de Saint Cyr. Nada es imposible para unos corazones valientes: el bien, la libertad, la moral, que esperan restablecer en un corto plazo. El grupo tiene un nombre, la Red de los Caballeros de la Sombra, y a Troubadour se le impone otro nombre en clave: Madame Lamballe.

Le encargan, para empezar, una misión peligrosa: debe entrar en contacto con un grupo muy peligroso dirigido por Henri Normand y Pierre Philibert, dos tipos sin escrúpulos, que han reclutado a su gente en el hampa: vividores, abortistas, periodistas sin honor, abogados y contables clandestinos, un batallón de mujeres de la vida, bailarinas de music-hall, morfinómanas.

¿Qué puede hacer Troubadour? ¿Prefiere ser héroe o soplón? Lee sin parar la Antología de los traidores, desde Alcibíades a Dreyfus, que le ilustra sobre sí mismo. Siente miedo, mucho miedo. Cuando se llama Troubadour informa a Normand sobre los lugares que suelen frecuentar el teniente Dominique y sus hombres, le dice que el tipo más peligrosos de la organización es un tal Madame Lamballe, un hombre escurridizo que aún no ha conocido. Cuando se llama Lamballe, explica a Dominique los sucios negocios de Normand, los productos con los que trafica la empresa que ha creado, la “Société Intercommerciale de París-Berlín-Montecarlo”: el cuero, la cristalería, los tornillos, los pernos, el oro y las divisas extranjeras.

¿A quién le dirá toda la verdad? ¿Cuál exactamente? ¿Que es un agente doble? ¿O triple? Troubador ya no sabe quién es él mismo. No existe. Sólo aparece a veces, cuando lleva un nombre que ya ni siquiera recuerda, que es quien le manda dinero a su madre, que ahora vive tranquilamente en Lausana, o cuando cuida de dos mendigos que ha encontrado en la calle, un gigante pelirrojo, sordo y ciego y una niña que esconde en el palacio donde le han dado el despacho.

El otro, Troubadour o Lamballe, es ése que teme a sus compañeros de viaje, las miradas crueles, la perfidia, la vulgaridad de la cohorte de gánsters de Normand, mientras se va convenciendo de que Judas Iscariote ha sido un personaje que no se ha sabido apreciar: hacía falta mucha humildad y mucho valor para cargar con toda la ignonimia del os hombres. De esa ignonimia trata La ronda de noche, una novela inquietante, de movimiento circular, muy concisa en sus planteamientos, que ahonda en la personalidad, o en la falta de personalidad, cuando uno se despoja de lo único digno que lleva dentro.

La ronda de noche. Patrick Modiano. Alfaguara, 1979

Otras reseñas:

Sol de medianoche, de Edgardo Rodríguez Juliá: la imposible redención de la vergüenza

La mujer de Gilles. Madeleine Bourdouxhe: Razones para la dignidad

El absoluto, de Daniel Guebel: la utopía de la totalidad

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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