Creía que mi padre era Dios. Paul Auster

Este libro surgió a raíz de una entrevista que Paul Auster concedió para el programa de radio «Weekend All Things Considered«, a finales de septiembre de 1999. Rebeca Davis, entrevistadora y directora de aquel programa, le propuso a Paul Auster participar semanalmente en su programa de forma que cada semana el escritor leería en directo un relato breve escrito para la ocasión. A Paul Auster la idea le pilló por sorpresa, y no quiso comprometerse explícitamente, pero prometió pensarlo. La idea de escribir un relato semanal por obligación se le hacía sencillamente agotadora, así que Paul Auster pensó en una variante para aquella propuesta: que fuesen los propios radio oyentes los que enviaran sus relatos personales. Auster se encargaría de seleccionarlos para ser leídos en el programa. Como únicas condiciones a los relatos enviados, Auster pidió que los textos fuesen breves y que, independientemente de su temática o de su estilo, fueran rigurosamente verídicos. Sin embargo, lo que a Auster realmente le interesaba de los relatos era que «rompieran nuestros esquemas, que fueran anécdotas que revelasen las fuerzas desconocidas y misteriosas que intervienen en nuestras vidas, en nuestras historias familiares, en nuestros cuerpos y mentes, en nuestras almas». O dicho de otra forma, que fuesen historias reales que por sus características pudiesen parecer un ejercicio de ficción. La idea era simple y la recompensa para quien se atreviese a mandar un relato era el mero privilegio de que éste fuese leído en una emisión que llegaba a todos los puntos de Estados Unidos.

La sorpresa fue mayúscula cuando Auster comenzó a recibir los envíos del público. En total fueron más de cuatro mil relatos los que llegaron a sus manos. Dado que era materialmente imposible leer los cuatro mil relatos en el programa de radio, Auster pensó en editar un libro que contuviese los mejores. De esta forma fue como Auster seleccionó algo menos de doscientos relatos, que aun así, conforman un volumen bastante considerable. Lo curiosos de toda esta historia es que, en sí misma, ya parece uno de los relatos de Paul Auster en los que el azar y una determinada decisión, conducen a su autor a un territorio que ni él mismo habría podido prever. El mismo Paul Auster se encargó, con ayuda de su mujer, de tan abrumadora tarea. El resultado fue el libro que se titula «Creía que mi padre era Dios» (en inglés se tituló «Relatos verídicos de la vida americana«), un libro disperso y extraño por lo heterogéneo de sus historias. El libro es en el fondo eso: una colección de fragmentos de la vida americana, escritos por personas de todas las clases sociales, de distintas edades y razas. Personas anónimas que en algún momento sintieron la necesidad de compartir un sentimiento, de contar una historia particular, de rememorar un momento pasado, de explicar cómo la casualidad transformó sus vidas para siempre o de desvelar un secreto porque su ocultación les ahogaba. Testimonios breves, sencillos, directos, escritos sin mayor pretensión literaria que la de compartir un instante o un recuerdo. Quizás por ello, gusta tanto este libro. Quizás, incluso, al propio Auster le hubiera encantado escribir alguna de aquellas historias que en su momento le iban llegando. Auster no sólo seleccionó los relatos, sino que se encargó de clasificarlos estructurando el libro por temáticas. Así, la primera sección del libro se titula «Animales», a la que siguen «Objetos», «Familias», «Disparates», «Extraños», «Guerra», «Amor», «Muerte», «Sueños» y, por último, «Meditaciones».

El libro es curioso porque es un libro que, sin ser de Paul Auster, lo parece. Y no me refiero al estilo, sino al fondo. Al ser Auster el encargado de seleccionar los relatos, esa selección no es del todo casual ni arbitraria y así vemos que en muchas narraciones aparecen las que son sus típicas obsesiones: las casualidades, las coincidencias o los golpes de suerte inexplicables, el azar y el destino. De hecho, en lo que al estilo se refiere, fue escrito por personas no profesionales, por lo que los recursos literarios rara vez aparecen. Sin embargo, eso importa poco. Pese a que no sean relatos que brillen por sus cualidades literarias, tienen la virtud de lo auténtico. La falta de estilo se compensa con la pura voluntad de narrar, narrar las vivencias sin importar demasiado la manera en que se haga, como lo haría uno mismo con un vecino o con un amigo. Pocos son los relatos que pueden considerarse pesados y lo normal es que avancen rápidamente, con ritmo e innegable fluidez. Al contrario de lo que sucede con algunos libros de cuentos, en este libro no hay relatos más y menos importantes, relatos más o menos llamativos. Lo verdaderamente importante de esta obra es el conjunto, la suma de los relatos. Solos, son muestras aisladas de la vida estadounidense o, por decirlo de otra forma, piezas sueltas de un puzzle; todos juntos, los relatos componen un extraordinario mural de los Estados Unidos. El libro consigue así lo que no habían logrado antes otros narradores americanos: dimensionar casi toda la realidad norteamericana de una forma eficiente y concisa. Aquí podemos ver todos los elementos, estereotipados o no tanto, que definen a los Estados Unidos: el beisbol, las carreteras, las zonas residenciales, los suburbios, las empresas, los cafés y bares, los hombres de negocios y los obreros, el dinero, los emigrantes, el racismo, la guerra, el sida, la religión y la muerte. Es cierto que ninguno de los relatos es una gran historia, y que no dejan de ser sino meras anécdotas de las vidas cotidianas, escritas por individuos corrientes. No hay tesis ni conclusiones: sólo los testimonios de sus vidas, tan normales como las de cualquiera. Es la pluralidad de voces lo que enriquece el libro, lo que de verdad lo llena de interés.

La emotividad es un elemento presente en casi todos los relatos. Los autores aprovechan la escritura para exponer sus sentimientos a través de anécdotas íntimas. Algunos optan por testimonios menores: un objeto perdido y después recuperado, una mascota muerta, una amistad olvidada. Otros son menos reservados y narran eventos más emotivos: la muerte de un familiar, la crisis amorosa, un día de permiso fuera de prisión. La imagen de Estados Unidos que surge de estos testimonios está cargada de sentimientos y pasiones. A veces, desde luego, son también demasiados los sentimientos y demasiadas las pasiones. De hecho, algunos de estos textos corren el peligro de un sentimentalismo exagerado, mientras que a Auster, si algo se le puede reprochar, es el exceso de geometría. En cualquier caso, no importan los excesos sentimentales ni las carencias técnicas: el libro se vale de esos defectos para erigirse como un auténtico, descomunal testimonio de Estados Unidos. Quizá algún cínico diga incluso que este es el mejor libro de Paul Auster. Y tal vez no se equivoque.

Creía que mi padre era Dios. Paul Auster. Editorial Anagrama, 2004

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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