Redoble por Rancas. Manuel Scorza: El genuino realismo mágico

Redoble por Rancas, de Manuel Scorza

El tiempo ha sido injusto con Manuel Scorza. El escritor peruano fue el primer autor hispanoamericano que supuso la transición del mito a la realidad en los años del boom narrativo. Hasta ese momento, la novela hispanoamericana había introducido dentro de la literatura mundial el elemento mágico característico del continente, amparado por la creación de lugares míticos en los que los escritores podían desplegar con absoluta libertad su fértil imaginación (Macondo en el caso de García Márquez, Comala en Juan Rulfo, la Santa María de Juan Carlos Onetti) o territorios tomados de la realidad pero desvelados mediante efectos alucinatorios –Donoso-, fantásticos –Cortázar- o puramente verbales –Cabrera Infante-. Solo Vargas Llosa parecía abrazar el realismo y la denuncia.

No es casualidad que fuera otro autor peruano el que acometiera la otra empresa que parecía connatural a un escritor cuyo continente se veía acuciado por la injusticia social y la depravación política, cuestiones que apenas abordaban los protagonistas del boom. Una frase del presidente Manuel Prado es suficiente para ponernos sobre la pista de esa necesidad que urgía dentro de la literatura hispanoamericana: “En el Perú hay dos clases de problemas: los que no se resuelven nunca y los que se resuelven solos”. La narrativa de Manuel Scorza fue la respuesta a tal dislate.

Para ello aprovechó uno de los episodios más vergonzantes de la reciente historia peruana: en Cerro de Pasco, a partir de 1961, comenzó la ocupación de las primeras haciendas y el desalojo violento de campesinos a favor de una empresa con intereses norteamericanos para la explotación de yacimientos mineros. Los propietarios se sublevaron y, en contra de cualquier lógica, el gobierno de Prado envió al ejército contra los propios indios peruanos para “devolver” la tierra a sus “propietarios legales”, provocando una masacre. Hay que tener en cuenta que Cerro de Pasco es la región habitada más alta del mundo (está situada a unos 4.300 metros de altura) y que su población, hasta esos momentos, vivía en ella desde tiempos inmemoriales dotados con todos los derechos de propiedad.

Manuel Scorza, hasta esos momentos poeta con cierto renombre y hombre con inquietudes progresistas, viajó a la región y obtuvo información de primera mano sobre la aberrante operación llevada a cabo por el gobierno peruano. En 1968 comenzó la redacción de una novela, Redoble por Rancas, que vería la luz en España cuando en 1970 quedó finalista del Premio Planeta. Esta obra sería la primera de una serie de cinco títulos –Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago– que forman el ciclo épico La Guerra Silenciosa, con el que Scorza logró éxito internacional en Europa, no así en Hispanoamérica, donde su narrativa fue debidamente silenciada.

Hay que partir del hecho de que Redoble por Rancas es una extraordinaria novela por su estricto valor literario, más allá del reivindicativo. Sus recursos estilísticos están a la altura del mejor realismo mágico, con la diferencia de que esa plasticidad narrativa en este caso está al servicio de la realidad, y que los elementos imaginativos sirven para enriquecer un texto que, en este caso sí, comportan tanto realismo como magia, mito y verdad. Decimos esto porque en la actualidad las obras de Manuel Scorza, escritor a la misma altura literaria de otros grandes nombres ahora reverenciados, apenas pueden encontrarse en los anaqueles de las librerías, tal vez porque la sociedad –y por tanto los lectores- han vuelto a esa autocomplaciencia y ese mirar para otro lado que justamente hicieron posibles los desmanes que denuncia este libro.

Evidentemente, Manuel Scorza era un literato de raza que no quería quedarse en el raquítico territorio de la novela testimonial, de ahí que utilizara muchos de los aspectos míticos que estaba utilizando en esos momentos la narrativa hispanoamericana. Por ejemplo, el cerco y vallado de las tierras está descrito como un fenómeno casi paranormal que va invadiendo las haciendas de noche, de manera que los habitantes de Rancas van viendo invadidos sus pueblos y cortadas sus comunicaciones como si de una maldición bíblica se tratara, según la manera que Julio Cortázar utilizara en su famoso relato Casa tomada.

Aunque el protagonista de la novela es colectivo, Manuel Scorza concreta la pesadilla que está relatando en unos cuantos personajes que irán creciendo como gigantes a lo largo de la narración. De hecho, el primer capítulo comienza con el ominoso retrato del doctor Francisco Montenegro, hacendado y juez local, impertérrita y tiránica autoridad que parece indestructible. Todo el pueblo llega a la conclusión de que el juez debe morir para que terminen las tropelías, y será un campesino indígena, Héctor Chacón, el que prepare el atentado durante toda la novela, aun a sabiendas de que será ejecutado por su asesinato.

Manuel Scorza junto al protagonista de la novela, Héctor Chacón
Manuel Scorza junto al protagonista de la novela, Héctor Chacón

Hay mucho de kafkiano en este enfrentamiento violento entre autoridad y ciudadanía, una especie de postergación infinita en la que el futuro asesino no consigue nunca acercarse al juez, que parece blindado por el destino. Mientras tanto, la compañía minera norteamericana Cerro de Pasco, Co. sigue cercando las tierras, cada vez es más difícil ir de un lugar a otro, las casas, de repente, pasan a ser propiedad de la empresa y los campesinos deben ir arracimándose en un territorio cada vez más angosto, casi asfixiante, sin posibilidad de protestar ante nadie puesto que, no solo no se los escucha, sino que las autoridades los amenazan con la prisión o la muerte.

Como decíamos, el elemento fantástico dota de una nueva dimensión el conflicto entre el mal y la justicia: el protagonista, Héctor Chacón, es también llamado el Nictálope, puesto que puede ver perfectamente en la oscuridad de la noche; otro personaje, el Ladrón de caballos, puede hablar con los animales, que participan en la solidaridad del pueblo, hasta el punto de que los cerdos servirán también como instrumento para la lucha, o los mismos caballos serán entre ellos mensajeros de órdenes y noticias cuando la parcelación de la tierra haga imposible la comunicación entre los humanos. Sin embargo, también protagoniza la lucha un viejo pastor al que el ejército mata todo lo que tenía, un rebaño de ovejas, y que decide enfrentarse con el cruel capitán de manera mesiánica solo con sus puños, recibiendo sucesivas palizas, de las cuales, milagrosamente, se recupera para seguir incordiando a las autoridades.

La inclusión de estos elementos míticos en una historia de gran dramatismo real lleva a Manuel Scorza a incluir otra faceta memorable de la obra: el humor. La continua ironía con la que el escritor describe a personajes y situaciones es el bálsamo que ayuda al lector a afrontar todos los horrores contenidos en la novela sin que a éste le produzca rechazo. Frente al cinismo del Estado, Scorza opone la ironía de las situaciones cotidianas. Como ocurre en la realidad, la agresión inmisericorde de las autoridades está atenuada por el temple de una ciudadanía que recurre al humor, no como una válvula de escape, sino como una válvula de seguridad para mantener su equilibrio emocional a raya. En este sentido, la prosa de Manuel Scorza contiene en sí misma esa ironía desdramatizadora, convirtiendo al escritor en un personaje más de la historia.

Nada debilita más al ser humano que las mentiras de la esperanza. Scorza recogió esa verdad kafkiana de los pueblos que una y otra vez caen ante las falsas promesas de los gobernantes, y fue la propia realidad la que quiso demostrar hasta qué punto los hechos se precipitan en esa infinita espiral de las ilusiones políticas: con motivo de la publicación de la novela, en julio de 1971 el presidente Velasco Alvarado puso en libertad a Héctor Chacón, como sabemos protagonista de esta obra con su propio nombre (como el resto de los personajes), que cumplía condena en el penal de Sepa, en plena selva peruana, a la vez que invitaban a Scorza a ocupar cargos de responsabilidad en el gobierno militar, ofrecimiento que, naturalmente, el escritor rechazó.

La historia política del Perú, desde entonces, es bien conocida y sin embargo apenas unos cuantos escritores tomaron el testigo de Manuel Scorza. Es cierto que después del ciclo narrativo de La Guerra Silenciosa, el autor publicó en 1983 la novela La danza inmóvil, en la que parecía tomar un nuevo rumbo en su narrativa, aunque hay testimonios de que iba a volver a trabajar sobre la situación del campesinado peruano. Desgraciadamente, el 27 de noviembre de 1983 Manuel Scorza encontraría una pronta muerte entre los restos de un Boeing 747 siniestrado en las inmediaciones de Barajas, junto a su amigo, el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia.

Redoble por Rancas. Manuel Scorza. Ediciones Cátedra.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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