Stories revived. Henry James: La reelaboración del pasado

32-stories_revivedCuando Henry James se dispuso a escribir Las bostonianas decidió quemar sus naves en lo que respecta a su anterior producción literaria, de modo que se sumergió en una fiebre creadora que lo llevaría a publicar 8 libros en poco más de un año. Acaso el libro más curioso de cuantos dio a la imprenta fue el que tituló Stories Revived –algo así como Cuentos resucitados (1885)-, una obra en tres tomos que recogía 15 relatos de muy diversas épocas. El título era engañoso por cuanto muchas de esas historias habían sido publicadas apenas pocos meses antes, pero tenía el aliciente de mostrar al público por primera vez en forma de libro 7 relatos de su primera etapa, con una previa advertencia del propio autor: “Estos cuentos tempranos han sido en algunos casos minuciosamente revisados y corregidos –muchos pasajes han sido completamente reescritos.” Esa obsesión por reelaborar sus textos la mantuvo hasta el final de sus días, lo que viene a demostrar su afán de perfeccionismo.

Lo que no pudo, naturalmente, fue eliminar esa pátina primeriza e ingenua cuya mejor definición la dio precisamente él al decir que un cuento es sólo una anécdota, “algo que le ocurre por casualidad a alguien”. El mismo título de uno de ellos, Un paisajista (A Landscape Painter, febrero de 1886) parece darle la razón: trata de eso, de un pintor de paisajes que, después de un desengaño amoroso, se retira a una especie de lugar casi desierto donde vive un capitán de barco y su hija, que enseña música en un internado de niñas.

Contado en forma de diario, el cuento irá desvelando una trama que, no por esperada, resulta al final sorprendente. Aunque aprovechara un recurso narrativo bien conocido, el uso del diario le dio la oportunidad al joven James (Un paisajista fue su tercer cuento) de usar la técnica del punto de vista, puesto que la apacible estancia del joven Locksley, que no busca otra cosa que olvidar su pasado y con él su disipada vida de rico neoyorquino, corre paralela a la no menos anodina existencia del capital Quaterman y su hija, de cuyas vidas sabemos poco, pero que finalmente aparecerán como una erupción cuando el pintor descubra cuál es la realidad que lo rodea.

Su siguiente relato, Un día único (A Day of Days, junio de 1866) refleja a la perfección su idea de anécdota como base de un cuento corto. Adela Moore es una joven que vive retirada del mundo junto a su hermano, un reputado científico. Un día que éste se ausenta, aparece por la casa familiar Thomas Ludlow, un admirador del biólogo que llega por sorpresa para resolver con él una serie de cuestiones. Dado que no se le espera hasta bien entrada la tarde, el joven decide esperarlo ya que al día siguiente partirá de viaje.

Como es previsible, la espera se convierte en algo más cuando la atracción de los jóvenes se va haciendo patente conforme pasan las horas. Naturalmente, el acercamiento entre los dos se limita a un paseo por el campo hasta más allá de lo que podría considerarse decente. La ilusión que se va creando en el interior de Adela parece ser corroborada por las atenciones de Thomas. Ella jamás ha tenido un trato tan cercano con un hombre y tampoco se ha sentido centro de la admiración masculina como durante esas horas que pasa con el joven. El que pueda aprovechar más tiempo con él dependerá de que su hermano llegue a tiempo antes de que parta el tren que alejará a Thomas para siempre.

La simplicidad de la historia no está reñida con ese encanto del que fue dueño Henry James desde sus primeros relatos. Se trata de un cuento de amor victoriano en estado puro sin más pretensiones que ir cogiendo pericia en el arte de narrar.

Más complejo es Pobre Richard (Poor Richard, junio-agosto de 1867), un singular triángulo amoroso con cuatro lados. Bien pronto apareció en la narrativa de James el tema de la soltería, y sobre él pivota esta historia cuya protagonista es una de esas mujeres fuertes y autosuficientes tan características de su producción posterior. Segundo cuento cuya trama se desarrolla durante la Guerra Civil, nos presenta a Miss Whittaker, mujer rica y bella, ya con una edad que sobrepasa la normal del matrimonio, pero que vive apegada a sus frugales costumbres, con las que es feliz. Un día se presenta en su casa un primo suyo , Richard, un tipo bastante calavera, nervioso, terco, depresivo y ex alcohólico que pronto la pretende sin que su prima acceda a sus deseos.

Richard piensa que debe ganarse la confianza de ella y emprende una nueva vida que demuestre a Gertrude Whitakker de lo que es capaz por amor. Cuando parece que la historia va a continuar por estos derroteros aparece el capitán Severn, un ex oficial de la Guerra herido en combate y que ha llegado a la localidad para enseñar matemáticas en un colegio rural. Es hombre callado, tímido, inteligente. No parece pretender nada pero tiene el suficiente atractivo como para que comprendamos que sería mucho mejor partido para Gertrude que su primo. Para acabar este curioso triángulo masculino, también irrumpe en la casa el mayor Luttrel, que en esos momentos está interviniendo en la Guerra Civil y cuya presencia en casa de Miss Whittaker no se encuentra muy justificada, lo que lo convierte en un personaje sospechoso desde el principio.

En efecto, es un hombre cínico y calculador, que se quiere hacer con el dinero de Gertrude creyendo que la impresionará con sus galones. Pero Gertrude es una mujer sencilla, y mientras el primo Richard y el mayor Luttrel –después de todo, las dos caras de la misma moneda- se marcan de cerca, Miss Whittaker se deja llevar por sus sencillas inclinaciones hacia el reservado profesor de matemáticas. La derrota en una batalla en Virginia despierta en éste su valentía patriótica y decide incorporarse a filas. Como es natural, se dirige a casa de Gertrude para comunicárselo –e intuimos que para llegar a un cierto compromiso con ella- pero una jugada perversa desviará el destino: en el momento en que está avistando la casa, se encuentra con Richard y el mayor Luttrel que salen de ella. Cuando el profesor les dice el motivo de la visita, Richard, inesperadamente, miente y le responde al capitán que su prima se encuentra ausente. Como al día siguiente se incorpora al ejército, el capitán Severn no tendrá oportunidad de despedirse de su amiga y ésta no sabrá que ha regresado a la guerra.

Sobre esa mentira, vil y descarada, se va a desarrollar el cuento, puesto que si bien Richard es el autor material, el mayor Luttrel es su cómplice por omisión, los dos interesados en que el otro lado del triángulo no les levantara la pieza. Si bien podíamos esperar un acto tan cobarde del pusilánime Richard, el honor que se le sobreentiende al mayor brilla por su ausencia, y aún más cuando pasan las semanas y su cínica conducta respecto a Gertrude demuestra que su honor es sólo una cuestión de uniforme.

Este relato, que en ocasiones puede pasar por melodramático, puede considerarse uno de los mejores que escribió James en su primera etapa. Que tres hombres pretendan a la misma mujer, que dos de ellos sean complementarios entre ellos y el otro una mezcla de los dos, que la pretendida no muestre un especial interés por ninguno pero se deje querer por los tres, ese punto de malicia que representa una mentira tan descarada y que, sinceramente, molesta al lector por su grosería, y el hecho de que haya un final abierto a pesar de todas las vicisitudes que ocurrirán en la historia, hubieran merecido un mayor desarrollo aunque, en su tamaño de miniatura, este cuento es magnífico.

El noveno relato que escribió James, Un caso de lo más extraordinario (A Most Extrordinare Case, abril de 1868) vuelve a tocar el tema de la Guerra Civil llevándonos a la habitación de un hotel de Nueva York donde Mason trata de recuperarse de las graves heridas recibidas en una batalla. Está solo y sus esperanzas de vida son muy limitadas hasta que entra por la puerta Mrs. Mason, una especie de ángel salvador en forma de tía semiolvidada y una mujer que vale por una docena, tal vez porque es americana y porque él es un héroe de guerra.

Como es normal que ocurra en los cuentos de Henry James, resulta obvio que Mason no puede recuperarse en Nueva York, como en ninguna ciudad, porque parece que el campo hubiera sido creado como único lugar posible de convalecencia, de modo que termina en una casa a orillas del Hudson gracias a la infinita hospitalidad de su tía. Allí conocerá a una sobrina de ésta, Miss Hofmann, otra de esas heroínas que pueblan las narraciones de James, joven invitada en casa de un familiar con un sentido del honor, la decencia y el saber estar que atrae inmediatamente la atención del protagonista.

Un joven médico recién llegado a la comarca iniciará una buena amistad con Mason y lo ayudará a recobrarse de sus heridas, dentro de la gravedad del caso. Y aquí es donde aparece, en sus inicios, ese talento especial que tenía Henry James para los sobreentendidos y las situaciones en que los silencios son más elocuentes que las palabras. El previsible trío sentimental tiene la particularidad de que uno de sus miembros se encuentra prácticamente en una cama y sin un futuro claro. Si el autor hubiera sido más explícito, habría corrido el riesgo de que la joven Miss Hofmann resultara cruel en el caso de rechazarlo, o excesivamente humanitaria, si lo aceptara. Ese tono intermedio en el que tan bien se movía James es el elegido para este relato con singular acierto. Como curiosidad destacamos una frase que el escritor y crítico Colm Tóibín ha señalado como una de las menos representativas de Henry James: “Por aquel entonces tenía veintiséis años y su belleza estaba en pleno esplendor, al igual que su cuenta bancaria”.

Creemos que la “resurrección” de estos primeros cuentos del autor se debe a que, en ellos, James encontró el germen de los temas y los recursos que posteriormente le darían prestigio. Tal es el caso de A light man, donde juega con la figura del narrador poco fiable, o mejor dicho, nada fiable. Estamos de nuevo ante un relato en forma de diario escrito por Max Austin, un joven que llega a Estados Unidos después de una estancia en París y que se encuentra con una carta de su amigo Theodore Lisle en la que lo invita a que pase una larga temporada en la casa de campo de un anciano, Frederick Sloane, que pretende escribir sus memorias y necesita un amanuense.

Resalta desde el principio la actitud cínica de Max. Es un hipócrita, pero no porque los lectores lo piensen, sino porque él mismo lo dice. Gracias a su diario sabemos de él que es una persona interesada, mentirosa, aventurera, que se encuentra de repente con la posibilidad de casarse con la presunta heredera del anciano. Por no ser no es ni ambicioso, o al menos no lo parece. Podríamos decir que no sabemos nada de él porque es tal la cantidad de información que da de sí mismo, que conociendo su falta de sinceridad se termina por no creer nada de lo que escribe. Es cierto que en un diario no es natural mentirse a sí mismo, pero Henry James consigue crear la duda en el lector en este alarde de falsedades encadenadas. Acaso este relato sea el más antiguo antecedente de Otra vuelta de tuerca.

También hay elementos de este inolvidable relato en Master Eustace, si bien su uso es muy limitado. En esta ocasión nos referimos al narrador interpuesto, cuyo mejor ejemplo podría ser el personaje de Marlow en la novela de Conrad El corazón de las tinieblas: se juega con dos niveles de narración, el que la introduce, y el que realmente la cuenta. En Master Eustace este recurso no opera con eficacia puesto que la muy convencional trama absorbe por completo cualquier intento de juego con los dos posibles planos de la historia.

De hecho, el argumento es tan manido y melodramático que solo lejanamente reconocemos la voz de Henry James. Una madre sacrificada, la repentina revelación de una paternidad, la demanda sobre la custodia de un hijo, un secreto largamente guardado y una pistola cargada son los puntos sobre los que descansa un argumento que podría parecer digno de Dickens si no fuera porque su tratamiento es lo más alejado del que hubiera concebido el escritor inglés. No es que sea un cuento fallido, puesto que obedece a la concepción literaria de la época y se lee con agrado, pero parece extraño que un autor como Henry James, tan singular en sus temas desde sus comienzos, optara por una historia tan truculenta.

Algo de truculento tiene también Rose-Agathe, aunque sea en otro sentido. Me inclino a pensar que fue un experimento que acometió James para ver hasta dónde podía llegar con su particular técnica del punto de vista. De hecho es, con diferencia, el más tardío de estos cuentos “resucitados” –mayo de 1878- y tuvo varias oportunidades de haberlo publicado antes en forma de libro.

De nuevo se parte de una mínima anécdota: un narrador innominado espera a un amigo en su hotel. Dado que éste se retrasa, decide dar una vuelta y descubre casi debajo de su balcón a una preciosa dama que resulta ser la esposa de un peluquero cuyo establecimiento queda coquetamente remarcado por un escaparate donde lucen dos modelos con los más recientes peinados. Cuando por fin ve aparecer a su amigo se percata de que éste también se ha quedado plantado delante del escaparate, fascinado por la belleza que se muestra en el interior.

Gracias a una profusa conversación sabemos que ese amigo es un experto coleccionista de objetos, especialmente de bibelots. La sorpresa llega cuando el narrador extrae la conclusión de que aquél pretende llevarse a la esposa del peluquero con él como si de un objeto de arte se tratara. Los días siguientes parecen corroborar ese temor: a las continuas visitas a la peluquería sigue el definitivo regalo de compromiso que el amigo muestra –un lujoso collar- y que piensa entregar ese mismo día. Lo que en un principio levantaba suspicacias termina siendo una especie de pesadilla. ¿Cómo ha seducido a esa mujer delante de su propio marido? Parece imposible. Más tarde tiene la oportunidad de confirmar su íntima sospecha cuando el narrador se acerca a la peluquería y ve que el collar no lo lleva puesto la dueña, sino que se lo ha endosado a uno de los maniquíes del escaparate, sin saber que entre la dueña y el amigo hay un acuerdo que él desconoce.

Dentro de la escasa importancia que tiene este relato en la producción de James merece la pena resaltarlo porque, una vez conocido el final, es un placer releer la minuciosa maquinaria de relojería que es diálogo, escrito de manera que no desmienta en ningún instante los prejuicios y las expectativas del narrador, instalado en la creencia de que su amigo y él están hablando de lo mismo. Sólo un talento como el de James podía transmitir al lector las mismas ideas preconcebidas de sus protagonistas sin escatimar ninguna información. Una vez más estaba utilizando sus relatos como banco de pruebas de sus novelas donde -como sabemos- la ambigüedad sería una de sus más elogiadas características.

Pobre Richard. Editorial Funambulista.

Un día único pertenece al libro Cuentos de amor victorianos. Alba Editorial.

Un día de lo más extraordinario se encuentra en la selección Nueva York. Sexto Piso.

Un paisajista, A light man, Master Eustace y Rose Agathe pueden leerse en Complete Works of Henry James. Delphi Classic.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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