La caza. Thomas Vinterberg. Las consecuencias de la calumnia

los-protagonistas-de-la-caza-de-thomas-vinterberg-680x412Decía Séneca que no existe nada más veloz que una calumnia, pues nada se acepta más fácilmente ni se extiende con tanta rapidez. Sin duda el sabio sabía de lo que hablaba, pues conocía muy bien a sus congéneres. Una simple frase pronunciada en un momento inoportuno puede arruinar la vida de una persona aunque ésta haya demostrado toda su vida ser honesta, humilde, afectuosa y trabajadora. Esta es la tesis que sostiene la película La caza, una idea que ya se ha ensayado en diferentes ocasiones en el cine y que, en este caso, su director Thomas Vinterberg retoma con maestría produciendo una obra llena de interés. Me vienen a la cabeza varios ejemplos de anteriores películas con temática similar, pero para sólo reseñaré tres: Estos tres (1936) de William Wyler, basado en una obra teatral de Lillian Hellman; La calumnia (1961), rodada nuevamente por William Wyler y basada en la misma pieza de Lillian Hellman, aunque esta vez sin los problemas de censura que tuvo que afrontar en su primera versión; y la más reciente que recuerdo es La duda (2008) de John Patrick Shanley, basada en su propia obra.

Al comenzar la película conocemos en pocos minutos a todos los personajes, y nos basta esa breve presentación para percibir su carácter: todos ellos son vecinos de un pequeño pueblo que se comportan de un modo afable, cordial, con amabilidad; se tratan con camaradería y, en algunos casos, dan muestras de mantener una gran amistad. Es el caso de Lucas (Madds Mikkelsen) un cuarentón con aspecto algo tímido pero fraternal de quien pronto sabemos que trabaja en una guardería, que los niños adoran jugar con él, que ese nuevo empleo le ha permitido superar un divorcio que, además, lo mantiene separado de su hijo adolescente. Poco a poco Lucas ha rehecho su vida e incluso ha entablado una relación sentimental con Nadja (Alexandra Rapaport), una compañera de su trabajo. Para completar su felicidad, un día su hijo Marcus (Lasse Folgelstrøm) lo llama por teléfono para anunciarle que quiere irse a vivir con él.

Un día, en la guardería, Lucas trata de aclarar un malentendido con Klara (Annika Wedderkopp), la hija pequeña de Theo (Thomas Bo Larsen), su mejor amigo en el pueblo. La niña le ha escrito una carta “de amor” y Lucas le explica que esa carta debe dársela a un niño de su edad o a sus padres, que la quieren mucho. Al sentirse rechazada, la niña escupe su enfado con Gretchen (Susse Wold), la directora de la guardería, mientras espera a que su madre la recoja. Un simple comentario, en apariencia inocuo, hace que se siembre la sombra de una duda: Gretchen no sabe si interpretar por las palabras de la niña que Lucas ha abusado sexualmente de ella. Aturdida, sin saber qué pasos debe dar, habla primero con Lucas para tratar de aclarar qué ha sucedido, pero poco a poco, el rumor se dispara y se convierte en una acusación tácita que todo el mundo da por cierta.

La originalidad de esta película con respecto a otras de temática similar en las que se juega con la duda es que en La caza el espectador sabe desde el principio de forma fehaciente que Lucas es inocente. Ese aspecto no le resta ningún interés a la historia sino que, antes al contrario, lo refuerza, pues asistimos a una narración en la que los pensamientos de la gente están contaminados por un odio viral y sin remedio. Por otra parte, se juega con la arquetípica inocencia de los niños y con esa creencia de que “los niños nunca mienten”. En ese sentido, me parece un acierto cómo el director nos transmite la imagen de una niña completamente inocente, sin maldad alguna, con un aura de candor e ingenuidad que se mantiene en toda la película. Somos conscientes de que Klara ha mentido, e incluso ella llega a plantear en dos momentos diferentes que se ha equivocado y quiere dar marcha atrás, sin ningún éxito. Lucas se siente literalmente apabullado y perplejo de que quienes consideraba sus amigos le den la espalda sin concederle la posibilidad de una explicación, y cuando ni siquiera se ha producido una investigación policial para determinar la veracidad del caso. A Lucas le resulta increíble que Klara, la hija de su mejor amigo, haya podido mentir en algo tan terrible, pero le resulta mucho más doloroso ver cómo su amigo Theo no le cree cuando va a su casa para tratar de aclarar las cosas, resultando incluso agredido y expulsado de la casa de su amigo. En medio de ese infierno personal Lucas sólo contará con el apoyo de su amigo Bruun (Lars Ranthe) que es el padrino de su hijo y también con el de su propio hijo, que deja la casa de su madre, a pesar de que ésta se lo prohíbe cuando se entera de la acusación que pesa sobre Lucas, para estar al lado de su padre.

El esquema de la película hace que el ambiente sea completamente opresivo y asfixiante. El rechazo de la sociedad contra Lucas se torna cada vez más agresivo y violento, pero el director sabe hacerlo de forma paulatina, dosificando, lo que a mi juicio es otro acierto más. Así, por ejemplo, escenas como la de la reunión de padres, o la ruptura con Nadja cuando ella le pregunta a Lucas si la acusación tiene algo de cierto, o cuando le prohíben al hijo de Lucas la entrada en el supermercado, simplemente por tratarse de un familiar del acusado, son sólo el preámbulo de lo que está por venir. Todo parece volverse del revés e incluso cuando la niña admite que todo lo que dijo no era más que una tontería que se inventó, pero a esas alturas todos están ya obcecados con la versión de los hechos que ya han resuelto dar como válida y, de modificarla, siempre será para hacer caer más ignominia sobre el acusado quien, a todos los efectos, desde la perspectiva de sus vecinos y antes amigos ya ha sido juzgado, sentenciado y condenado. A la acusación de la niña, los padres de otros niños añaden otras nuevas y hacen que sus hijos “confiesen” los relatos de cómo Lucas abusó de ellos en el colegio o en su propia casa. Finalmente, tras una serie de agresiones y humillaciones sin fin, la policía desmonta la mentira y deja en libertad sin cargos a Lucas. Pero esa resolución es tan sólo aparente porque, aunque resulte paradójico, a esas alturas pese a su recién proclamada inocencia el protagonista ya está condenado por la sombra de una sospecha que nunca le abandonará, aniquilando en un instante toda la reputación que Lucas se ha esforzado en construir durante años.

El símil de la caza, que podemos comprender en las escenas finales de esta película, viene a completar como en un círculo la primera escena en la que un grupo de amigos se reunía en plan festivo tras un día de caza. En este caso, al haber alcanzado Marcus la mayoría de edad, su padre le regala una escopeta como símbolo de integración en el clan de cazadores del pueblo. Todo parece haber sido reparado, el daño, el malentendido, las heridas abiertas, pero en el fondo comprendemos que nada de ello es posible, o no del todo, pues las consecuencias de una calumnia nunca son la exoneración ni el perdón.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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