Tormento. Benito Pérez Galdós

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Benito Pérez Galdós (1843-1920) fue un escritor especialmente dotado para plasmar en la ficción la realidad en toda su crudeza. Si a ello se une su facilidad para asimilar los ideales, las miserias y las costumbres de la sociedad española, podemos concluir que Galdós es una referencia necesaria para comprender eso que podríamos llamar la cultura española, tal vez con más exactitud que cualquier sesudo estudio sociológico.

Digamos que Pérez Galdós fue un escritor de oído, con una asombrosa sensibilidad para captar modelos psicológicos y una capacidad no menos sorprendente para llegar con facilidad al mismísimo corazón del lector. Se le ha tildado de costumbrista y castizo, olvidando que su fuerte interés por su entorno, que quedó patente en su incesante actividad política, lo llevó a denunciar a través de sus obras lo que de rancio, mojigato y lastimoso encontró en la España de su tiempo; para entendernos: si hubiera nacido en el siglo XX, su narrativa hubiera sido considerada como novela social.

Por ello entendemos artificial esa distinción que se aplica a su obra entre novelas de tesis, novelas contemporáneas y novelas espirituales. Lo que hizo Galdós fue una novela profundamente española, vista, naturalmente, por su mirada crítica y sagaz, muy adelantada a su época.

Así es el caso de Tormento (1884), una obra escrita en un período de gran madurez creativa y que de alguna manera preludia sus posteriores obras maestras. Tormento es como un último ensayo de lo que más tarde serán sus reconocibles señas de identidad.

El argumento, en este caso, es lo de menos. Para su momento, sería un escándalo esta sórdida historia, podríamos decir de amor, entre una joven y pobre huérfana y dos hombres de espíritus contrapuestos: el rudo indiano que vuelve a la España de antes de la revolución del 68 con la esperanza de refinarse en sus modales y enriquecerse con la civilización; y un cura renegado y violento, insoportable en su falta de vocación y de escrúpulos. Una pasada historia nada espiritual con el sacerdote, que nunca llega a revelarse en el relato, impide a la conciencia de la joven, Amparo, aceptar las proposiciones matrimoniales de Agustín Caballero, el indiano rico pero tímido e ingenuo.

Como se ve, es el pecado contra la pureza el detonador de la trama. Naturalmente, esta novela fue leída en su momento de forma muy diferente a como podemos leerla ahora. Lo que entonces era una de las situaciones más escandalosas para una señorita ahora no pasa de ser exclusivo motivo de preocupación para retrógrados meapilas.

Sin embargo, y aquí es donde reside la grandeza de Galdós no siempre bien entendida por el público, la novela no ha perdido vigencia por cuanto el retrato de los personajes y el desarrollo de las situaciones son fácilmente identificables aun en la España del siglo XXI. Por decirlo en pocas palabras: Galdós fue un escritor muy español, como Dickens fue un escritor muy inglés o Tolstoi muy ruso. Ignoro cuál es la proyección internacional de Galdós, si sus novelas fuera de nuestras fronteras se leen por interés histórico o meramente literario. Pero si hay un escritor que nos identifica como pueblo, ése es Benito Pérez Galdós.

Su estilo es limpio, aparentemente sencillo, muy ameno. Sus tramas ruedan con un dinamismo balsámico, llevando una escena a otra, aumentando el interés conforme avanza la historia con sabia dosificación. Sus diálogos tal vez pequen de excesivamente naturales, con continuos giros populares, pero ya decimos que Galdós fue un escritor de extraordinario oído y no desaprovechó esta capacidad para dotar de mayor realismo sus ficciones.

Pero su fuerte es la construcción de los personajes, en los que se produce la compleja fusión entre la sutileza y el arquetipo. Ya en la elección de sus nombres hay una declaración de intenciones: las dos jóvenes huérfanas que viven en la pobreza y la marginación se llaman Refugio y Amparo. El adorable indiano se apellida Caballero y el cura distante y glacial, Polo.

En cuanto a la familia en cuya casa Amparo trata de sobrevivir malamente, destaca el soberbio personaje de la señora de la casa, Rosalía Pipaón de la Barca, cuyo linaje se emparenta a muy lejana distancia con la realeza, circunstancia que ella aprovecha para pavonearse en medio de la sociedad madrileña sin reparar en que está casada con un tal Bringas, pobre hombre que dedica su vida a hacer economías y reparar cuanto cacharro hay en su casa por mor del ahorro.

De esta forma, Galdós plantea un argumento en el que la apariencia es fundamental. Todos en esta novela aparentan, sea un dinero que no tienen, sea una posición social imaginada, sean unas virtudes de las que carecen. Ante los demás, todo el mundo es perfecto. Pero los demás, son invariablemente imperfectos. Como aquel hidalgo del Lazarillo, sobran migajas sobre la pechera y faltan escrúpulos para chismorrear y difamar. Se presta más atención al vecino que a la casa propia y se dispensa la compasión cuando se quiere ocultar la envidia.

En este sentido, Tormento es una novela ejemplarmente española. Hay como un cierto aire que nos suena, un reconocible tufillo maloliente que el lector actual puede aún percibir en el ambiente y que Galdós retrata de forma magistral. Es probable que Tormento no sea una obra maestra, pero tiene la virtud, habitual en Galdós, de poner el dedo en la llaga y penetrar a través del tiempo en la profunda arteria que secularmente transporta nuestra sangre hispana.

Tormento. Benito Pérez Galdós. Alianza Editorial.
 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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