Una vida plena. L. J. Davis: carpe diem, vivir el momento

una vida plena portada DavisHace ya bastantes años leí una novela de Saul Bellow titulada Carpe Diem. Aunque Bellow ha escrito libros mucho mejores, guardo un recuerdo muy grato de esa obra que, básicamente, trataba sobre el fracaso. Lo que tal vez me chocó más de aquella historia fue el uso de una ironía cruel, ácida, para ahondar en la amargura de un protagonista consciente de que todo su proyecto de vida se va al traste y que es consciente de que debe cambiar su destino. La novela Una vida plena, de L. J. Davis me ha hecho recordar, con bastante agrado, aquella obra de Bellow con la que disfruté en su momento. De hecho, en Una vida plena ya se establece una línea que queda marcada por la ironía desde su propio título, algo que también ocurre en Carpe Diem (que se puede traducir como “aprovecha el día”, o “vive el momento”).

El protagonista de esta novela, Lowell Lake, es un ser mediocre, pusilánime que, desde el principio, despierta cualquier cosa menos nuestra simpatía. Toda su vida es un completo fracaso al que su escasa inteligencia contribuye notablemente. Desde las primeras páginas L. J. Davis nos deja claro con qué tipo de personaje estamos tratando: un completo estúpido. Por citar un ejemplo, Lowell Lake nos confiesa al comenzar la novela que pasó varios años sin darse cuenta de que sus padres regentaban una especie de prostíbulo, lo que él denomina “un burdel de autoservicio”, es decir, un motel de carretera a las afueras de la ciudad. Lo curioso es que hay un momento en que el lector llega a creer que Lake puede ser alguien en la vida y, de hecho, si no lo consigue es por méritos propios. Al poco tiempo de casarse, consigue una beca para la Universidad de Berkeley. Sin embargo, renuncia absurdamente porque, tras una absurda discusión con su mujer, piensa que su verdadera misión en este mundo, lo que le hará verdaderamente feliz, es renunciar a su empleo como profesor en Berkeley e irse a vivir a Nueva York para convertirse en novelista. Allí, tras incontables meses en los que se mantiene encerrado intentando construir una novela que todo el mundo menos él sabe que nunca terminará, acaba teniendo que renunciar a su proyecto para buscar un trabajo que resulta cualquier cosa menos gratificante: redactor de una revista de fontanería.

Lo triste del caso es que Lowell Lake es consciente de que todas sus decisiones desde que decide mudarse a Nueva York afectan, y muy gravemente, a las relaciones ya enrarecidas que mantenía con su esposa. En el afán de buscar algo que salve su matrimonio, su sensación de fracaso profesional y su propia autoestima, el protagonista no hace sino hundirse cada vez más en un abismo delirante de despropósitos, con el íntimo deseo de llegar a alcanzar, aunque solo sea de forma momentánea la sensación de haber logrado “una vida plena”, sin darse cuenta de que su vida está abocada, de forma irreversible, al fracaso y a la mediocridad. Es decir, justo lo contrario de lo que Frank Sinatra cantaba así:

I’ve lived a life that’s full
I travelled each and every highway
And more, much more than this
I did it my way

En un último intento de hacer algo con su vida e impresionar a su mujer. Lake toma una de las peores decisiones de toda su vida: comprar una casa ruinosa en la zona más deprimida del barrio de Brooklyn. Para ello, Lake tendrá que echar primero a sus ocupantes, casi todos inmigrantes y gentes sin recursos que han ocupado la casa y la han convertido en un auténtico vertedero. Lowell pretende llevar a cabo una acción verdaderamente digna que le haga sentirse una persona nueva, útil y, sobre todo, viva. Lowell insiste en su empeño por tener una vida plena y se dispone, pese a todos los inconvenientes, a lograrlo. En cada página, vemos cómo la imagen de esa casa devastada y ruinosa que Lowell intenta reedificar se corresponde con la de su propia vida.

Pese a todo, L. J. Davies sabe dosificar perfectamente apaciguar el dramatismo imprimiendo para ello algunas dosis de humor, aunque, eso sí, se trata de un humor ácido que, conforme avanza el libro, se va tornando cada vez más negro, hasta llegar a resultar sombrío. Por ejemplo, la forma en la que Davies describe en lo que se ha convertido el matrimonio de Lowell Lake es implacable: “No estaban casado el uno con el otro, estaban casados con su matrimonio”. El autor no deja de plantearnos durante toda la novela hasta dónde puede llegar el límite de la degradación de una persona, y cómo pese al cúmulo de errores que comete, el protagonista persiste en un empeño que resulta bastante extravagante.

Hay quien ha definido esta novela como humorística e incluso como asegura el crítico Jonathan Lethem: “es el libro más divertido que leí en mi vida”. Creo que esa afirmación es bastante cruel, a menos que consideremos divertido reírnos de la desgracia ajena, y del vacío de unas vidas inanes. Los personajes son personas corrientes, insatisfechas con su modo de vida (algo que, si lo pensamos, puede resultar bastante cotidiano para muchos) y que se despiertan cada mañana preguntándose por qué les ha tocado en suerte vivir una vida que no desean. Pero, a pesar de todo, siguen luchando en busca de algo que, casi con toda probabilidad, jamás podrán conseguir: una vida plena.

Una vida plena. L. J. Davis. La Bestia Equilátera

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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