Cuentos de un soñador. Lord Dunsany

024c.cuentossonador

He conocido ciudades llenas de felicidad y ciudades llenas de placer, y también ciudades llenas de melancolía. Hay ciudades con sus caras al cielo y otras que humillan el rostro a tierra; unas parecen contemplar el pasado y otras el futuro; algunas cuentan el viejo cuento de su infancia, que otras guardan en secreto, un secreto que Edward John Moreton Drax Plunkett, Lord Dunsany, (1878-1957) trató de desvelar al mundo a través de su elegante y suntuosa escritura.

Aristócrata, soldado en la Gran Guerra, cazador de leones y excelente ajedrecista, Lord Dunsany tuvo la virtud de imaginar historias atemporales para lectores de cualquier época sin saber que la temporal gloria lo postergaría. Lord Dunsany cometió el pecado de inventar un mundo personal adornado con un rico lenguaje que invitaba a atravesar las puertas de un universo onírico y fantástico. En la madurez de su carrera confesó que él nunca escribía sobre las cosas que había visto, sino sobre las que había soñado. Cuentos de un soñador (1910) es la vía de entrada idónea para conocer su particular concepción de la literatura.

Cada cuento es una compleja trama engarzada en la imaginación pura y el buen gusto. Con ellos recrea una cosmogonía propia, una reescritura de los mitos que se perdieron en la antigüedad sin la tentación de querer explicar la conducta humana a través de la ficción. En sus cuentos apenas tienen importancia las personas, muchas de ellas innombradas, como si fueran sólo figurantes de una historia mucho más compleja. Así, las ciudades toman una dimensión mucho más definitoria del devenir del mundo. Y junto a las ciudades, la Naturaleza, los animales, los vientos, las montañas, los ríos, que son el sendero que lleva al hombre al descubrimiento de lo extraordinario.

Imaginen un viaje por un río imaginario, como ocurre en Días de ocio en el país del Yann. En este solemne viaje, el narrador va contando su especial camino hacia la fascinación: cuando dice al capitán que procede de un país llamado Irlanda, en Europa, éste responde: «No hay tales lugares en todo el país de los sueños». A partir de ese momento, en una nave donde los marineros se turnan para orar ante todos los dioses que son y a cualquier Dios que pueda oír para que se cumpla durante el viaje la voluntad del río Yann, cada ciudad donde arribe el barco será un renovado asombro: Mandaroon, donde todos sus habitantes están dormidos porque cuando se despierten morirán los dioses, y cuando los dioses mueran los hombres no podrán soñar más; Perdondaris, la famosa ciudad en la que el regateo de los mercaderes es como un trágico desafío a muerte y donde una de las inmensas puertas de la muralla es toda ella de una sola y monstruosa pieza de marfil; Nen, donde una enigmática tribu de vagabundos bailan pasmosas danzas que han aprendido del viento del desierto y cuentan historias espantosas en un lenguaje que, aunque desconocido, cubre de terror el rostro de los oyentes…

Otras veces, los relatos toman el fabuloso cariz de un cuento de hadas, como en Poltarnees, la que mira al Mar, el relato de un reino rodeado de montañas y desiertos que no conoce la guerra sino la quietud y la holgura. Sin embargo, la paz se encuentra amenazada por el Oeste, por la gran muralla natural que forma Poltarees, la montaña que viene de muy lejos y se pierde muy lejos también, de donde procede la brisa del Mar: quien escucha el grito hambriento del Mar, se revuelve durante horas y poco más tarde emprende el camino de donde procede el viento para no volver jamás. En el reino no hay nadie que pueda decir cómo es el Mar, pues nadie volvió para contarlo. Sólo un cazador enamorado está dispuesto a hacerlo a cambio de la mano de la princesa Hilnaric, tan bella que nada sobre la Tierra puede comparársele, y el pretendiente está dispuesto a contemplar ese lugar ignoto, acaso no tan bello como la princesa, para después contarlo a los reyes y a todo el pueblo, pues no puede ser tan hermoso como el rostro de la princesa. El final del relato nos ofrece una curiosa variante del personaje del Príncipe Azul.

En Cuentos de un soñador hay lugar para la magia, para lo inesperado y lo mitológico, pero también hay momentos de sutil terror cuando se refiere a ciudades que no son imaginadas, o que lo son como una pesadilla. Londres aparece más de una vez en este libro, siempre vista desde una perspectiva visionaria. En donde suben y bajan las mareas, es un cuento que prefigura ciertas fábulas de Kafka, un sueño contado por una persona que ha hecho una cosa tan horrible que se le niega sepultura en tierra y en mar, hurtándosele hasta el mismo infierno. Comienza en la época actual y se prolonga durante siglos de oprobio y de fango en los que se repite un hecho inesperado y tan cruel como el castigo de Sísifo.

También se prolonga durante generaciones el descubrimiento súbito de La espada y el ídolo, un relato en tono de leyenda de un profundo pesimismo, en el que vemos pasar al hombre de la Edad de Piedra a algo parecido a la vida civilizada a través de la violencia y la superstición.

En El hombre del hachís quizá Lord Dunsany nos pueda estar dando la clave de su inspiración: durante una comida en Londres, un hombre se le acerca para felicitarlo por sus relatos y le cuenta que él conoce la respuesta a un asombroso enigma que se plantea precisamente en uno de los cuentos de este libro. Pero ese hombre no es un soñador como Dunsany, sino un consumidor de hachís que en sus alucinaciones llega exactamente al mismo lugar que el escritor irlandés, continúa sus sueños, entra dentro de su mente como si todos los sueños fueran el mismo sueño. No sabemos si Lord Dunsany o un personaje de Lord Dunsany es quien afirma que el hachís es como las alas con las que se puede volar a distantes países y descubrir el secreto del universo. En el texto hay un explícito homenaje a Thomas de Quincey, escritor y comedor de opio.

Como afirmaba Borges, admirador de la casi oculta obra de Lord Dunsany, éste fue «un hacedor de un arrebatado universo, de un reino personal, que fue para él la sustancia íntima de su vida.» Optó por la elegancia y la felicidad de los sueños en un siglo de continuos y desfasados compromisos. Su literatura siempre permanecerá fresca, como recién escrita.

Cuentos de un soñador. Lord Dunsany. Alianza Editorial.

Rate this post

Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

Check Also

Un verdor terrible, de Benjamín Labatut

Un verdor terrible, de Benjamín Labatut: en la frontera de la ciencia y la oscuridad

Un verdor terrible es una obra que se sitúa en la frontera entre la realidad …

3 Comentarios

  1. En mi opinión, la capacidad de soñar con profundidad literaria y casi pictórica es claramente un don que denota inteligencia, casi siempre reforzada por una buena memoria que permita recordar lo soñado. La cuestión que se plantea al final del artículo es algo que siempre me ha inquietado: ¿posee menor valor una obra genial cuando se alumbra bajo los efectos de los estupefacientes?
    ¿Debe la inspiración, por ventura, encontrar al creador trabajando, o más bien debe encontrarlo dopado?
    Lanzo la pregunta al éter fabuloso de este querido blog.

    • Querido Paco, no es que sea yo una persona autorizada en la materia, porque ya sabes que lo nuestro es el wyborowa, que entra como el agua, pero sobre el tema del dopaje en la creación artística habría mucho que hablar.

      Que Lord Dunsany se metía marihuana por un tubo no hay duda a la vista de sus cuentos, porque no son la traducción de un sueño normal, como los que podemos tener todos, así en plan Kafka doméstico, sino de sueños bastante peculiares con topónimos muy raros que me parece que nacieron rodeados de humo…. Y el lord irlandés aún tiene un pase, pero lo de Thomas de Quincey y el opio es que ya se eleva a la categoría de arte… Y no digamos Jan Potocki, que aunque no lo diga la Wikipedia, el hombre se pegaba unos chutes que desde Polonia estuvo buscando su manuscrito hasta que lo encontró en Zaragoza….

      También hay mucho de mito en defender lo contrario. Supongo que aquella frase de Pablo Picasso sobre la inspiración y el hecho de estar en ese momento trabajando, ha causado una seria incertidumbre en el poder creador de las drogas. Por cierto, que vaya usted a saber lo que se metía Picasso desde pequeño, porque crecer, creció poco…. Y lo mismo podemos decir de Sartre, cuya famosa pipa llevaba de todo menos tabaco, y su obra, con todos los respetos y a partir de un determinado momento (desde que le trucó los frenos al Dos Caballos de Camus), es prácticamente ininteligible.

      De todas formas, un palmo más o menos, la cosa es que el dopaje cosechó cierto prestigio en la primera mitad del siglo XX. Faulkner estaba todo el día morreándose con Jack Daniels y ya ves lo que escribió, aunque tuvieran que ponerle una inyección de adrenalina en el corazón para recoger el Premio Nobel… Pero también está el lado más negativo, el de Francis Scott Fitzgerald, cuyo genio suponemos que se vio gravemente perjudicado por dos nombres: Johnny Walker y Zelda. ¿Qué hubiera sido de su obra si hubiera bebido gaseosa La Inesperada? Pero para rebatir esta tendenciosa suposición está Paul Bowles, que desde que le pegó la primera calada a un canuto en Marruecos ya no se levantó de allí, y mira la de libros que escribió, no sabemos en qué estado comatoso….

      En cuanto a Keoruac, Burroughs, Ginsberg y compañía, ya no te cuento…. Es difícil encontrar una fotografía de ellos sin una copa en la mano y los ojillos vidriosos, eso sin contar el LSD y los discos de Pink Floyd que llevaran dentro…

      Y no hace falta que te confirme tus sospechas de que James Joyce sólo pudo escribir el Ulises bajo los efectos de un potente estupefaciente, quizá no tan usual como otros que conocemos, según estas palabras que le escribió por carta a su esposa Nora: «Las dos partes de tu cuerpo que hacen cosas sucias son las más deliciosas para mí. Prefiero tu culo, querida, a tus tetas porque hace esa cosa sucia. Amo tu coño no tanto porque sea la parte que jodo cuanto porque hace otra cosa sucia. Podría quedarme tumbado todo el día mirando la palabra divina que escribiste y lo que dijiste que harías con la lengua. Me gustaría poder oír tus labios soltando entre chisporroteos esas palabras celestiales, excitantes, sucias, ver tu cuerpo sonidos y ruidos indecentes, sentir tu cuerpo retorciéndose debajo de mi, oír y oler los sucios y sonoros pedos de niñas haciendo pop pop al salir de tu bonito culo de niña desnudo y follar, follar, follar y follar el coño de mi pícara y arrecha putita eternamente

      Ante este aluvión de gloriosos escritores dopados y viciosos solo cabe una pregunta fundamental: ¿eso los hace mejores o peores que cualquier escritor abstemio, pongamos por caso Gironella?

      La pregunta la vuelvo a dejar en el éter, que por cierto creo que ya no queda porque se lo esnifó todo Bukowski por ese agujero negro que tenía por nariz.

  2. José Luis, más que una respuesta a mi cuestión, tu réplica es un todo un Tractatus Creativus-Narcoticus, que he tardado cierto tiempo en digerir. Me ha servido como guía y tesauro en mis lecturas del último mes sobre este tema. Muchas gracias por la orientación, plagada de referencias.

Deja una respuesta