Dioses menores. Terry Pratchett

Para que los dioses existan, debe haber personas que crean en ellos. Si un dios pierde a sus creyentes, pierde su poder o incluso puede dejar de existir. Esta tesis, que nos recuerda ligeramente a la expuesta por pensadores como Nietzsche o Heidegger, es la que usa el autor de «Dioses menores» en una historia bastante sorprendente e interesante. La novela, que forma parte de la saga conocida como «Mundodisco«, aborda con humor y reflexión el tema de la religión. Para ponernos un poco en situación, y para quien no conozca nada de la obra de Pratchett, comenzaré diciendo que el nombre de «Mundodisco» se debe a que las novelas de este autor están ambientadas en un mundo plano y con forma de disco, que se mueve por el espacio apoyado en cuatro elefantes, que a su vez descansan sobre una tortuga de proporciones siderales. Sólo algunos supersticiosos creen que esta concepción del mundo es falsa, y que en realidad éste es esférico. Este punto de partida, que ya es un guiño irónico en sí mismo a la superstición, es el que nos adentra en un territorio tan fantástico como intemporal, en la que los habitantes de un país llamado Omnia están regidos por una élite sacerdotal que controla a su pueblo de una forma bastante terrible, torturando y matando a través de sus inquisidores a todo aquel que se atreva a poner en duda alguno de los dogmas de la religión de Omnia, que adora a un Dios conocido como Om.

En este contexto se nos presenta el protagonista de esta historia, un novicio analfabeto, ingenuo y en apariencia bastante estúpido que responde al nombre de Brutha. Al comienzo de la novela Brutha tiene una revelación que lo convierte en un sujeto bastante especial. Aunque él mismo no lo sabe, Brutha el único ser de Omnia que es capaz de hablar directamente con el Dios Om, que se le presenta bajo la ridícula forma de una tortuga con un único ojo. Brutha tiene una fe ciega en Om. Tanto es así que, incluso en un país en el que la religión imperante gira en torno a Om, es este muchacho el que se revela como «el único creyente verdadero de Om», el único que en realidad es capaz de creer en una versión pura de este Dios, y no en una versión distorsionada por la religión y, por tanto, el único que mantiene viva la existencia de un Dios que antaño fue poderoso y que ha quedado reducido a una parodia de sí mismo. Precisamente esta distorsión ha convertido a Om en un Dios menor, que es como se conoce a aquellos dioses que tienen un reducido número de creyentes. La paradoja que se crea es que, en un país en el que la de Om es la religión oficial, sólo existe un único creyente verdadero. Brutha se muestra capaz de entender y hasta de hablar con Om, es decir, con la tortuga, pero dado que es el único que puede hacerlo, tiene que guardar el secreto con el temor de que lo tomen por un loco o por un hereje. Om tiene la obsesión de que Brutha le ayude a recuperar su condición de Dios de primer orden, recuperar su puesto entre los dioses importantes que viven ajenos a los hombres, ensimismados en sus particulares disputas.

Es entonces cuando entra en escena el personaje de Vorbis, una especie de sumo sacerdote y máximo inquisidor de Omnia. A Vorbis le llegan noticias de la memoria prodigiosa de Brutha, y con la astucia y la maldad propias de un personaje de su calaña, decide aprovechar para sí ese tremendo don. Vorbis planea invadir Efebia, uno de los últimos lugares cuya defensa ha podido resistir el perseverante ataque de Omnia. Fingiendo que van en son de paz, Vorbis, Brutha y unos pocos habitantes más de Omnia son conducidos, con los ojos vendados, por el laberinto que lleva a Efebia, y cuyo recorrido Brutha debe memorizar para guiar posteriormente la entrada del ejército de Omnia. Efebia es un país habitado por filósofos que parecen vivir felices en una especie de anarquía liberal, donde a cada cual se le deja campar libremente con sus propias ideas. Efebia es una parodia evidente de la antigua Grecia de los filósofos y de sus academias. En Efebia, todo es radicalmente opuesto a Omnia y a medida que Brutha conoce los pensamientos de sus distintos habitantes, su mente obtusa se va abriendo a una nueva forma de ver el mundo. Entretanto, sus peripecias personales con la tortuga no cesan. Om, empeñado en recuperar su condición de dios todopoderoso, trata de influir en Brutha para que le ayude a conseguir semejante propósito. Cuando la mente de Brutha ha madurado un poco, trata de evitar la invasión de Efebia y la guerra santa que se avecina sobre ella, pero ya es demasiado tarde, y se tiene que conformar con memorizar fotográficamente parte de la grandiosa biblioteca que será arrasada por el ejército (en clara referencia a la biblioteca de Babilonia) y salvar de la destrucción y de la muerte al mayor número posible de habitantes, avisándoles para que huyan antes de que sea demasiado tarde.

A duras penas logran huir unos cuantos, entre ellos el propio Brutha quien, a partir de ese momento se impone la misión de regresar a Omnia y contarles a todos lo que Vorbis ha hecho y lo cruelmente que se ha portado con un pueblo en absoluto peligroso, indefenso y feliz, pese a que sus habitantes no reconozcan la «única verdad» que proclama la religión omniana. En el camino de regreso Vorbis está a punto de morir y Brutha, incapaz de dejarlo abandonado a su suerte, carga con él atravesando todo un desierto para llevarlo de vuelta a Omnia. Para Om, la tortuga, es incomprensible que Brutha quiera mantener con vida a una persona detestable, pero Brutha es perseverante y, justo cuando está a punto de alcanzar la ciudad de Omnia, Vorbis le golpea en la cabeza y entra en Omnia como si hubiese sido él el que ha salvado la vida del muchacho. Vorbis es consciente de que Brutha se ha vuelto una presencia incómoda y peligrosa en su camino y, acusándolo de herejía lo condena a muerte. De una forma casi milagrosa, propiciada por el dios Om en forma de tortuga, Brutha se salva, y Om es aclamado como el Dios de Omnia, con lo que la tortuga ve cumplido su deseo: el número de creyentes y la fe creciente hacen que su poder crezca ilimitadamente. Ahora lo importante para Om es disfrutar el momento, al menos mientras dure. Brutha se convierte en el nuevo líder de Omnia, y con una mente preclara y un juicio racional, comienza a cambiar las cosas. El final, que no desvelaré, es sorprendente y muy logrado.

En conjunto todo el libro es una pura parodia, empezando por la parodia al propio género de las novelas catalogadas de «fantasía». El libro, sin embargo, es mucho más que eso. Además de una crítica despiadada de las religiones que tratan de transmitir una idea de «pensamiento único», es un canto al pensamiento racional, a la tolerancia y, por qué no decirlo, un canto a la bondad, o a lo que hay de bueno en el género humano. Al igual que Camus, Pratchett parece conservar cierta fe en el hombre. Pese a todo lo malo, lo perverso y lo ruín, es factible descubrir un lado generoso, desinteresado, humano, en el más amplio sentido de la palabra. Pratchett nos dibuja un mundo en el que la ética es posible sin dioses, en el que el pragmatismo y el racionalismo están por encima de cualquier artificio teológico. Y todo eso sin caer en la pedantería y sin perder el sentido del humor, con una fina ironía que, en ,más de una ocasión, nos hace sonreír.

Dioses menores. Terry Pratchet. Editorial Plaza y Janés, 2002

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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