Escenas paralelas (1): Los intocables y El acorazado Potemkin

eisenstein

Les propongo que hagan la siguiente prueba: pregúntenle a una persona que conozcan si les apetecería ver una película en blanco y negro. En la mayoría de los casos, y en especial si se trata de una persona joven, seguramente resoplarán, darán un bufido o harán algún tipo de aspaviento argumentando que se trata de una película muy antigua y que no les interesa. En los tiempos actuales, que se mueven tan deprisa, el concepto de antiguo y moderno ha cambiado notablemente. Una película de hace diez años, o incluso menos, es para muchos una película antigua. Lo que no deja de asombrarme es que ese envejecimiento provoque un rechazo tan desmedido.Todo este preámbulo viene a colación de un curioso experimento que ahora me propongo contarles. Tengo un hermano que es profesor de instituto y, durante varios cursos, organizó una actividad extraescolar consistente en una especie de cinefórum, en donde visionaban películas y luego las comentaban. Algunas sesiones las dedicó a proyectar escenas concretas de muy diversas películas para tratar de explicar ciertas nociones del lenguaje del cine. En una de esas sesiones habló de la importancia del montaje y, para exponerlo, como siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, les proyectó una secuencia que seguro que muchos de ustedes conocen: la escena de la película Los intocables, de Brian de Palma, en la que el grupo de agentes leales que dirige Eliot Ness (interpretado por Kevin Costner) mantienen un tiroteo con los gángsters de Al Capone en una estación de ferrocarriles. La escena en cuestión pueden ustedes verla en el siguiente enlace:

Naturalmente, a pesar de que esta película, según el criterio de los alumnos, era antigua, pues tiene más de 25 años, estaban encantados pues se trata de una escena llena de acción y de emoción y todos parecieron comprender con bastante entusiasmo lo que mi hermano quería hacerles entender, esto es, la importancia del montaje a la hora de contar una historia y cómo esa secuencia en concreto era un ejemplo patente de cómo el movimiento y la acción vienen determinados por el propio montaje. Tras aquella breve explicación, a modo de curiosidad, mi hermano les explicó entonces que inicialmente dicha escena estaba prevista haberla rodado en un tren, pero dado que conseguir un tren antiguo encarecía mucho el rodaje, decidieron hacerlo usando como escenario las escaleras de la estación. Pero ¿por qué eligió Brian de Palma unas escaleras? Mi hermano comentó de pasada algo sobre un cineasta ruso que fue todo un teórico y un maestro del montaje: Serguéi Eisenstein, quien, les dijo, fue uno de los pioneros del cine en su tiempo, es decir, que comenzó a rodar en la época en la que ni el color ni el cine sonoro existían y de quien se había traído otra escena para proyectarla a continuación. Al oír la mención al cine mudo y en blanco y negro, los alumnos resoplaron con desgana. Después de una escena tan chula, decían, el profesor les amenazaba con soltarles un tostón en blanco y negro. Como ya habrán adivinado, lo que se les proyectó a continuación fue la famosísima secuencia de las escaleras de Odessa, perteneciente a la película El acorazado Potemkin:

Cuando finalizó la secuencia, la reacción de los alumnos fue de sorpresa y de admiración. Obviamente Brian de Palma había pretendido rendir un claro homenaje a aquella película añadiendo detalles como el del carrito del bebé, el caos y la confusión en medio de los disparos continuos, o incluso los marineros (que aluden a los del acorazado de Eisenstein) que suben por la escalera y son acribillados a balazos.Toda una lección para comprender y aprender que, para llevar a cabo cualquier creación artística, científica o del tipo que sea, no basta con disponer de medios técnicos y brillantes ideas. También es necesario el estudio, el conocimiento y el aprendizaje de las creaciones precedentes, cuyo valor está, como en este ejemplo, en que sustentaron y reinventaron un lenguaje y una técnica que fue y sigue perfeccionándose con el paso del tiempo.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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