La guerra interminable. Joe Haldeman

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Dentro de la narrativa de ciencia ficción, la guerra siempre ha jugado un papel destacado. El argumento de civilizaciones remotas que dedican a aniquilarse mutuamente ha fascinado desde siempre a los escritores que han abordado este género fantástico. Sin embargo, pese a su recurrencia, siempre es posible encontrar casos en los que una novela nos logra sorprender con un giro que nos parece especialmente original, o con una perspectiva que enfoca la historia de una forma distinta. La novela de Joe Haldeman es, a mi juicio, uno de esos casos y no en vano, llamó la atención del cineasta Ridley Scott, que adquirió sus derechos; además, la obra fue galardonada con los premios más prestigiosos de la ciencia-ficción: el Nébula y el Hugo.

Aunque La guerra interminable fue escrita hace ya casi cuarenta años, es una de esas historias que, en mi opinión, es capaz de sorprender al lector por su frescura. La novela aborda una guerra interplanetaria entre los terrestres y los “taurinos”, una confrontación que se ha mantenido abierta durante siglos casi como una costumbre, sin que al parecer nadie recuerde ya las causas que la originaron. Humanos y taurinos tienen un desarrollo tecnológico muy avanzado. Sin embargo, los humanos han hecho un descubrimiento científico en el que se apoyan para tratar de ganar esta guerra. Se trata de los denominados “saltos colapsares”, que les permiten viajar a velocidades cercanas a la luz. Cuando lo hacen, siguiendo la teoría de la relatividad, sucede que, aunque para ellos hayan pasado unas pocas horas, en la Tierra han transcurrido años.

Lo dramático de una situación así es que, cada vez que los soldados regresan de una misión, encuentran con que las personas a las que conocían y amaban en la Tierra han envejecido, enfermado gravemente, o están ya muertos. Y lo que acentúa ese dramatismo es que ya no se trata sólo de las personas que han muerto, sino de los cambios drásticos en un mundo que ellos creían conocer. El sentimiento de extrañeza y hasta de desarraigo que sufren tratan de compensarlo, un tanto artificiosamente, con fastuosas recepciones en las que los soldados son tratados como héroes. Pero la soledad de los personajes de esta historia es un mal difícil de curar. El soldado Mandella, protagonista de esta novela, cree encontrar un consuelo en la amistad que le ofrece una compañera de su regimiento, Marygay Potter. Esa amistad no tardará en convertirse (desde un punto de vista relativista, eso sí) en amor.

Las sucesivas misiones que aborda la compañía de Mandela nos revelan la inutilidad de la guerra, la crueldad intolerable de los medios utilizados, la estupidez sin sentido de masacres sin fin en las que los soldados actúan con el claro objetivo de acabar con la amenaza taurina, aunque no sepan a ciencia cierta en qué puede consistir esa amenaza. Con cada regreso a la Tierra, Mandela va ascendiendo paulatinamente de escalafón en la graduación militar. Es un héroe, le hacen entrevistas y su rostro sale en los medios, aunque eso no le cause un especial orgullo. Cada vez que revisita la Tierra, se encuentra no sólo con que han pasado los años, sino que son muchas las cosas que han ido cambiando. Las leyes, por ejemplo, dictaminan que ninguna persona, cuando ha dejado de ser una trabajadora útil, no puede recibir asistencia médica en caso de enfermar, acelerando de esta manera su muerte y “liberando” un espacio que resulta vital en un planeta con graves problemas de superpoblación. Mandela encuentra a su propia madre en una situación semejante en uno de sus regresos. Lejos de escandalizarse, su madre acepta su destino con resignación, pues entiende que las leyes persiguen el bien común y debe acatarlas. En otra ocasión Mandela se encuentra con que, también para atajar el problema de la superpoblación, las leyes fomentan la homosexualidad, marginando y despreciando a los que, como él, han sido siempre heterosexuales. En esta especie de mundo al revés, Mandela tendrá que enfrentarse a la peor prueba de todas: la que le separará de su compañera Marygay. Los protagonistas se preguntan si volverán a encontrarse tras haber viajado por separado en naves y misiones distintas y, lo que también es dramático, qué edad tendrá cada uno de ellos en el caso de que vuelvan a reencontrarse.

La trama, sin duda original y escrita con maestría, mantiene el ritmo de una forma homogénea, sin que nunca decaiga el interés. La perplejidad de los protagonistas, que viven en una sociedad tecnológicamente avanzada, se multiplica con cada regreso, que para ellos representa un salto abismal, un viaje a un tiempo futuro por cuyos tramos intermedios no han pasado, lo que justifica su estupefacción, pues el modelo de vida que encuentran dista mucho de aquel otro al que pertenecieron. Ese sentimiento de desarraigo empuja a los soldados que acaban de licenciarse de sus servicios a reengancharse para volver a luchar en una guerra sin fin y sin sentido pero que, paradójicamente, se termina convirtiendo en el único motivo por el que les merece la pena mantenerse con vida.

La guerra interminable. Joe Haldeman. Editorial Edhasa

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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