Los 10 mejores cuentos fantásticos de Henry James

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La historia de la literatura está llena de numerosas perplejidades y en la figura de Henry James se han dado algunas por completo ajenas a la voluntad del escritor. Una de ellas podemos relacionarla con el éxito popular de sus relatos fantásticos, con diferencia, lo más leído del autor americano.

Digo esto porque de los 110 cuentos que escribió, sólo 18 corresponden a este género, y dentro de estos 18 relatos hay tal diversidad de temas y formas que difícilmente pueden catalogarse de una manera más o menos precisa.

Su biógrafo y gran estudioso de su obra, Leon Edel, los compiló en 1948 en un solo volumen bajo el título de The Ghostly Tales of Henry James, en clara alusión a que se trataban de cuentos de fantasmas, un subgénero inconfundible de la literatura inglesa.

Sin embargo, lo inapropiado del título fue inmediatamente apreciado por la crítica, por cuanto los relatos de James no abundan en fantasmas, ni están concebidos para causar miedo o terror, ni, en último término, tienen parecido alguno al ghost story tradicional que por aquellos entonces llevó a su perfección un autor como M. R. James.

Años después, el propio Edel modificó el título por otro más apropiado, Stories of the supernatural, e indudablemente más ambiguo que el anterior, como corresponde a la narrativa de James.

Resultaría muy interesante el análisis de este tipo de relatos en manos de Henry James por sus audaces peculiaridades, pero hoy nos limitaremos a señalar los que, a nuestro juicio, son sus 10 mejores cuentos fantásticos:

1. La vida privada

(The Private Life, 1892)

En un retirado establecimiento en los Alpes suizos, el narrador se encuentra, entre otros muchos conocidos, con Clare Vawdrey, un afamado escritor cuya personalidad casi perfecta se vuelca en la representación y el aspecto, la sonoridad, la fraseología y la pulcritud de un hombre encantador cuya sola presencia es capaz de eclipsar y maravillar a todo un grupo de personas. Junto a ellos, también se encuentra la actriz Blanche Adney, para quien el escritor está escribiendo una obra teatral.

En un momento determinado de la noche, él promete declamar en público algunas escenas recién compuestas, pero cuando se dispone a hacerlo, se queda en blanco. Para un hombre de mundo como él, no es más que un incidente que resuelve de manera divertida, pero el narrador le pide permiso para coger el manuscrito que se halla en su habitación y así poder disfrutar de la lectura de la obra, ofrecimiento que el escritor declina amablemente. A pesar de ello, y cuando autor y actriz están a solas a la luz de la luna, nuestro narrador sube a la habitación del autor y allí se lo encuentra escribiendo, a oscuras y sin dirigirle la palabra.

Al día siguiente, le comenta el hecho a la actriz, que lejos de sorprenderse contesta con otra revelación: en uno de los paseos diurnos que ha dado con Vawdrey se dio cuenta de que desaparece cuando deja de ser visto, es decir, que necesita de la presencia de alguien para materializarse y convertirse en el espléndido caballero que aparenta ser.

Se trata de uno de los más originales relatos de James, inspirado en sus propias convicciones acerca del gran poeta Robert Browning, cuya inmortal obra que tanto admiraba, intelectual y cargada de un talento extraordinario, se contradecía con su presencia, en los años en los que ambos coincidieron en Londres, que James calificaba de “célebre y vulgar”, como si el famoso escritor se desdoblara en dos personas enigmáticas: una, la que trabajaba para la posteridad en su estudio, y otra, pura fachada anodina llena de trucos afables para aparentar en sociedad.

En suma, una benigna versión del tema del doble, contada con un finísimo sentido del humor y una verosimilitud admirables, con bifurcaciones muy al estilo de James que lo mismo lleva a creer al lector que son dos personas diferentes, o que una de ellas es una apariencia fantasmal o que, simplemente, dicho personaje no existe.

2. Sir Dominick Ferrand (1892)

Un escritor novel trata de vender uno de sus relatos a una prestigiosa revista, pero el editor de la revista le exige siempre nuevas correcciones, lo que lleva al protagonista a buscar algo que lo concentre, en este caso, un viejo escritorio encontrado en una tienda de antigüedades, donde piensa gestar su obra.

Al poco tiempo descubre, en un doble fondo, una colección de paquetitos voluminosos, como paquetes de cartas, envueltos en papel blanco y cuidadosamente sellados.

En ese momento, llama a la puerta de su cuarto una joven huésped de la casa donde viven de alquiler que, nada más ver el objeto sobre el escritorio, cruza una sorprendente mirada con él, visiblemente cargada de presagios. A partir de entonces la relación entre ellos se enrarece desde el instante en que la joven le ruega que queme esos papeles sin siquiera mirar su contenido.

A pesar de ello, el joven abre el paquete y se encuentra ante una formidable revelación: un admirado escritor, Sir Dominick Ferrand, desvela en esas cartas una personalidad repulsiva que contradice la imagen que se tiene de él. Conforme avanza en la lectura de las cartas, la joven huésped se muestra más esquiva, aun sin preguntarle jamás sobre la correspondencia descubierta.

Esa especie de intuición, de sobrecarga emocional, en la mujer que adivina sin indicios lo que de maldad puede encontrarse en el interior de esas cartas alimenta una trama en que la fuerza de lo imaginativo unida al asombro de una conciencia aturdida abre al protagonista un insospechado camino hacia la felicidad cifrado en unas cartas polvorientas cuyo desconocido remitente terminará siendo la clave de su destino.

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3. El altar de los muertos

(The Altar of the Dead, 1895)

Un hombre solitario descubre que la muerte tiene un especial peso sobre él, que sus seres queridos muertos están presentes en su esencia amplificada, en su ausencia perceptible, palpable, como si lo único que le hubiera ocurrido en la vida fuera irlos viendo quedarse mudos pero a su vez sentir su exigencia de ser respetados y consagrados por la memoria de los vivos.

Por ello, un día consigue hacerse con un capilla en una iglesia londinense donde levanta un altar exclusivamente dedicado a ellos, a esos seres que le reclaman atención y para cada uno de los cuales enciende una vela, que con el tiempo culmina en una especie de montaña de fuego que refulge en las entrañas del altar, al que dedica toda su atención y por el que reclama la atención de los demás feligreses, que en un acto piadoso, muchas veces se arrodillan delante de la capilla rezando por ellos.

Un día descubre que una mujer, que dos años antes había visto prosternada por el dolor de una muerte, se acerca todos los días a su capilla, como si se sirviera de su altar para su propia finalidad: la de mantener la memoria de sus propios muertos. Los continuos encuentros con ella le revelan una noticia asombrosa: ella sólo va al altar para sentirse cerca de un hombre que sabe que fue amigo de él y cuya luz está segura que resplandece junto a las demás. El desconcierto comienza cuando él reconoce que justamente ese amigo no tiene recuerdo alguno en su capilla por un suceso desagradable que ocurrió entre ambos.

Este singular relato, de una extraordinaria belleza, contiene una de las más singulares parábolas que se hallan escrito acerca de la soledad, la muerte, la tristeza, el olvido y la imposibilidad de vivir sin amor. Con maestría, Henry James ahonda con mirada poética y compasiva en los aspectos patológicos de una situación espantosa y macabra.

4. Los amigos de los amigos

(The Friends of the Friends, 1896)

Se trata de la historia de dos almas gemelas, dos personas con una especial capacidad sensorial: por un lado, una mujer encantadora, inteligente y desgraciada que tuvo una visión, a los 18 años, mientras estaba de viaje con su tía: mientras visitaba un museo vio con asombro allí mismo a su padre, que en realidad debería estar a miles de kilómetros en Inglaterra, mirándola con inusitada angustia y con una impaciencia que casi era un reproche. Cuando fue a preguntarle qué le pasaba, él se desvaneció y a las pocas horas la muchacha supo que su padre, esa misma mañana, había muerto.

Por otra parte, un hombre sufre la misma experiencia respecto a su madre: estando en Oxford, una tarde cuando regresó a su habitación, a la clara luz del día, vio allí a su madre, de pie y como con los ojos fijos en la puerta. Esa misma mañana había recibido carta de ella en la que le decía que estaba junto a su padre en Gales. A pesar de ello, se acercó a abrazarla pero ella se desvaneció. A la mañana siguiente le llegó la noticia de su muerte.

Estas prodigiosas experiencias son contadas por una mujer que se va a casar con éste chico, y que, conociendo a la joven que tuvo aquella percepción extrasensorial a los 18 años, pretende que se conozcan al considerarlos seres excepcionales que se enriquecerán mutuamente con una amistad.

Lo curioso de ese encuentro es que nunca se llega a producirse por una serie de accidentes que persisten a lo largo de los años como si fuera una especie de enigmática condena que recae sobre ellos. Por mucho que lo intentan, por mucho esfuerzo que hacen por coincidir, jamás lo consiguen.

Acercándose el día de la boda, la narradora, en calidad de amiga, invita a su casa a la mujer para que, inexcusablemente, pueda conocer por fin a su futuro marido, que está allí con ella. Pero por una intuitiva maniobra difícil de entender, es la propia futura esposa la que impide que su novio vea a la mujer…sin saber que, al mismo tiempo, éste está recibiendo la visita tan esperada de la mujer en su propia habitación, lejos de donde, a la vez, ella está esperándolo en un salón. Ésta será la única y última vez que ambos se vean.

Aparte del enigmático secreto que James logra mantener a lo largo del cuento con esa sucesión de casualidades que impiden el encuentro y la extrañeza que indefectiblemente crean en el lector, la gran virtud de este relato está en el punto de vista escogido: la narradora no es ninguno de los protagonistas, y esos desencuentros, y sobre todo, ese último encuentro solos de dos seres tan extraordinarios, nos es contado de una manera un tanto contradictoria que lleva al lector a pensar que lo que está leyendo no es fiable, que hay algo que se oculta en el texto, o en la propia personalidad o interés de la narradora.

El final, antológico, supera con creces nuestras expectativas.

5. Otra vuelta de tuerca

(The Turn of the Screw, 1898)

El archiconocido argumento de este relato nos traslada a una solitaria casa de campo donde llega una institutriz para hacerse cargo de dos pequeños huérfanos que viven allí junto a un ama de llaves y unos criados.

Al principio se encuentra solo con Flora, una preciosa niña de 6 años, de rostro radiante y angelical. Pocos días después se les unirá su hermano de 10 años, Miles, que ha sido expulsado del colegio sin que se sepa la causa, situación más sorprendente aún cuando lo conoce y ve reflejado en él todas las virtudes posibles, las buenas maneras, la felicidad y la quietud de la flor de la vida.

Sin embargo, ella está convencida de que tanta belleza y sensibilidad no son posibles, y menos en un ambiente con niños tan pequeños, y así se demuestra un día que, paseando la joven por delante de la mansión, ve a una persona sobre una de las torres mirándola fijamente. Es un hombre, pero no un hombre cualquiera. En su apariencia hay algo maligno, algo que cambiará el rumbo de su estancia en Bly, cuya definitiva inquietud se termina manifestando otra noche en la que, ese mismo hombre, se asoma a la ventana del salón y pega su rostro al cristal.

Comentado el hecho al ama de llaves, su descripción coincide con la del antiguo criado del señor, un hombre de malas intenciones y de perversa conducta, un hombre que había muerto hacía unos años.

La aparición de una señora vestida de negro que la mira fijamente en una habitación es la espoleta que desata los nervios de la pobre institutriz, porque aquella mujer de negro fue su predecesora y confidente del criado, una mujer que un día desapareció y más tarde hallaron muerta.

La joven entonces se cierra en una intención que le parece absolutamente fundamental: que los niños no vean a esas dos personas, porque si la aparición de un fantasma ante cualquiera es espantosa, ante dos niños sería otra vuelta de tuerca al puro horror.

Desde ese momento, James pone en marcha un mecanismo de relojería que durante decenas de páginas va mostrando a una mujer cada vez más trastornada pero segura de lo que ve en contraposición a unos niños que en apariencia son inocentes y que debe salvaguardar pero que, sin que ella pueda saber el motivo, se pasan al otro lado, son seducidos por el espíritu maligno que emana de esos espectros que sólo ella ve.

Sin duda estamos ante el relato más conocido de Henry James y tal vez el más elaborado a conciencia para crear un clima de desasosiego tan sólo partiendo del hecho de que todo lo que sabemos procede de la institutriz, y por tanto, puede ser no fiable, aunque tampoco podemos descartar que haya algo de razón en la espiral de locura en que entra y que es, precisamente, la espina dorsal de la trama.

Se ha dicho que este es un cuento de fantasmas sin fantasmas, en una de las muchas interpretaciones a las que ha dado lugar el texto. Lo cierto es que cada vez que se relee, el lector encuentra nuevas insinuaciones, distintas versiones de lo que creía tener seguro, matices que se habían pasado por alto, porque lo extraordinario de un cuento como Otra vuelta de tuerca es que es un texto infinito con tantas bifurcaciones como las del cerebro de la institutriz que lo escribe.

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6. Lo mejor de todo

(The Real Right Thing, 1899)

George Withermore, un joven periodista sin demasiado bagaje, recibe el encargo de hacer una biografía sobre un conocido escritor muerto recientemente, Ashton Doyne. Lo extraño es que la propuesta procede directamente de la viuda, a la que no conoce, cuando otros reputados autores y amigos del fallecido podrían haber escrito una biografía más completa y con un mayor conocimiento.

Nada más conocer a la viuda, ésta le ofrece el propio estudio de su marido, el lugar donde escribía y guardaba sus cosas, para que comience a redactar la proyectada biografía. Diarios, cartas, apuntes, notas, documentos de todas clases están al alcance de la mano de Withermore, pero pronto descubre que hay algo más cercano a él: la presencia del propio Doyne, puesto que en aquella habitación están todas sus pertenencias y todo lo que toca formaba parte de la vida de Doyne, hasta el punto de que ese contacto, esa compañía, le posibilita mantener una relación más íntima que la de la vida.

Sin embargo, la viuda, a pesar de todas sus demostraciones de ayuda, se ve que no se siente tranquila, que la ansiedad puede a la confianza, que no deja de estar allí del todo. Withermore presiente su presencia en los descansillos de las escaleras o al otro lado de la puerta.

La relación con el fallecido es tal que Withermore termina sabiendo qué cajón del escritorio contiene exactamente lo que está buscando, qué es lo que le resulta agradable que escriba sobre él o qué sospecha se oculta tras determinado secreto que descubre.

Pero una noche, de repente, contempla todo aquel material, no como un camino despejado, sino como una montaña de papeles que le impiden avanzar. La presencia de Doyne comienza a producirle desasosiego y empieza a vislumbrar una figura sombría tras la apacible apariencia de gran escritor que hasta entonces cree haber descubierto con excesiva fluidez. Es en ese momento cuando la viuda y él se plantean si lo que está haciendo quizás no sea lo mejor de todo.

Este cuento sí puede incluirse dentro del género del ghost story, que tanto le gustaba a James pero que, como no podía ser de otro modo, él interpretaba a su manera incidiendo más en la ambigüedad y la sospecha que sobre la materialización propiamente dicha del fantasma. La consecuencia de ese tratamiento es la huida de cualquier efecto espeluznante a cambio de un ambiente sobrecogedor y una clara incitación a que el lector vea por su cuenta las consecuencias de la intromisión fantasmal y deduzca acerca de la angustiosa conducta de las víctimas.

7. El mejor de los lugares

(The Great Good Place, 1900)

Acaso este sea uno de los relatos más enigmáticos de Henry James: un escritor despierta por la mañana y ve ante él, en su estudio, montones de cartas esperando contestación, periódicos, revistas de toda clase, libros nuevos aún empaquetados: libros de editores, libros de autores, libros de amigos, libros de enemigos, libros de su propio librero… Con la vista cansada, repasa toda esa actividad acumulada que se ve incapacitado de emprender, así como su propio proceso creativo, las invitaciones a cenas, espectáculos y reuniones, las visitas que ese mismo día va a recibir.

Ante semejante panorama sólo vislumbra un remedio: lo imposible, ser abandonado, ser olvidado.

Sin embargo, casi como respuesta, aparece su mayordomo con nuevas invitaciones y cartas y el recordatorio de que se comprometió a recibir esa misma mañana a un joven escritor, un caballero que –según dice el mayordomo- seguramente “le haga algún bien”. Cuando anfitrión e invitado se encuentran frente a frente ocurre algo sorprendente: el escritor se encuentra de pronto como en una especie de monasterio, un lugar no sólo bello y tranquilo sino que tiene un encanto general.

El tiempo que pasa allí no puede medirse. Se encuentra con una persona cuya cualidad consiste en la ausencia de todas aquellas cosas que él no desea. Puede percibir por sí mismo, casi sin palabras, el hecho de que él y su compañero son Hermanos y lo que eso significa.

El lugar tiene como un clima propio no parecido a nada anteriormente vivido, es un lugar donde la paz, la tranquilidad, el cambio que produce en su ánimo, le impide dar nombre, o en todo caso, se le ocurre uno: El Mejor De Los Lugares.

La conversación con el Hermano pasa desde pensar que está muerto a que se ha producido un cambio repentino en su vida desde que le dio la mano al joven y le transmitió la idea que tanto le atormentaba: que él pudiera ser el otro, y el caballero ocupara su atareado lugar en el mundo. De hecho recuerda: cuando estaba en el sofá se dio cuenta de que aquel hombre era él mismo, mientras que él no era nadie.

Ahora sin embargo, está donde quiere estar, y su habitación es un aposento placentero donde puede gozar de libertad y disfrutar de una biblioteca donde están todos esos libros que nunca tuvo tiempo de leer o que quisiera releer, y más allá de este hecho, entiende que tendrá todo lo que desee y que aquel lugar tiene como una vida propia, es un lugar magnífico, alegre, que puede percibir de un solo vistazo como si tuviera alma, o también, como si allí todo fuera exactamente como debe ser.

Tal vez el término ambigüedad se quede corto para poder explicar todo lo que sugiere este cuento inexplicable, sensible y magnífico. Confiere, como le ocurre al protagonista, una calma, una paz su lectura que uno desea conocer un lugar así, o que exista, en este mundo o en el más allá. Como afirmaba Borges, este relato “ofrece una extraña visión del paraíso y una curiosa interpretación del estrés que podría firmar cualquier autor contemporáneo”. El biógrafo de James, Leon Edel, invoca como inspiración a Walden, el lugar utópico que Thoreau imaginó como el idilio entre la Naturaleza y el Hombre, el lugar perfecto donde se puede habitar en contacto con la tierra.

Personalmente creo que lo más extraño de este relato es que nadie haya supuesto que se trata de un evidente homenaje de Henry James a su padre, profundo creyente swedenborgiano, puesto que todas las sensaciones que va viviendo el protagonista tienen relación con la visión que Swedenborg tuvo del momento de la muerte, como ese lugar en el que poco a poco vas introduciéndote sin saber aún que has muerto y que nuevos amigos -en realidad, ángeles- te van guiando hasta que encuentras tu destino final, tu propio infierno o paraíso, el sitio que tu alma desea; en definitiva, el mejor de los lugares.

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8. Maud-Evelyn (1900)

Si el anterior relato es un prodigio de sensibilidad y estilo, Maud-Evelyn es ese cuento fantástico que todos quisiéramos escribir, un cuento sobrenatural sin nada sobrenatural, un verdadero cuento de fantasmas sin fantasmas. Acaso desentrañar la trama sea un pecado frente a la capacidad de fascinación que crea en el lector.

Maud-Evelyn es la historia de una pasión, una extraña pasión que nos sacude por dentro porque parte de algo tan real como el dolor y la pérdida de una hija, y del consuelo de hallar a alguien que pueda hacernos sobrellevar la carga de su ausencia, porque Marmaduke, un joven que sale de su país al ser rechazado por una mujer con la promesa de no volver, se encuentra en Suiza con una familia que ha perdido a su hija de 13 años y de alguna manera es adoptado como hijo, o al menos eso creemos, porque el relato está contado por Lady Emma, una anciana que tiene una bella historia que contar, la historia de la separación entre Marmaduke y Lavinia, la institutriz que se niega al matrimonio pero que con el tiempo queda esperando el regreso de quien estúpidamente rechazó en su momento.

Todo lo que llega a oídos de Lady Emma son como retazos de la vida de Marmaduke, sin mayor explicación que los hechos consumados, de por sí inexplicables, puesto que los Dedrick, el desgraciado matrimonio despojado de su niña, son corteses y amables, un ejemplo de pareja enamorada, con la vida resuelta y sin más aspiraciones que llevar el recuerdo de su hija impreso en sus corazones.

Su relación con Marmaduke no sólo se estrecha, sino que va más allá: lo hacen partícipe de esa ausencia para que la llene, pero no como un consuelo vulgar, sino como presencia que acompañe a esa ausencia, que llene el hueco de esa vida tan prontamente segada como si estuviera ella aún entre ellos.

De alguna manera, en este insólito relato, la muerte va formando parte de la vida, va invadiendo las vidas de los supervivientes, pero no de una forma espectral o sobrenatural, sino todo lo contrario: de una manera tan real, tan lógica, que parece normal la conducta de Marmaduke, su espera a que la niña se convierta en mujer, a que pueda pedirla en matrimonio, a que mantenga con ella una vida que tan solo la realidad ha negado, pero es que la realidad no lo es todo si el corazón y la mente pueden entender otra forma de vivir que no necesite de objetos, de palabras o de hechos, ni siquiera de cuerpos.

Insisto en que no hay fantasmas ni sucesos sobrenaturales en este cuento, pero todo él es extraordinario, una especie de cascada en la que la fuerza de unos acontecimientos arrastra a los demás, si bien a los ojos mundanos estos hechos puedan ser calificados de macabros. Pero ¿cómo llamar macabro a ese acto de bondad incondicional de Marmaduke, ese sentimiento que los humanos llamamos amor?

9. La bestia en la jungla

(The Beast in the Jungle, 1903)

En una casa de campo, May Bartram reconoce a un joven con el que habló hace diez años antes en Roma, John Marcher. Éste no recuerda aquel encuentro pero cuando ella le pregunta si lo que le contó había sucedido ya, Marcher se queda asombrado: efectivamente, sobre él pesa una terrible carga: desde muy temprana edad había tenido la profunda convicción de estar predestinado para algo excepcional e insólito, con seguridad prodigioso y terrible, que tarde o temprano le sucedería; lo presentía desde lo más hondo de su ser y estaba convencido de que lo aplastaría.

Lo extraño era que una confesión así de íntima se la hiciera a May y la hubiera olvidado, puesto que su presentimiento no se lo ha contado nunca a nadie más. Cuando May se sabe la única poseedora del secreto, promete a Marcher que velará a su lado para protegerlo cuando eso ocurra.

A partir de ese momento un vínculo profundo y perceptible se establece entre ellos. Aunque lo natural hubiera sido el matrimonio, él se niega a pedirle a una mujer que comparta su situación de condena, su temor y su obsesión. La imagen de una bestia agazapada que está al acecho para abatirse sobre él en cualquier momento, para matarle o morir, lo atormenta, y no desea que nadie se vea arrastrado por tal desdicha.

Con el paso del tiempo, se establece una extraña unión en la cual ella observa su vida tan sin descanso, juzgándola y midiéndola, a la luz de lo que sabe, que con el paso de los años llega por fin a no mencionarse nunca entre ellos, salvo como “su auténtica verdad”.

Un día, en medio de una conversación, ella parece revelar algo inesperado: sabe lo que le sucederá, incluso sabe si está sucediendo en esos momentos. Pero cuando Marcher le pide que sea más explícita ella se mantiene en silencio bajo la justificación de que será la única manera de protegerlo, puesto que esa verdad que sólo ella conoce es monstruosa. Sólo podrá hacer una cosa por él para salvarlo: que él jamás lo averigüe, a costa de lo que sea.

Podríamos decir que estamos ante uno de los cuentos más impresionantes de James por cuanto su composición, finamente hilada como un encaje, va llevando a los personajes a una situación insostenible bajo la presencia de esa bestia simbólica que Marcher espera ver surgir algún día en la jungla de su propia existencia.

James lo relata de tal forma que el lector parece también saber en qué consiste ese hecho insólito, aunque cuando cree avistarlo y tenerlo ya en perspectiva, algo varía, algo cambia el rumbo de ese presentimiento, que toma otro cariz, pero que no deja de ser lo mismo: la bestia está ahí, la vida de Marcher lleva ese demonio dentro, y de esa vida informa detalladamente el escritor para que, en cualquier momento, el lector vea surgir de la insólita existencia de Marcher lo que su ceguera egoísta le impide ver, lo que May sabe, lo que él debería saber.

10. El rincón de la dicha

(The Jolly Corner, 1908)

Un expatriado, cuya vida ha pasado casi íntegramente en Gran Bretaña, regresa a Nueva York. Spencer Brydon, de década en década, se había imaginado a sí mismo estar previendo, del modo más generoso e inteligente, cambios espléndidos, pero al regresar a su casa, a sus viejas pertenencias, se da cuenta de que no había previsto nada: echa de menos lo que había estado seguro de encontrar, y encuentra lo que jamás habría imaginado.

De alguna forma, Brydon escapó de una Nueva York aún provinciana para vivir una dichosa existencia allá donde todo era grandeza pero a su vuelta cede a la tentación de ver de nuevo su casa en el rincón de la dicha, como solía describirla con cariño, el lugar donde había visto por primera vez la luz y había compartido sus primeros años con su familia y amigos.

Recorriendo la vieja casa, que pronto se convertirá en un rascacielos, tiene la sensación de que, en cualquier momento, al abrir una puerta, tras la que está seguro de no encontrar nada sino oscuridad y polvo, avanzará hacia una presencia rígida por completo, algo plantado en medio del lugar y que le hará frente en la oscuridad.

Porque él podría haber vivido allí en ese momento, podría haber elegido, en su juventud, permanecer junto a sus seres queridos y haber emprendido una vida que sería completamente distinta a la vivida al otro lado del océano. Esa vieja casa, ya vacía, debe ocultar ese otro Brydon que se quedó en Nueva York y cuya presencia cree detectar hasta el punto de que comienza una persecución por pasillos silenciosos y habitaciones vacías para poder encararlo y descubrir, en su viejo rincón de la dicha, a esa otra persona que –él no lo sabe- tal vez le produzca horror conocer.

El episodio que James narró en esta bella historia del doble, en la que una persona se busca materialmente en otro pasado distinto al que vivió en la realidad y que él ha repudiado, le fue sugerido a su vuelta a Nueva York en 1904, cuando estaba planeando la redacción de una novela también de tema sobrenatural, El sentido del pasado, que nunca llegó a terminar y que, de haberlo hecho hubiera sido, sin duda, una de las mejores novelas fantásticas jamás escritas.

Cuando dicha novela fue dejada a un lado, retomó el tema en 1907 para escribir este cuento que, curiosamente, abordaba ese encuentro del hombre con su otro destino en sentido contrario, es decir: en la novela es un americano el que, en la vieja Europa y a través de un retrato de un antepasado inglés, atraviesa el tiempo hacia un pasado desconocido que con el tiempo tratará de modificar.

Tal vez la sorpresa última de un cuento tan brillante y conocido como El rincón de la dicha no la escribió James en el texto, sino que fue la propia realidad la que puso un punto final a lo que metafóricamente el escritor había tratado de explicar en él: el relato fue rechazado por los directores de varias revistas. Cuando estaba convencido de no ver su relato publicado en un medio escrito, una revista fundada poco antes por Ford Madox Ford, la English Review, le dio esa oportunidad en diciembre de 1908.

Posiblemente, fue en aquel momento cuando Henry James se vio por fin de frente con su destino.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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