Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino: la lectura por la lectura

Portada de Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino

La primera dificultad que entraña Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, consiste en definir esta obra. Desde luego, desde el punto de vista literario, no podemos decir que sea una novela; al menos, no es una novela al uso. Tampoco parece exacto definirla como un conjunto de relatos, aunque su estructura nos haga pensar que los veintidós capítulos que el autor va intercalando puedan leerse de forma estrictamente independiente, pues tampoco esto es del todo cierto.

En realidad, Si una noche de invierno un viajero podría definirse como un capricho literario en el que Italo Calvino pretende hacer que el lector se convierta en un personaje de esta original obra. Pese a la brevedad de sus capítulos, la lectura de este libro no es precisamente fácil, sino que requiere una cierta atención del lector que se ve abocado a encontrarse, de un modo que puede resultar algo frustrante, con diez comienzos de historias que quedan abruptamente interrumpidas. Entre cada uno de estos capítulos o comienzos frustrados, Italo Calvino intercala una serie de capítulos en los que el protagonista es la figura de un lector al que en ocasiones el autor se dirige en segunda persona, como si estuviese interpelándolo.

Parece que el propósito de Italo Calvino al escribir esta novela (la llamaré así por seguir una convención) fue hacer una especie de homenaje a la lectura y a la figura del lector. En una especie de juego metaliterario, el lector que se enfrente a la serie de capítulos que componen este libro comprobará que existe un tenue hilo conductor que los relaciona de forma sutil. De esta forma, el protagonista “Lector” conoce a su vez a una lectora llamada Ludmila, con la que intercambiará impresiones sobre cada uno de los principios de novela que ambos leen.

El “Lector” también conocerá a otras personas que fijarán su opinión sobre las sucesivas lecturas, como es el caso  de Lotaria, hermana de Ludmila, o un supuesto editor al cual achacan su descuido por el desorden y el caos que ha generado a la hora de editar los diferentes libros que han ido pasando por las manos del propio editor, de una multitud de traductores que traducen a una lengua común textos de idiomas remotos, o de personajes cuya única misión parece consistir en generar una confusión todavía mayor pues alteran todos los ejemplares que llegan a sus manos, mezclando unas historias con otras y atribuyendo las autorías de ciertos textos a autores apócrifos u otros que jamás escribieron los textos que van desfilando antes los ojos del “Lector” o de la propia Ludmilla.

De este modo, son muchísimos los personajes que van a apareciendo y que intercambian opiniones con el “Lector” y con Ludmilla, todo ello con el propósito aparente de crear una especie de teoría metaliteraria sobre el sentido que tiene escribir historias y, sobre todo, leerlas.

Italo Calvino, que en su momento se declaró un admirador incondicional de Borges o de Joyce, parece que con esta novela pretende, por un lado, dar con una combinación literaria que aglutine todas las historias, algo que, desde cierta perspectiva, resulta muy borgiano: buscar un libro que contenga todos los libros. Un experimento este que, recordémoslo, ya fue llevado a cabo de forma mucho más ambiciosa y compleja por Joyce con su famoso Ulises, en donde cada episodio viene a ser un modelo de novela diferente, ya sea esta romántica, de intriga, erótica, etc.

Como en otras obras literarias que se han planteado como un “artefacto literario”, bien como el propio Ulises antes mencionado, o como Rayuela, de Cortázar, Italo Calvino nos plantea con Si una noche de invierno un viajero, la posibilidad de alterar el orden de la lectura, si bien nunca lo dice de un modo explícito ni nos invita a ello (cosa que si hacía Cortázar en el prólogo de Rayuela, indicando un orden alternativo) Italo Calvino viene a sugerirnos, también en el prólogo de esta novela que su concepción va más allá de contar una simple historia con los famosos tres actos aristotélicos. No se trata aquí de encontrar un argumento, nudo y desenlace, sino más bien, de retar al lector a una aventura muy propia de la época en que se escribió, cuando lo postmoderno estaba de moda, y es la metanarrativa, algo que Umberto Eco, cuya amista con Italo Calvino es conocida, definió como “una reflexión que el texto hace sobre sí mismo y la propia naturaleza, o como intrusión de la voz del autor que medita sobre lo que está contando y que incluso llega a exhortar al lector a que comparta sus reflexiones”.

Italo Calvino huye de la concepción lineal y plantea, por tanto, un juego destinado al solaz del lector. Esa es al menos la idea, pues, como ya he dicho, la lectura es compleja y conozco a muchos lectores que han abandonado novelas de este tipo precisamente porque su lectura les agotaba. Sin embargo, en el prólogo de Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino declara que su obra es una novela sobre el placer de leer novelas, en donde el protagonista es el lector; quien empieza diez veces a leer un libro que por vicisitudes ajenas a su voluntad no consigue acabar.

Los diez comienzos de novelas que Italo Calvino nos ofrece están, pues, más destinados a proporcionar una sensación de placer de la lectura por la lectura que a tratar de cerrar una historia, cosa que no hace en ningún momento. El hecho de que los comienzos de novelas vayan entremezclados, es solo una de las pistas pista con la que el autor quiere dar a entender que sus autores no son tales, que se trata de fragmentos mezclados arbitrariamente, con traducciones tan libres que son más bien invenciones o reescrituras, todo ello hecho de una forma consciente y deliberada. Ese aparente caos nos sumerge en un mundo en el que las reglas de la literatura se tergiversan y transponen. El corolario final de todo este maremágnum viene a ser lo que ya se ha apuntado: lo que importa no es la historia, sino el placer de leer por leer. En cierto modo, Italo Calvino nos propone una creación literaria más próxima a un ente orgánico que crece, toma forma, se desarrolla y se construye a sí mismo a través de la lectura del paciente lector que sea capaz de culminar todas sus páginas.

Resulta por tanto, un poco inútil tratar referir el argumento de cada una de los capítulos que son comienzos de novela inacabados, pues hacerlo nos llevaría a una enumeración sin demasiado sentido, como ideas apuntadas aisladamente en una servilleta de papel: un hombre que espera una llamada telefónica; la pelea de dos jóvenes que quieren ocupar el lugar del otro; Un hombre que llaga a un pueblo costero para sanar de su enfermedad y se enamora; una historia ambientada en tiempos de guerra; una pareja que lleva un cadáver en su coche; un profesor universitario obsesionado con el timbre de los teléfonos y entra a una casa desconocida pensando que la llamada que suena es para él; un millonario obsesionado con los espejos y los caleidoscopios; una triángulo de amor y sexo con personajes japoneses; la historia de un duelo a muerte; o un hombre que quiere eliminar toda su existencia menos su amor por una mujer. Todos estos comienzos pueden sugerirnos historias extraordinarias, interesantísimas, sin duda, pero Italo Calvino las corta abruptamente justo en el momento en el que el lector desea saber algo más.

Como ya se ha dicho, quien quiera leer este libro ha de ser consciente de que se trata de un juego. Si usted, lector, desea jugar, abra la primera página de este libro, cuando Italo Calvino escribe lo siguiente:

«Estás a punto de empezar a leer una nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla».

Ese comienzo ya es casi una declaración de intenciones. Corresponde a usted, lector, decidir si va a cruzar esa puerta. Hágalo o no lo haga, pero no juzgue. Simplemente abandone el libro en la estantería o léalo, y déjese llevar.

Si una noche de invierno un viajero. Italo Calvino. Siruela

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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