Sukkwan Island, de David Vann: un viaje en busca de la redención

Leyendo un artículo sobre Sukkam Island me enteré de que esta novela significó una especie de terapia para el autor. Al parecer, el padre de David Vann, tras divorciarse, le propuso, con solo trece años, ir con él a pasar un año en Alaska. David se negó, y poco después su padre se suicidó.

En cierto sentido, la premisa de Sukkam Island viene a ser el interrogante: “¿Qué hubiera pasado si ese muchacho hubiera aceptado ir con su padre?”. Lo que para David Vann puede resultar una especie de catarsis, se convierte, a pesar de su brevedad, en una trama interesante y contundente.

Sukkwan Island, una isla deshabitada

La historia, que ya he anticipado un poco es esta: un hombre llamado Jim, un dentista de mediana edad recién divorciado, abandona su trabajo y con el dinero que consigue reunir compra una casa en una isla de Alaska llamada Sukkam Island, en donde no vive nadie y adonde solo se puede llegar en barco o en hidroavión. Va allí acompañado de su hijo Roy, de trece años.

Desde el principio el lector se da cuenta de que vivir en Sukkam Island implica una lucha tremenda por la supervivencia, pues las condiciones de vida son muy duras. Pronto descubrimos que Roy parece estar allí más por el afecto que siente por su padre y por el deseo de acompañarlo en un trance difícil por el que está pasando tras su ruptura matrimonial que por el gusto de vivir una aventura en un lugar remoto. Sin embargo, para Jim el viaje supone una especie de redención, un deseo de olvidar su divorcio y comenzar desde cero una vida nueva. No puede hacer esto solo y lo sabe y, de algún modo, su hijo Roy también es consciente de ello.

Jim y Roy llegan a la isla en hidroavión y se quedan en Sukkam Island completamente solos. Allí todo lo deben hacer con sus propias manos: arreglar la cabaña, partir leña, pescar y cazar, etc., todo ello al más puro estilo de los libros de Jack London. Viven en un estado casi salvaje. El padre trata de animar a su hijo, que obviamente no disfruta de ese lugar, vendiéndole su estancia allí como la posibilidad de vivir aventuras irrepetibles. Hay un episodio en el que un oso entra en la cabaña  atraído por el olor a comida y destroza parte del material que allí encuentra, incluida la radio que les sirve para comunicarse con el mundo exterior.

David Vann sostiene esta historia una tensión continua con un pulso firme, sin que decaiga el ritmo narrativo, lo que no es nada fácil, máxime si consideramos la pirueta que hace a la mitad de la novela, con un punto de giro que corta la respiración.  

La relación paterno-filial

Buena parte de la novela está cimentada en la relación que se establece entre padre e hijo. Para Jim, lo más importante es contar con la complicidad de su hijo. Parece que su deseo es que Roy sea un hijo y un amigo, su flotador para mantenerse a salvo del naufragio sentimental que lleva por dentro. De los dos protagonistas, el más débil psicológicamente es Jim. David Vann nos dibuja en su personaje al típico perdedor, al fracasado incapaz de recomponerse.

El ejercicio físico, el frío, los peligros que la propia naturaleza acecha fuera de la cabaña, tratan de ser un revulsivo para ambos y parece que, mientras están activos, sus mentes están demasiado ocupadas para pensar en otra cosa. Pero cuando ya han acumulado provisiones suficientes, cuando todo el trabajo de reparaciones está hecho, la soledad vuelve a atormentar a Jim. Padre e hijo se dan cuenta de que no tienen otra cosa mejor que hacer que mirarse el uno al otro sin hacer nada. Jim trata de desahogar su frustración con Roy, pero aparentemente no lo consigue.

Cuando el hidroavión regresa a la isla un par de meses después, Roy ve la oportunidad de escapar de ese territorio hostil en el que se siente atrapado, pero no lo hace por compasión hacia su padre. No soporta estar allí y se siente confundido por la conducta errática de su padre, pero piensa que se sentiría culpable si lo dejara solo. Es leal y se queda; lo hace entre otras cosas porque ha oído a su padre llorar por las noches, lo ha oído lamentarse de sus errores. Jim se ha confesado con él asegurándole que lamenta haberse portado mal con su exmujer pero, al mismo tiempo, Roy se da cuenta de que su padre tiene pérdidas transitorias de lucidez.

El estilo de David Vann

A partir de aquí, el drama está servido y no conviene que revele muchos más detalles de Sukkam Island. Se trata de una novela marcada por la tensión. David Vann maneja la escritura de una forma hábil, directa pero muy expresiva, con un lenguaje muy eficiente y con un estilo muy reconocible dentro de la prosa norteamericana y que quizás tenga su referente más cercano en Cormac McCarthy.

David Vann sabe sostener este relato desolador de una forma admirable, con una prosa contenida y, en ciertos momentos, no exenta de lirismo. Una destreza que resulta más sorprendente si consideramos que se trata de la primera novela del autor. Pero, al margen de la indudable calidad y de la técnica literaria, lo que el lector debe tener presente en Sukkwan Island es el origen de esta historia. David Vann vivió el terrible suceso del suicidio de su padre y nos cuenta esta historia desde el conocimiento profundo de la tristeza y la angustia que un hecho así conlleva. El final, absolutamente revelador pone una guinda a esta historia desazonadora y, sin lugar a duda, de gran interés.

Sukkwan Island: David Vann. Alfabia.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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