Todos los libros de Jorge Luis Borges. Primeros textos (y IV): El rey de la selva. Prólogo a Notas Lejanas

Posiblemente, la fama internacional de Jorge Luis Borges se debe a su faceta como escritor de cuentos más que como a la del excelente poeta que fue. Los que conocen su biografía saben que su vocación narrativa fue casual y muy tardía; sin embargo, en este buceo que estamos haciendo entre sus textos infantiles y juveniles nos encontramos una sorpresa: el cuento El rey de la selva, el primer texto que vio en letras de molde.

Es conocido que entre los temas recurrentes de Borges se encuentra su pasión por los tigres; como vimos en un anterior artículo, los dibujaba en cuadernos escolares desde los cuatro años, y su salida preferida fuera de su casa de la calle Serrano era al cercano Jardín Zoológico donde se quedaba extasiado viendo a los tigres dentro de sus jaulas, moviéndose de un lado a otro.

El primer cuento de Borges: El rey de la selva.

Acaso esa pasión se acrecentó un día que su padre le contó una experiencia que tuvo junto a un tigrero, un oficio entonces relativamente común en el campo argentino y que el propio Borges relataría así a Richard Burgin en la entrevista que éste le hizo en 1968:

Cuando mi padre era un niño, conoció a un hombre, o más bien a varios, cuyo trabajo era matar jaguares. Los llamaban “tigreros”, porque un jaguar es como un tigre, ¿no? Aunque sea un poco más pequeño […] Esto ocurrió en Buenos Aires, me parece. Bueno, pues el trabajo de esos hombres era matar jaguares. Llevaban una jauría, un poncho y un largo cuchillo. Los perros obligaban al jaguar a salir de su madriguera. Entonces el hombre sujetaba el poncho con el brazo izquierdo moviéndolo de arriba abajo. El jaguar saltaba, porque el jaguar era una especie de máquina, siempre hacía lo mismo. El jaguar era el mismo una y otra vez, un jaguar eterno, ¿no? Entonces saltaba y, como el poncho apenas defendía las manos del hombre, quedaban marcadas las garras de jaguar, pero, al mismo tiempo, el jaguar quedaba al descubierto ante el cuchillo del hombre y el hombre lo mataba de un tajo.

Yo le pregunté a mi padre si los tigreros eran seres especialmente admirados y me contestó que no, que hacían ese trabajo como podían ser ganaderos o domar caballos o hacer cualquier otro trabajo, pero que que aquel era el suyo. Y lo hacían muy bien; al fin y al cabo, no había demasiados jaguares y algunas veces llevaban una vida muy perezosa. Y entonces, encontraban ganado muerto por un jaguar y llamaban al tigrero. El tigrero hacía su trabajo y volvía a su vida tranquila. Pero nadie lo miraba como a un héroe. Se le miraba como a un buen carpintero o a un buen marinero. Era un trabajador especializado.

Aparte del solipsismo típico del Borges adulto (“El jaguar era el mismo una y otra vez, un jaguar eterno”) esta recreación de aquel episodio en una entrevista muchos años después de que ocurrieran los hechos nos da una pista acerca del primer cuento conocido de Borges, El rey de la selva.

Lo publicó en 1912, con 13 años, en la revista del colegio bajo el seudónimo Nemo. Para esa edad, el texto ya muestra una madurez considerable, tanto en los aspectos formales como en el fondo del asunto. A continuación lo reproducimos tal como salió publicado:

En lo más espeso del bosque donde los frondosos árboles extendían sus ramas y los altos bambúes crecían, corría un arroyuelo de límpidas aguas. Aunque el sitio era apacible y fresco, ningún animal se aventuraba ahí, sabían que tras el ramaje estaba la caverna del gran tigre, del Rey de la Selva, del tiránico señor de los bosques.

El enorme tigre se alzó pausadamente y abriéndose paso, entre el ramaje que obstruía la entrada de su cueva se internó en el bosque. Al cabo de una hora se encontró frente a un gran claro rodeado de pinos en cuyo centro había una laguna. El Rey de la Selva se agazapó tras un árbol, era media noche y esperaba que algún animal viniese a saciar su sed. Pasó un rato… de pronto en medio del silencio de la noche oyó un rugido y vio una larga pantera negra que se acercaba.

Se miraron… un nubarrón obscureció la luna, y durante diez terribles segundos sólo se oyeron los gruñidos y el jadeo de la lucha. Pronto se disipó el nubarrón y la luna iluminó una espantosa escena. La pantera yacía al borde de la laguna, los crueles ojos abiertos todavía y agitando su larga cola como una víbora. Con una garra sobre su pecho y la otra levantada para ultimar la pantera, estaba el tigre, excitado hasta el frenesí por el olor a sangre… y ocurrió una cosa extraña, nunca vista… del negro ramaje partió algo brillante, una flecha, la primera que al hundirse en un tronco de árbol paralizó a la fiera con la sorpresa de lo inesperado… El Rey de la Selva olfateó a su alrededor, agachó la pesada cabeza y volvió lentamente a su guarida, penetró en el rincón más obscuro y pronto estuvo profundamente dormido… Amanecía, los rayos del sol penetraron oblicuamente en la cueva del Rey de la Selva; éste oyó de pronto ruido fuera… ¿Quién era el audaz que se aventuraba en su dominios?… Se irguió pesadamente e iba a saltar cuando por segunda vez una larga flecha relampagueó ante sus ojos y vino a enterrarse en su rayado pelaje! El tigre lanzó un fuerte rugido y vio en la entrada de la caverna la silueta extraña de su adversario. Era un ser débil, pequeño, envuelto en una sangrienta piel negra-un hombre!

El Rey de la Selva se agazapó, fijó su feroz mirada en el intruso, reunió sus fuerzas, y saltó. Diez pasos separaban a los adversarios, otra flecha se hundió en el ancho pecho del Rey de la Selva, quien lanzó un terrible rugido: el rugido de la fiera vencida. Y cayó… sangriento cadáver, a los pies del hombre…

Facsímil del cuento de Borges «El rey de la selva», publicado en 1912 en una revista escolar. El nombre del autor y la fecha fueron añadidos a mano por su hermana Norah

Es curioso que considerara al tigre como el rey de la selva, cuando de todos es conocido que el león es el animal asociado a tal expresión, pero tal vez quiso localizar el suceso narrado en un ámbito más cercano a la historia que le relató su padre, si bien en Argentina no hay tampoco tigres como tales, pero sí panteras, y sobre todo en aquella época, los mal llamados tigreros.

La oposición entre la fuerza animal del tigre, su ferocidad y su silenciosa cautela (por algo lo considera el rey de la selva) se contrapone, al final del relato con la insignificancia de un hombre -así denominado, un hombre-, que en el medio natural de la bestia la mata con una sencillez pasmosa y sin causa alguna que lo justifique. En las últimas frases se observa la toma de posición del joven Georgie con una astucia literaria digna de ser reconocida.

Primer poemario

En este paseo por la bibliografía virtual del pequeño Borges queremos pararnos en una obra de la que, yo sepa, solo se refirió en su Autobiografía, y que en principio sería su primera incursión en el mundo de la poesía, de la que no queda prueba física alguna. De este insólito hecho escribió en 1970:

Influido por Ascasubi, antes de viajar a Ginebra empecé a escribir un poema sobre los gauchos. Recuerdo que intenté utilizar la mayor cantidad de palabras gauchescas, pero las dificultades técnicas me superaron y nunca pasé de las primeras estrofas.

El interés de Borges por la poesía gauchesca fue notorio a lo largo de su carrera literaria. En 1928, en su libro de ensayos Discusión escribió un texto titulado así La poesía gauchesca e incluso realizó una selección junto a su amigo Adolfo Bioy Casares en 1955 de los mejores textos de esta literatura netamente argentina.

El primer prólogo de Borges

Para finalizar con este repaso total sobre los primeros textos de Borges nunca aparecidos en libro alguno, tenemos que referirnos forzosamente a una curiosidad típicamente borgiana que hará las delicias de sus más acérrimos seguidores.

Como es bien sabido, Borges hizo del prólogo una obra de arte, un nuevo género literario que pulió hasta el extremo de ser insuperable en este terreno. Pues bien, ya en Ginebra, donde Borges y su familia se asentaron a partir de 1914, su hermana Norah compuso en un cuadernillo escolar ocho poemas, con igual número de ilustraciones, que tituló Notas lejanas. Su hermano Georgie se ocupó de prologarlo con el nombre de Jorje Luis Borges en este texto que transcribimos literalmente:

Amabilísimo lector. Se me ha honrado confiándomela agridulce taréa de presentar en la República de las letras este volumen de poesías, que os puedo recomendar cinseramente.

Ya os imajino, ¡o lector!, maltrecho, al ver los tantos libros, folletos y pergaminos qui llenan el Universo y exclamando ¡libros acá, libros ayá, y hasta cuando!

Os aseguro sin embargo que esta joya no pertenece a este grupo, sino que es un tesoro, en la galanura del estilo, y en la dulsura con que están expresadas las idéas.

Su autora Norah F. Borges se a inspirado entre los más modernos autores argentinos, Lugones, Carriego; y entre los españoles Góngora y del Valle Inclán y Moratín.

Leer estas pájinas es contemplar variados cuadros, de la vida moderna, divujados con amor y arte.

Al leer “Las góndolas de Venecia” quedamos admirados por la riqueza y finura del lenguaje y por el colorido de la eczena.

En este libro encontramos todas las notas, desde la brillante de Moratín, hasta la finura del Valle Inclán. Así pues, amabilísimo lector, VALE.

          Jorje Luis Borges

Manuscrito del prólogo de Jorge Luis Borges al poemario de su hermana Norah, Notas Lejanas (1915)
Manuscrito del prólogo de Jorge Luis Borges al poemario de su hermana Norah, «Notas Lejanas» (1915)

Es evidente que los errores de ortografía fueron deliberados. En Ginebra, en 1915, el joven Borges ya manejaba el idioma con notoria soltura, pero la juventud es una fiebre que igual que viene se va y Borges, aparte del tono humorístico empleado, por entonces ya quiso ser un autor moderno cuyo primer intento por romper con los convencionalismos del castellano (la distinción entre b y v, o g y j, por ejemplo) continuaría más tarde a su regreso a la Argentina. Ya en Ginebra, Borges empezó a independizarse de todo lo que le rodeaba, a rebelarse de alguna forma de una manera audaz y adolescente. Solo sería el principìo de un largo recorrido aún casi desconocido por sus lectores.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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