Tu nombre escrito en el agua. Irene González Frei

Tu nombre escrito en el agua. Irene González Frei . Lesbianismo en Cicutadry

Hay momentos en la vida en los que una persona ya sabe quién es, y la mayoría de las veces lo descubre a través de otra persona. Tu nombre escrito en el agua es una novela sobre el descubrimiento de la propia personalidad a través del reflejo en otra persona, como si la vida nos pusiera en ocasiones un espejo delante para vernos de frente y sin posibilidad de desviar la mirada. Esta estremecedora novela sobre el lesbianismo la escribió en 1994 Irene González Frei, una escritora que nunca existió.

La novela es el monólogo de Sofía, la protagonista, dirigido a Marina, su amante, entrelazado con el recuerdo de su vida sexual antes y después de conocerla. No obstante, las primeras páginas desconciertan al lector porque lo enfrentan a lo que en apariencia es una escena obscenamente pornográfica: estas dos mujeres son atadas una frente a otra, en una simetría perfecta, largamente observadas y luego penetradas por un hombre que al comienzo del texto se mantiene anónimo. Esta escena reaparecerá al final con un significado completamente distinto a lo que creímos entender al principio: no era sexo lo que se estaba describiendo.

Esta falsa simetría se mantiene a lo largo de toda la novela. En su desarrollo observamos algo tan real como la vida: que el pasado vuelve para reflejarse en el presente y modificar el futuro. El pasado o más bien los errores del pasado, o el no haber visto en el pasado quiénes somos realmente, que no es exactamente un error pero puede influir como tal.

En la primera parte de la novela se nos muestra a la Sofía que aún no había conocido a Marina, cuya satisfacción sexual pasa casi siempre por relaciones sexuales fuertes con los hombres con quienes se relaciona. El más violento de ellos en la cama, Santiago, será finalmente su marido. Por alguna razón en apariencia inexplicable, solo se excitan cuando añaden al sexo convencional un punto de brutalidad, sea sadomasoquismo, sea dominación, sea humillación, siempre de él hacia ella.

Esa violencia contenida en la relación sexual pronto invade la relación conyugal: Sofía pierde a la hija que esperaba por una acción brutal de su marido. Éste, además, se niega a sí mismo sus inclinaciones sexuales; un día Sofía descubre que Santiago se acuesta con una transexual. Los dos se han estado negando su verdadera personalidad: él realmente es un homosexual reprimido incapaz de confesarlo públicamente. Ella (pero eso aún no lo sabe) es una víctima de esa soterrada violencia machista que es plenamente aceptada por la sociedad siempre y cuando aquélla se ejerza en privado.

Todo cambia en el momento en que Sofía descubre a Marina en una piscina pública a las afueras de Madrid. Más que descubrirla, se reconoce en ella, porque cuando se cruzan por primera vez advierte algo asombroso: las dos son idénticas físicamente, como hermanas gemelas, como si una fuera la imagen reflejada de la otra.

Este recurso narrativo, que en apariencia puede resultar forzado o gratuito, es básico para comprender la historia. Hay mucho de Borges en esta novela. Resulta extraña la referencia a un escritor radicalmente opuesto a la literatura erótica pero el uso que la autora da al mundo de Borges en su novela es alucinante. Ya no solo el juego con los espejos, sino también la impostura, el destino, la figura del doble o el tema de la venganza fría y despiadada de un relato como Emma Zunz, para el cual nos va preparando la autora a lo largo de toda la novela.

Cuando se conocen, a Sofía se le revela por fin cuál es su destino: fundirse en Marina. Ésta siempre ha sido homosexual, jamás ha tenido una relación con un hombre. Como si se le cayera una pesada máscara que hubiera lastrado su vida, Sofía descubre que ella nunca fue heterosexual, que sus inclinaciones, sus deseos, su sensibilidad no pertenecían al mundo de los hombres.

Cuando comienza la bellísima historia de amor entre Sofía y Marina aparece de fondo otro escritor argentino, Julio Cortázar. Hay algo mágico, como preservado de la insulsa realidad, en este amor entre dos mujeres que nos recuerda los mejores pasajes de Cortázar, un erotismo que precisa de una nueva manera de contar los sentimientos, los guiños, la complicidad, los momentos íntimos, el propio desarrollo de una relación como suspendida en el tiempo, limpia, fresca como un amanecer o una sonrisa. Escojo un párrafo de la novela para que se vea que, sin recurrir a la prosa cortazariana, la escritora logra transmitir ese asombro propio del sexo recién descubierto:

«Nunca en mi vida había gozado tanto, y Marina, ella me lo dijo, tampoco. Supongo que cada mujer conocerá cuáles son los medios que la conducen mejor hacia el placer. Es algo tan personal como el temperamento o las huellas dactilares. Nosotras teníamos cientos de formas de corremos. Experimentábamos toda clase de orgasmos, dilatados y breves, lentos y rápidos; tempestades constantes y a ráfagas; largos rodeos y bruscos atajos; la serena progresión de quien escala un monte a pie, y el frenético ascenso de quien se ahoga en el agua y se afana por salir a la superficie; con la lengua sobre el equilibrio sutil del clítoris, en los labios tenues de la vagina, dentro de ella, en los bordes y las profundidades íntimas del ano, contra los pezones; con la punta del índice contra la pared interna superior del coño, o todo el dedo, o dos, tres dedos sobre cualquier parte de nuestros cuerpos que ardían, dentro, fuera, cerca, encima, delante, alrededor de ellos. Juro que a veces nos corríamos con sólo miramos. Nos bastaba quererlo para conseguirlo. Y lo hacíamos en el autobús, en la fila para pagar las tasas, en el cine, de pie ante las estatuas del Campidoglio, en la cama, en la cocina, en la ducha, interrumpiendo el sueño o la cena para responder a la llamada de nuestra pasión. Todo nos hacía gozar.           

Habíamos descubierto que el amor es, más que nada, un estado alerta, receptivo; la disposición, a la vez atenta e involuntaria, de descubrir el placer en todos los pliegues de la existencia; un tercer ojo; una intuición y una certeza; una nueva sensibilidad, la única capaz de percibir la felicidad auténtica.»

Repito que esta novela tiene una falsa simetría escalofriante. Si fuéramos capaces de leerla dos veces seguidas advertiríamos que lo que nos parecía la primera parte, el relato del descubrimiento sexual y sentimental por parte de Sofía en un mundo, digamos, convencional (chica conoce a chico, etcétera) está escrito con una violencia e incluso una grosería que solo nos puede pasar inadvertida porque la narradora, Sofía, ya ha pasado por su amor con Marina, y las continuas referencias a este hecho atenúan las escabrosas circunstancias que Sofía está viviendo en un mundo dominado por hombres.

E igualmente, en la segunda parte, entre la belleza de la relación entre las dos mujeres no cesan de colarse referencias a ese mundo vulgar y degradado del sexo fisiológico, funcional y directo masculino en contraste con la plenitud sexual y sentimental de las dos amantes.

Lo que une las dos partes es un terrible sentimiento de pérdida que la protagonista va derramando párrafo a párrafo durante toda la novela. Sabemos que Sofía escribe desde el presente, pero ignoramos en qué circunstancias; sabemos que Marina ya es pasado, pero desconocemos la causa de su ausencia. El dolor lo inunda todo pero lo hace con la dignidad de la belleza caída, del fatalismo inmisericorde, del humano reproche hacia la canalla finitud de las cosas. Lo bello es bello porque un día puede desaparecer, porque llegó demasiado tarde o se fue demasiado pronto, porque la fealdad desbarata con excesiva facilidad la hermosura.

La novela está escrita en ese tono desgarrador de quién se aferra con las uñas a dulces recuerdos ya definitivamente perdidos antes de dejarse caer en el abismo. En realidad, la novela contiene tantos temas que en sí misma es una impostura, cosa que descubrimos al final y que no me corresponde a mí desvelar; solo decir que lo que pensábamos que era una novela erótica también se puede leer como una novela sobre la violencia machista.

De este juego borgiano no se libra ni siquiera la escritora, Irene González Frei. Éste fue el seudónimo con el que se presentó al Premio Sonrisa Vertical, que ganó en 1995, y que aceptó con la condición de que fuera preservada la autoría. No sabemos su nacionalidad, ni siquiera sabemos si es hombre o mujer, ni tampoco creo que importe. Solo importa que escribió una hermosa e inteligente novela sobre el amor, el lesbianismo y la necesidad de ser uno mismo.

Tu nombre escrito en el agua. Irene González Frei. Tusquets.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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