Hans Christian Andersen: érase una vez un hombre que escribía cuentos

andersenPuede que la narrativa infantil fuera poca cosa sin la influencia de un titán como Hans Christian Andersen, el prolífico creador de cuentos que han ido de una generación a otra cargando a cuestas el nombre del genio que les dio vida. Pero los cuentos infantiles son apenas la punta de este legendario iceberg literario.

Los pies en el aire (pero los zapatos bien puestos)

Cuando Andersen nació, su madre era una mujer ya madura, de formación protestante, con un marcado carácter rígido y supersticioso que contrastaba con el de su padre, un humilde zapatero, pero de carácter jovial y con una personalidad viva y alegre. Este espíritu inquieto lo heredaría el pequeño Hans, que llegó al mundo en Odense, Dinamarca, en una fría mañana, el 2 de abril de 1805.

Andersen nunca acudió formalmente a la escuela, pues la dura situación de la población danesa sumida en la pobreza y las dificultades posteriores a la derrota del país en la guerras napoleónicas, lo obligaron a permanecer en casa escuchando las divagaciones toscamente ilustradas y liberales de su padre e intentando aprender a leer con los textos de Goethe y Schiller.

En 1820, tras enfrentarse a la repentina muerte de su padre y al segundo matrimonio de su madre, el joven Andersen empezó trazarse su propio camino, ya que, después de todo, aunque no contase ni con estudios ni con dinero, llevaba bien puestos los zapatos de su padre, que le proporcionarían la chispa interior para convertirse en un artista sumamente creativo. De ese modo, Hans viajó a Copenhague, buscando primero porvenir como actor y bailarín, aunque fracasó estrepitosamente en el intento, así que comenzó a explorar la faceta literaria. Pronto, con apoyo de un mecenas rico (el director de teatro Jonas Collin) y ya afincado en la gran Copenhague, pudo completar su educación básica y pulir sus innatas dotes de literato que aunque al principio fueron otro rotundo fracaso, más tarde lo llevarían a crear poemas, versos, novelas, piezas teatrales y por supuesto los cuentos infantiles que le han dado toda su fama.

El encuentro del joven Andersen consigo mismo

El éxito fue un horizonte huidizo para el joven Andersen pues, pese a su nutrida carpeta de trabajo que cubría desde obras de teatro hasta novelas, no conseguía el reconocimiento ni la estabilidad económica que buscaba.

Enfrentado a las amarguras del amor (entre otros desamores, perdió la cabeza por la hermosa, célebre e inalcanzable soprano Jenny Lind, que le inspiró su cuento El ruiseñor) y a la gran decepción que le trajo el escaso éxito de sus obras teatrales, llegó a rozar la ruina monetaria y anímica que amenazaba con llevarlo de nuevo al fracaso y la frustación iniciales cuando intentó ser actor, comediante y hasta tejedor y aprendiz de sastre.

No obstante, la luz brilló un poco para él y, tras superar todo tipo de adversidades, comenzó a ganar cierta fama que lo impulso a viajar por Europa y a crear composiciones como el poema Inés y el tritón (que escribiría en París) y posteriormente, sus memorias de viaje como Bazar de un poeta.

Tras la publicación de su novela El improvisador (1835) y a su regreso de un periodo en Londres, trabó amistad con otro escritor de la época: Charles Dickens. Andersen, impresionado con la fina crudeza de la prosa de Dickens, comenzó, tal vez un poco inconscientemente, a conjugar el realismo con la magia y a aderezarlos con un tono romántico.

Así surgiría el mayor logro de su carrera: una extensa serie de cuentos agridulces con los que conquistaría su estilo más puro y equilibrado. Uno de sus mejores cuentos y también uno de los más conocidos es La niña de los fósforos o La pequeña cerillera, de temática navideña.

En esta serie de cuentos que le han dado mayor fama a este autor se encuentran El soldadito de plomo, La reina de las nieves, El patito feo, La sirenita, Las zapatillas rojas, El ruiseñor o El sastrecillo valiente, sólo por mencionar algunas de sus magníficas creaciones infantiles publicadas en colección desde 1841 hasta 1872.

La habilidad única de Hans Christian Andersen para dosificar ensueño y dolor, su estilo liberal y su vocación por rescatar narraciones de la mitología europea, nos ha legado algunos de los relatos infantiles que con más fuerza nos han marcado siendo adultos.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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