El autor de ‘Beltraffio’. Henry James: Un giro decisivo

31-autor_beltraffioEn febrero de 1885, mientras Henry James daba a la imprenta la primera entrega de Las bostonianas, publicó un libro de cuentos que a la postre vino a ser el canto del cisne de su primera etapa como escritor. Lo tituló con el nombre de uno de ellos, El autor de ‘Beltraffio’, y en él incluyo narraciones escritas a lo largo del año anterior junto a un cuento más antiguo, Cuatro encuentros, al que el autor debía tenerle mucho cariño puesto que ya había sido publicado antes en cuatro ocasiones.

Como indiqué en una reseña anterior, James había dado muestras de agotamiento al abordar su primer gran tema, el tema internacional. Tal vez por ello decidió explorar otras posibilidades, o más bien otras variaciones menos rígidas, sin abandonar ese aire cosmopolita que le había supuesto el reconocimiento del público.

De la lectura atenta del libro se puede deducir un tema común que es el estudio de la mujer americana vista desde distintas perspectivas. Era como si James no terminara de abandonar su idea de hacer el retrato de una dama americana desde todos las aspectos posibles.

Uno de ellas fue presentar a su dama desde un enfoque humorístico. Pandora es un cuento delicioso que, tras una supuesta fachada superficial, esconde una pequeña joya de sutileza y socarronería. Para ello fue fundamental la elección del punto de vista: esta vez se trata de un joven diplomático alemán, el conde Vogelstein, que se encuentra embarcado con destino a Washington. Tras una escala en el puerto de Southampton, conoce a una chica americana, Pandora Day, a la que cree reconocer gracias a una inmediata asociación de ideas:

¡Qué coincidencia tan extraordinaria! La historia que Vogelstein estaba leyendo trataba precisamente de una chica americana, veleidosa y descarada, que se planta delante de un joven en el jardín de un hotel. ¿No era la actitud de esta otra joven prueba irrefutable de la veracidad del relato? ¿Y no se encontraba el propio Vogelstein en la misma situación del joven del jardín?

Naturalmente la historia que está leyendo el conde es Daisy Miller y sus precipitadas conclusiones están absolutamente equivocadas. Podríamos decir que Pandora Day es el reverso de Daisy: seria, abnegada, resuelta, ha llevado de viaje por Europa a su humilde familia y está de vuelta a Norteamérica, a un oscuro pueblo del estado de Nueva York. Resaltan sus maneras decididas en contraste con la pasividad de sus hermanos y sus padres, unos pobres palurdos que sentados en sus hamacas parecen no enterarse de nada. Esta circunstancia es aprovechada por James para acercarnos a la personalidad de Pandora a través de una hilarante divagación del joven alemán:

El conde se preguntó qué clase de cultura se habrían traído consigo los señores Day de Italia, Grecia y Palestina (habían pasado dos años viajando y habían estado en todas partes), en especial cuando escuchó decir a su hija:

—Quería que papá y mamá viesen lo mejor. Los tuve tres horas en la Acrópolis. ¡Imagino que no podrán olvidarlo!

Tal vez fuese en Fidias o en Pericles en quienes pensaban aquellos dos mientras meditaban sentados con sus mantas, reflexionó Vogelstein.

En la segunda parte del relato, que ya se desarrolla en Washington, Vogelstein se encuentra a Pandora en una recepción a la que asiste el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Es más: la descubre sentada junto al presidente, hablando amigablemente. ¿Cómo se ha producido esa transformación de la joven provinciana? Una conocida le indica que Pandora está siendo la sensación de la temporada en Nueva York y cuando el conde pregunta la razón de su atractivo la amiga le contesta: “Es el nuevo prototipo: la chica hecha a sí misma”.

Al final no descubriremos exactamente lo que significa este “nuevo prototipo” por culpa de la estrechez de miras del alemán, que en la tercera parte del relato viaja con Pandora hasta Mount Vermon para visitar la casa de George Washington y que se ve sobrepasado por la sagacidad de Pandora, cuya perspicaz conversación deja en evidencia los conservadores prejuicios del aristócrata. No es casualidad que esta última escena se desarrolle en la cuna de los Estados Unidos.

Otra versión de la mujer americana libre es la que nos ofrece Las razones de Georgina (Georgina’s Reasons) aunque en esta ocasión esa libertad llega a la altanería. En este cuento se puede apreciar el arte narrativo de James a la hora de transformar un argumento puramente melodramático en un sutil estudio psicológico.

Georgina es una joven neoyorquina de buena familia que conoce a un marino de débil voluntad. Juega con él como quiere, lo enamora con su frescura y su rebeldía, lo une a él con la perspectiva de un matrimonio que no acaba de llegar porque la chica teme ser repudiada por sus padres y finalmente, casi en un ataque de locura y sin venir a cuento, se casa con el atribulado Raymond Benyon en una ceremonia secreta celebrada bajo la estricta promesa de que el joven nunca hablará a nadie de su matrimonio ya que Georgina ha decidido que, al menos al principio, ella seguirá viviendo junto a su familia en la Quinta Avenida. Una orden de embarque para varios años dejará en suspenso la extraña situación de la pareja.

Los tejemanejes de Georgina continúan con una vieja conocida de la familia, Mrs. Portico. Esta anciana admira a Georgina desde que era pequeña y siempre ha querido viajar junto a ella por Europa. Esto mismo es lo que le propone su joven protegida cuando le confiesa que se ha casado y ahora ha llegado la “consecuencia natural” del matrimonio. Por supuesto sus padres no pueden saber nunca de esta consecuencia por lo que ha decidido tener el niño en Italia. Las artes manipuladoras de Georgina llegan al extremo cuando trata de convencer a la vieja dama que su ayuda es más importante que los amistosos lazos que le unen a la familia. El viaje a Italia revelará el frío corazón de la joven respecto a su maternidad y tendrá nefastas consecuencias para la anciana.

Pasan diez años y la acción se centra en Nápoles, donde el capitán Benyon ha recalado con su barco durante un tiempo. Allí conocerá a las dos únicas americanas que viven en la ciudad italiana, una chica muy enferma que inmediatamente recuerda a la Milly Theale de Las alas de la paloma y a su hermana Kate, con las que le termina uniendo una fuerte amistad. Intuimos que en esos diez años el marino no ha sabido nada de Georgina (salvo que ha tenido un hijo, gracias a una carta que le escribió en su tiempo la arrepentida Mrs. Portico) pero que eso no es impedimento para que siga manteniendo su fidelidad por ella. El indudable atractivo de la serena Kate, la versión opuesta a Georgina, le pondrá las cosas difíciles hasta que se entera de que su esposa se ha casado en Nueva York con un rico abogado.

En esos momentos el relato se desquicia porque la lucha psicológica entre la cínica Georgina y el vengativo Benyond reviste tintes épicos. Henry James no es un escritor que rehúse las distancias cortas y, como en tantas ocasiones, no se limita a contar lo que ocurre, sino que lo desmenuza y lo exhibe a través de diálogos y escenas para que sea el lector el que saque sus propias conclusiones. En este caso, la actitud y las palabras de Georgina son un exasperante muestrario de cómo una persona puede manipular la realidad para su propio provecho sin pensar en el daño que pueda hacer.

La fijación en ideas preconcebidas es otro de los temas recurrentes en la narrativa de James. Un curioso y magnífico ejemplo lo encontramos en El autor de “Beltraffio” (The autor of ‘Beltraffio’), una de esas historias tan del gusto de James en las que juega al despiste con el lector. Aparentemente nos cuenta la visita que un innominado joven (Henry James, se supone) hace al escritor Mark Ambient, al que admira como su autor predilecto y cuya personalidad no le defrauda. Durante un fin de semana tendremos la oportunidad de conocer mejor las ideas artísticas de Mr. Ambient, que coinciden exactamente con las de Henry James. En un esmerado desdoblamiento, James admira a James exponiendo las teorías literarias que pocos meses antes había publicado en su famoso ensayo El arte de la novela, y que básicamente consisten en que la literatura debe ser una representación de la vida.

En un segundo plano parece quedar la familia de Mark Ambient: su esposa Beatrice, su hijo de ocho años, Dolcino, y su hermana Gwendolen. El entusiasmo del narrador por conocer el entorno familiar de Mr. Ambient no le impide ver, casi de inmediato, la mala relación entre éste y su mujer. Una apreciación, hecha como de pasada, instala en el relato ese típico elemento perturbador de James que terminará apoderándose de él: contemplando la belleza del niño en los brazos de su madre el narrador piensa que “era demasiado hermoso para vivir”. El hecho de que la criatura sea la evidente causa de disputa en el matrimonio parece conferirle un aura trágica que ya no lo abandonará.

Otro punto de malicia se instala en la narración con el retrato de la hermana del escritor. Gwendolen le resulta desagradable al visitante desde el primer momento, no solo por su comportamiento, sino por su extraña apariencia, como si fuera una mujer sacada de un cuadro del Renacimiento. Esta extrema actitud reverencial por el pasado hace pensar en una persona que vive fuera de la realidad; su conversación no hace más que confirmar que se trata de una amenaza que ha enfrentado a su hermano con el mundo en general.

De repente, sin darnos cuenta, el foco de atención se traslada a los ominosos acontecimientos que están ocurriendo en la casa. El niño parece que se ha puesto enfermo, aunque no es posible saberlo puesto que la esposa de Ambient le impide a su marido verlo. Las pocas ocasiones que el narrador se encuentra con ésta revelan a una mujer severa, terca, profundamente ignorante. Dice no haber leído ningún libro de su marido, ni le interesa lo que escribe. Esta desconcertante revelación se ve después matizada por la hermana, que informa de algo más inquietante: sí ha leído las novelas de su esposo, pero se ha escandalizado de su inmoralidad.

Como sabemos, Mark Ambient basa su literatura en exponer la realidad tal como es, y eso es precisamente lo que ha trastornado a su esposa: ha descubierto que se ha casado con un perturbado mental. Su única labor a partir de entonces será proteger a su hijo de su monstruoso padre, a costa de lo que sea. Bajo la apariencia de otra historia mucho más agradable, Henry James nos tenía preparado el sombrío retrato de esa mujer de la América profunda que él había conocido, puritana, austera, fanática, una mujer que él despreciaría en numerosos relatos.

El último cuento que James escribió antes de comenzar Las bostonianas guarda una cierta relación con esta novela en cuanto que pone un especial énfasis en dos cuestiones que siempre obsesionaron al escritor: el sentido de la renuncia y la imposibilidad del amor. The Path of Duty, que podríamos traducir como La senda del deber, nos muestra un conflicto psicológico muy del gusto de James, quizá incomprensible para nuestra época actual, pero cuya base ética y dramática es innegable.

Ambrose Tester es un joven parlamentario muy admirado en sociedad que se encuentra secretamente enamorado de Lady Vandeleur, con la que le une una gran amistad a pesar de ser una mujer casada. El conflicto comienza cuando el padre de Ambrose cae enfermo y le pide a su hijo que desea tener un nieto antes de morir para asegurar la continuidad de la familia.

Presionado por su entorno, Ambrose se compromete con Jocelind Bernardstone, una chica cercana a la familia que no nos es presentada con ningún mérito en especial: es la tapadera de Ambrose, el modo que tiene de acallar a su padre y continuar su amistad con Lady Vandeleur.

Cuando inesperadamente enferma el marido de ésta, Ambrose se acerca a la narradora de la historia, que hasta ese momento no había entrado en la trama. Se trata de una mujer innominada, amiga de Ambrose, a la que pide consejo acerca de qué conducta adoptar ante la posible muerte de Lord Vandeleur. Evidentemente, su amiga quedaría libre y podría casare con ella, pero también es cierto que se encuentra comprometido y lo que pretende es que la narradora lo exonere de esa pesada carga.

Lo que no se espera es que esa narradora es una especie de alter ego de Henry James. Sin dramatismos, sin que haya nada patético en sus consideraciones, obliga a Ambrose a mantener su palabra. La repentina muerte de su futuro suegro pospone la fecha de matrimonio y le da tiempo a Ambrose para plantearse su futuro.

En este relato se pone en cuestión el sentido del deber y su posible consecuencia: la renuncia a lo que se desea. Cuando muere Lord Vandeleur, y ante la cierta posibilidad de que Ambrose rompa su compromiso, la narradora lo amenaza con dirigirse a Lady Vandeleur y confesarle las intenciones del joven. Está segura que la aristócrata no lo permitirá, no tanto por ella, sino por el daño que le hará a la novia.

El otro tema del cuento, la imposibilidad del amor, queda patente en el hecho de que, a pesar de existir un triángulo sentimental, nadie puede hacer efectivo ese amor. Ese miedo al matrimonio tan característico en la narrativa de James –y nos atrevemos a decir que en su vida personal- parece aquí palpable. Además, la narradora parece explícitamente inclinada a pensar de esta forma cuando, con ocasión de la posible boda de Ambrose, dice que “el día de su ejecución estaba fijado” y que entonces “él sería decapitado”.

No creo que sea casualidad que The Path of Duty sea el relato inmediatamente anterior a Las bostonianas. El deber, el celibato, las dificultades que conlleva el amor, son temas que aparecerán con fuerza en la novela, incluso serán elementos vertebradores de la trama. Atrás quedaban las sugestivas historias del cosmopolita conocedor de ambas orillas del Atlántico. Consciente de dar un giro completo a su carrera literaria, Henry James se dispuso a representar la vida con toda su aspereza.

El autor de “Beltraffio”. Siete Mares.

Pandora. Impedimenta.

Las razones de Georgina. Navona editorial.

The Path of Duty está incluido en Complete Works of Henry James. Delphi Classic.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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