El inicio de la Primavera, de Penelope Fitzgerald: la ausencia del ser querido

Portada de El inicio de la primavera de Penelope Fitzgerald

Cuando leemos una novela, esperamos que tenga un argumento interesante y ameno. También nos gusta que sea profunda, pero sin desdeñar el humor. Igualmente, nos agrada que refleje el contexto histórico en que está ambientada. Todo ello podemos encontrarlo en El inicio de la primavera, de la escritora británica Penelope Fitzgerald, aclamada autora de La librería.

Un argumento profundo con toques de humor

La novela nos transporta al Moscú prerrevolucionario de 1913; más concretamente, a la comunidad británica que reside allí. En una casa moscovita de la calle Lipka vive el impresor Frank Reid, casado y con tres hijos. De la noche a la mañana y sin que nuestro protagonista sepa muy bien por qué, su esposa lo abandona dejándolo solo para criar a sus tres niños e inmerso en el más absoluto estupor.

Poco a poco y con ayuda de su contable y amigo Selwyn Crane, un personaje magníficamente trazado que tiene ideas tolstoianas de justicia social y espiritualidad, Reid irá reorganizando su vida. Primero contrata a Lisa, una muchacha de una aldea vecina, para cuidar a sus hijos. Paulatinamente, Lisa irá ocupando el sitio dejado vacante por Nellie, la esposa de Frank. Por si todo ello fuera poco para Frank, un nuevo personaje llega a su vida: se trata de Volodia, un joven estudiante de ideas revolucionarias que entra de noche en su negocio para intentar imprimir unos panfletos.

Al tiempo que acompañamos a Frank en este periplo vital tan inesperado como nuevo, asistimos al convulso momento que experimenta la sociedad moscovita en particular y la rusa en general. Todos los síntomas que llevaron a la Revolución de 1917 están presentes en la novela: las desigualdades sociales, el descontento y el hambre de las clases populares y un pesimismo que tiene mucho de intrínseco al carácter ruso. Pero nos detenemos también en la otra cara de la moneda: el sutil humor británico del que Penelope Fitgerald dota a la novela como contrapunto de lo anterior. No en balde, Penelope Fitzgerald solía calificar sus obras como «tragifarsas».

Por otra parte, el título de El inicio de la primavera alude a un hecho simbólico que se produce en la novela en sus últimas páginas: la apertura de las ventanas de la casa de Frank tras el invierno, al llegar la primavera. Este colofón de la historia viene a ser una metáfora, una representación del inicio de una nueva vida para el protagonista después de verse abandonado por su mujer y de ver trastocado todo su mundo.

Unos personajes secundarios magníficos

Ya hemos hablado del peculiar Selwyn Crane, un personaje secundario muy bien trazado. Pero otros no le van a la zaga. Comenzando por Lisa, la institutriz de los hijos de Frank. Aunque este la ve como una joven indefensa que ni siquiera puede cuidarse a sí misma, poco a poco irá adquiriendo importancia en la casa hasta casi ponerse en el lugar de Nellie.

También Volodia, el revolucionario que hasta bien avanzada la novela no sabemos qué relación pueda tener con la historia del protagonista. Y, en fin, otros secundarios magníficos como Albert, padre de Frank; la victoriana señora Graham; el despreocupado Kuriatin; los niños o Charlie, el peculiar cuñado.

El estilo de Penelope Fitzgerald

A medio camino entre el relato de costumbres -con muy sutiles toques de humor británico- y el de introspección en lo profundo del ser humano, El inicio de la primavera destaca también por el peculiar estilo de Penelope Fitzgerald. En este sentido ocupan un lugar muy destacado las elisiones, esa capacidad para insinuarnos algo sin terminar de decirlo, y también unas imágenes profundamente evocadoras. Todo ello es utilizado, a veces, para narrar momentos más cercanos a lo mágico que a lo real, como la escena que tiene lugar en el bosque de abedules, uno de los pocos fragmentos puramente descriptivos de la novela, en el que se describe de forma magnífica el bosque renaciendo con la proximidad de la primavera. Si hay una término para describir la prosa de Penelope Fitzgerald, y más todavía en esta novela, ese es la sutileza.

Una vocación tardía

Penelope Fitzgerald fue uno de esos extraños casos de escritores que comenzaron a escribir a una edad tardía. El talento de Penelope Fitzgferald, aunque llegó de forma tardía, fue reconocido inmediatamente con algunos de los más prestigiosos premios concedidos a la literatura en lengua inglesa, como el Booker Prize.

La autora supo sacar partido del legado cultural que le dejó su familia, así como de los viajes que realizó al extranjero. Sin embargo, no fue hasta la muerte de su madre y de su marido, cuando ella contaba con casi sesenta años, que decidió ocupar su tiempo a la literatura y al aprendizaje de idiomas. Toda esa cultura y esa formación quedan reflejadas de forma patente en su obra, parte de la cual la componen biografías o novelas históricas.

No es el caso de La llegada de la primavera, la que posiblemente sea la más original de todas su obras, pues es una “novela rusa” escrita por una autora británica y ambientada en unos años en los que Penelope Fitzgerald ni siquiera había nacido, pero cuyo propósito no es relatar unos acontecimientos históricos, sino más bien el de recrear la atmósfera que debió de existir en la Rusia prerrevolucionaria, siempre de una forma sutil, presentando o, mejor dicho, sugiriendo cómo debió de ser la realidad rusa de aquel tiempo: el descontento social, los problemas políticos, la corrupción de ciertas clases sociales, los sobornos a la policía, o incluso la influencia que dejó Tolstoi tras su muerte. Pero, sobre todo, El inicio de la primavera es una excelente novela que trata sobre la ausencia del ser querido, sobre ese momento en el que algo se rompe y, como el invierno que da paso a la primavera, fuerza un cambio, una transición que, en el caso de esta historia, no sabemos bien a dónde conducirá y que la autora deja sabiamente abierta a modo de elipsis.

El inicio de la primavera. Penelope Fitzgerald. Impedimenta.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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