El retrato de una dama. Henry James: Un cruel cuento de hadas

24-retratoEl bien de uno siempre está hecho del mal de otros: ese es el componente trágico de la felicidad, la base sobre la que se erige El retrato de una dama (The Portrait of a Lady, 1881), una de las obras maestras de Henry James y también una de las mejores novelas de todos los tiempos. Para ello James imaginó a Isabel Archer, una joven norteamericana, “un temperamento feliz fertilizado por una alta civilización”, que se traslada de su país a Gran Bretaña, donde despliega su fascinante encanto, mezcla de inteligencia, orgullo y curiosidad.

La originalidad de Henry James reside en crear un tipo de mujer con vida propia como Emma Bovary o Anna Karenina, pero matizada con un sentido de la independencia propiamente americano que viene a dinamitar los viejos esquemas sociales de la Europa de la época, nada complaciente con las mujeres. Isabel Archer no llega al Viejo Continente con la idea de casarse con un buen partido o sumirse en una sociedad que vive de la apariencia, sino que busca observar, aprender y admirar con la idea de formarse una opinión acerca de lo hermosa que puede llegar a ser la vida. En el fondo es una idealista, y como todo idealista, confunde la libertad con la felicidad.

Lo que hace James es colocarla en el centro de la historia y hacer pivotar sobre ella una serie de personajes que nos irán descubriendo el retrato completo de Isabel, una peculiar manera de utilizar el punto de vista de resultados extraordinarios. Después de 55 sustanciosos capítulos sabremos cómo es Isabel Archer desde todos los ángulos, aunque James nos guarda una sorpresa: si ella solo ve desde un ángulo, todos los demás le quedan ocultos. Nosotros los lectores seremos los testigos de esas zonas de sombra que rodean a la protagonista.

Los primeros capítulos introducen a la joven en la mansión de su tío, el señor Touchett, un norteamericano que durante años ha dirigido una próspera empresa y que ahora vive retirado. Junto a él vive su único hijo, Ralph Touchett, joven educado y perspicaz, cuya mala salud le impide cualquier ocupación. Hacer entrar a Isabel en Europa a través de una puerta americana es una de las maldades que James le tiene preparada a su heroína, porque al fin y al cabo ella se siente muy cómoda en su recién descubierto ambiente europeo.

Su tío es un hombre de mentalidad abierta y crítica, apenas contaminada por su entorno. Sabe distinguir lo bueno de lo malo, lo importante de lo superficial. En principio le será de gran ayuda a Isabel, pero, sin querer, hace que ella se confíe: lo que cree que está haciendo movida por su independencia está influido por las ideas de su tío, que no son precisamente las que reinan en el continente.

Igual ocurre con su primo Ralph, verdadero personaje secundario vertebrador de la trama. Oculto tras su enfermedad, inútil aparentemente para el amor, sarcástico respecto a su destino pero sagaz respecto al de los demás, será el hombre que tenga la frase adecuada para cada momento, siempre movido por la admiración hacia su prima, a quien adora. Lo que haya de sentimiento amoroso más allá de esa adoración es un terreno ambiguo que Henry James sabe gestionar hasta el final de la historia. De hecho es el único personaje masculino que no se declara a Isabel, tal vez porque no hacía falta. Él es consciente de que morirá pronto y no quiere perturbar el destino de su prima. Ésta, no obstante, nunca comprenderá por completo la especial relación que la une con Ralph.

Durante su estancia en la vieja casa inglesa, Isabel recibe cuatro visitas: una, la de un antiguo pretendiente americano que cruza el Atlántico para llevársela como esposa a Estados Unidos. Caspar Goodwood es un joven rudo, enérgico y rico que le ofrece a Isabel su fortuna como reclamo para casarse con él. Isabel lo rechaza por muchas razones, pero el que nos queda en la memoria es su ansia de libertad, su necesidad de escapar de su territorio para respirar vida. Caspar Goodwood representa lo posible, esa persona que siempre está ahí pero que se descarta precisamente por su segura fidelidad.

También va a visitarla un vecino de su tío, Lord Warburton, un hombre que queda prendado de la sencillez de Isabel y que también la pide en matrimonio. Lord Warburton representa lo que pudo haber sido, porque llegó antes de tiempo. Los sentimientos del aristócrata inglés son sinceros; sus maneras, amables; sus perspectivas como marido, inmejorables. Pero Isabel lo rechaza porque cree que debe conocer más el mundo antes de tomar una decisión tan trascendente. Aquí James comienza a pergeñar la crueldad de su historia porque Lord Warburton estará presente durante toda la narración, y siempre está a mano para Isabel, pero vemos desolados cómo lo deja escapar por unos motivos que cada vez son más inseguros, como si tuviera miedo de su confianza en sí misma.

De Estados Unidos procede la siguiente visita: Henrietta Stackpole, una joven amiga de Isabel, periodista, ácida, casi agresiva, que recala en Inglaterra para hacer un reportaje sobre las casposas costumbres de los británicos. Ella es el contraste con Isabel por su forma de pensar, por sus modales, por su actitud ante el presente. Henrietta es el futuro, la libertad en persona pero no ese tipo de libertad que desea Isabel: ella quiere utilizarla para mejorarse interiormente, no para practicarla de cara a los demás. Gracias a Henrietta descubrimos en Isabel una mujer orgullosa y algo perdida respecto a sus próximos pasos. Está a la espera de acontecimientos, como si la vida tuviera que pasar por delante de ella para que pueda elegir lo mejor, sin hacer nada para cambiar sus circunstancias. A pesar de su personalidad arrolladora, la joven periodista no se hace simpática al lector porque James la dota de una tosquedad y una franqueza que viene muy bien para no eclipsar la figura mucho menos contundente de Isabel.

La cuarta persona que el escritor introduce en el mundo de ésta lo hace por la puerta de atrás: Madame Merle ha llegado por casualidad a casa de Mr. Touchett en el momento que éste se encuentra mortalmente enfermo. Los días en los que su tío va sumiéndose en la agonía son amenizados por la actitud entre sugestiva y tranquilizadora de la recién llegada. Madame Merle es una madura americana que lleva muchos años viviendo en Europa, o más bien haciéndose invitar por unos y por otros para sobrevivir a su delicada situación económica. Naturalmente, la suple con creces con un encanto personal que deja hechizado a Isabel: ella quisiera ser como Madame Merle, es decir, la americana que ha sabido echar raíces en Europa sin perder su conducta originaria. A pesar de ser un personaje secundario, James lo utiliza como elemento distorsionador de la historia, y para ello no ahorra en darle una entidad cautivadora que atrae de inmediato al lector.

Primera edición norteamericana de El Retrato de una Dama, publicado en Boston el 16 de noviembre de 1881
Primera edición norteamericana de El Retrato de una Dama, publicado en Boston el 16 de noviembre de 1881

Una vez presentados los personajes, Henry James da una de esas vueltas de tuerca tan características de sus ficciones: antes de morir Mr. Touchett, habla con su hijo acerca de la herencia y Ralph le pide renunciar a la mitad de la fortuna en favor de su prima Isabel. Así, de la noche a la mañana, Isabel Archer se convierte en una mujer rica: James ha puesto en sus manos un elemento corruptor como pocos. También ha creado una versión moderna de La Cenicienta, un cuento de hadas, una extraña historia de superación sin mérito alguno.

Unos meses después, de viaje por Italia con su tía, conoce en Florencia a Gilbert Osmond por mediación de la siempre atenta Madame Merle. Osmond es otro americano trasplantado al viejo continente con escaso talento para triunfar en el arte y demasiado poco dinero como para mantener su vida ociosa. Es un observador de la vida, un coleccionista de belleza, un crítico de la existencia. Junto a su hija Pansy, educada en un convento, este viudo despliega ante Isabel una exquisitez oscura y una franqueza que deambula entre el cinismo y el ingenio. Ante los lectores aparece como un personaje amable pero algo siniestro, y si engancha es porque Madame Merle, con sus palabras, nos da una interpretación de lo más benévola de su viejo amigo. Esa misma interpretación es la que escucha Isabel, siempre obnubilada con las ideas de su adorada compatriota hasta el punto de casarse con Osmond.

Sin darse cuenta, un hada madrina le ha dado fortuna y otra le ha presentado al príncipe. Isabel cree haber elegido acertadamente, cree haber ejercido su íntima libertad en el momento oportuno. Sin embargo, no ha hecho nada para merecer esa felicidad tan ansiada, sólo se ha dejado llevar por el destino y por su propio orgullo.

En un giro antológico de la trama, descubrimos cuatro años después que Isabel se ha equivocado con Gilbert Osmond. Su matrimonio no ha funcionado nunca. Como le ocurrió a su predecesora Catherine Sloper, en Washington Square, la heredera ha sido víctima de un cazadotes egoísta y superficial. Su fortuna la ha alejado del amor, ha malogrado sus ideas, ha pervertido su libertad. Se ha dejado deslumbrar por lo externo, aunque a favor de ella hay que decir que no pudo ser consciente de tan sombría perspectiva. Ni siquiera lo es el lector, que asiste asombrado a la cruel trampa que se ha cernido alrededor de Isabel casi desde el principio de la novela: no puede ser libre quien no conoce todos los elementos de juicio para tomar decisiones.

El retrato de una dama es una novela cruel como pocas. Creemos estar asistiendo a la formación de una mujer que lucha contra las convencionalismos de su época, a una bella historia de amistad junto a un joven que va a morir, a una serie de relaciones amorosas que terminan rindiéndose ante la admiración por un hombre que parece seguro de sus principios, y terminamos encontrándonos ante una trama de terror, porque no puede calificarse de otra forma el deseo de algunas personas por imponer su poder moldeando el destino de los demás a su antojo.

Isabel Archer es una heroína sin gloria, una princesa sin reino, una joven que se convierte en dama sin quererlo. Su retrato cala hondo en los lectores: representa a la persona que, teniendo todas las posibilidades en su mano, las pierde por no saber manejar su entorno aun gozando de libertad para ello. La hemos visto desde todas las perspectivas, hemos comprobado la nobleza de sus ideas, sus convincentes renuncias, su curiosidad por la vida, sus oportunidades. Y la hemos visto equivocarse.

Henry James supo insuflar a su protagonista de tal carnalidad que cuando llega el final de la novela, después de 800 páginas, aún queda la impresión de que podría escribirse otra novela que nos describiera el futuro de Isabel. No es extraño que su autor pensara que ésta era su mejor novela después de Los Embajadores. Toda su capacidad de observación fue vertida en la figura de Isabel Archer hasta el extremo de desmenuzar junto a ella la perplejidad de la vida, su íntimo secreto, que pocas veces ha estado más cerca de desvelarse como en esta obra maestra.

El retrato de una dama. Henry James. Alianza Editorial.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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