La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Mendoza: (II) La génesis de la novela

08.Savolta2Ni siquiera se titulaba La verdad sobre el caso Savolta y el original contaba con unas mil páginas. Cuando llegó a manos de su editor, Pere Gimferrer, la novela había rebajado su extensión a más de la mitad y se llamaba Los soldados de Cataluña. La censura, el propio Pere Gimferrer y un divertido plagio dieron con el título final. La fortuna hizo que el manuscrito durmiera casi dos años en los archivos de Seix Barral. Cuando la novela se publicó en abril de 1975, Eduardo Mendoza ni siquiera vivía ya en Barcelona, sino en Nueva York, de manera que la presentación del libro se hizo sin su presencia. Es más, ni siquiera hubo presentación.

Echando la vista atrás, con los 40 años de perspectiva que se alzan desde aquel Sant Jordi de 1975, y tras la lectura agradecida de todos sus libros, uno termina concluyendo que Mendoza siempre fue Mendoza, desde el primer momento, como si su obra fuera una parte más de su personalidad, igual que lo es su elegancia, su cortesía o su sentido del humor. Las peripecias que rodearon la redacción de la primera novela de Eduardo Mendoza parecen sacadas de una novela de Eduardo Mendoza.

En 1967 el entonces abogado Eduardo Mendoza fue contratado por la empresa eléctrica Fecsa para realizar tareas de documentalista destinadas a colaborar en un complicado litigio por expropiación que ésta mantenía en La Haya con una compañía, conocida como La Canadiense, responsable de la electrificación de Cataluña. El trabajo consistía en investigar y recopilar todo tipo de fichas, legajos y expedientes de bibliotecas, hemerotecas y archivos tanto en Barcelona como en La Haya, de los más dispares formatos, idiomas y procedencias.

En ese tiempo, Mendoza mostraba un vivo interés por conocer la historia de España desde el punto de vista de los hispanistas extranjeros, una interpretación mucho más rica que la torticera que ofrecía la educación nacional, atrapada en la lista de los reyes godos. Así llegó al deslumbrante conocimiento del clima represivo y sangriento que rodeó la historia de Barcelona durante los años 1917 a 1919, sumida en el pistolerismo, la prepotencia de la alta burguesía catalana y los desastrosos atentados anarquistas. Como el propio Mendoza indicó “aquel fue el episodio más cafre de la historia de Europa después de los hechos de la Comuna de París”.

Se daba la circunstancia de que ese episodio había sido poco estudiado y los libros que hacían referencia a él eran dispersos, más bienintencionados que rigurosos y excesivamente centrados en aspectos muy concretos de aquellos días que no daban una adecuada idea de conjunto. Además, a pesar de la repercusión que supuso tanto para Cataluña como para España, aquellos hechos sólo habían sido objeto de ficción en una novela de Ignacio Agustí muy conocida en la posguerra, Mariona Rebull, aunque el tema del anarquismo era tratado de forma muy tangencial.

Vienen a colación estos datos preliminares porque parte de los muchos elogios que desde el primer instante recibió La verdad sobre el caso Savolta se refiere a su forma fragmentaria, a esa especie de collage que es la novela, donde parecen acumularse toda clase de documentos, artículos, notas taquigráficas, fichas policiales y cartas en los que la crítica ha encontrado el aspecto más audaz e innovador de la obra.  A costa de resultar aguafiestas, hemos de revelar que tal prodigio de estructura fue más  resultado de la larga y caótica gestación con que acometió Mendoza la novela que a un propósito meditado de revolucionar las formas narrativas hasta entonces utilizadas en España.

En La Haya, en 1969, enterrado bajo un aluvión de documentos recogidos para su empresa, Mendoza encuentra casualmente la historia de un estrafalario heredero de una familia industrial holandesa que murió en un accidente de caza. Aquí hallará el germen (irreconocible) del que después se convertirá en el empresario Savolta. Tal vez por el curioso carácter de su trabajo, Mendoza se deja llevar por la deformación profesional y comienza a escribir fragmentos sobre personas y situaciones entrevistas en los montones de documentos que se ve obligado a recopilar. Dichos textos no tienen nada que ver entre sí, son fragmentos inconexos que derivan más del azar de ser encontrados que de una voluntad de búsqueda, y conforme son redactados se va descubriendo que cada uno se escribe a su manera, que después resultará la manera que mejor identificará a Mendoza como autor, la voz impostada: Gurb, Pomponio Flato, Javier Miranda, el detective chiflado de criptas y laberintos.

Al heterogéneo acopio de tonos y lenguajes diferentes que va acumulando en páginas sueltas tampoco ayuda la información parcial que prestan los pocos libros que tratan el tema del pistolerismo en Cataluña. Desde frías listas de anarquistas fichados o ejecutados por la policía hasta crónicas carcelarias del castillo de Montjuitch pasando por interesadas lecturas anarquistas de aquellos acontecimientos hechas desde un plano teórico, de cada libro Mendoza va tomando nota de aquello que le interesa siguiendo el desorden más absoluto hasta que se encuentra en una especie de callejón sin salida que le hace reflexionar: todo lo escrito le satisface, todo parece interesante, todo tiene una razón de ser, pero ¿cómo unir todas aquellas piezas? La historia la tiene clara, los personajes definidos, la trama forjada, pero ¿quién se atrevería a leer ese galimatías que ni el propio autor puede desentrañar? Entonces es cuando aparece el Mendoza constructor de mosaicos.

Comienza a organizar el desorden, a ensamblar piezas con la esperanza de que una vez unidas resulte un todo coherente, y para ello vuelve a escribir nuevos fragmentos que sirvan para ajustar episodios entre sí con tan mala pata que aquel original empieza a crecer en lugar de concentrarse, y como al fin y al cabo Mendoza es hijo de su tiempo, aquello de amontonar documentos de tan variado pelaje le resulta de lo más vanguardista, a la vez que lo aleja de las férreas estructuras de los novelones históricos, porque, no se olvide, La verdad sobre el caso Savolta es una novela histórica, aunque no lo parezca. El resultado de esfuerzos tan ímprobos es una obra de mil páginas encabezada por el inopinado título de Los soldados de Cataluña que pasa por las editoriales de rechazo en rechazo, intuimos más por su descabellado volumen que por sus entonces desconocidas cualidades literarias.

Así que, por si fuera poco, el perspicaz Mendoza se da cuenta del disparatado volumen de su obra, empieza a meter la tijera, a remendar una costura, a hilvanar otra y a rectificar defectos estructurales derivados de los propios recortes hasta concluir con la novela que ahora conocemos, de cerca de 500 páginas.

Tal cual lo termina, envía el manuscrito a Pere Gimferrer, amigo de los tiempos universitarios y, en aquel momento, editor de Seix Barral y hombre de un infinito buen gusto literario. El propio Pere Gimferrer escribió en un memorable artículo aquel reencuentro: “En julio de 1973, me hallaba yo en el que por entonces era mi despacho en el antiguo local de Seix Barral en la calle de Provenza -aquel despacho vasto y vetusto, a la vez solemne y algo destartalado, que había ocupado antes Carlos Barral- cuando recibí una llamada telefónica. En los primeros momentos, y en una situación que retrospectivamente se revela digna de sus novelas, creí que quien me hablaba no era mi antiguo compañero de Derecho sino su primo y homónimo el ingeniero Eduardo Mendoza, con quien cursé el bachillerato. Aclarado el equívoco, vino Eduardo a confiarme el manuscrito de una novela. La leí con sorpresa y entusiasmo en pocos días; con fecha 21 de julio, se extendía un contrato que por parte de Seix Barral firmaba Juan Ferraté; el 27 de julio de 1973 (…) yo le enviaba el contrato a Eduardo Mendoza. Se titulaba el libro Los soldados de Cataluña; la censura no captó lo chusco de la alusión a la conocida copla y autorizó el libro, pero sugirió cambiar su título. Descartado por mí el de Puños y besos o Tiros y besos, que irónicamente sugería Eduardo, le persuadí a optar por el que él juzgaba más inaceptable: La verdad sobre el caso Savolta.”

En efecto, la novela pasó la censura con un informe de 14 de septiembre de 1973 cuyo juicio merece ser reproducido literalmente: “Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza. La acción pasa en 1917 en Barcelona, y el tema son los enredos de una empresa comercial, todo mezclado con historias internas de los miembros de la sociedad, casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir”. No hace falta añadir que el propio Eduardo Mendoza ha confesado públicamente que es la crítica a su novela que más se acerca a lo que él mismo piensa de ella.

Por algún motivo que se desconoce, la obra siguió su curso editorial integrándose en los que sospechamos fascinantes archivos de Seix Barral para acumular polvo junto a otros manuscritos cuyo destino preferimos no imaginar. Mientras ese polvo se depositaba sobre su novela, Mendoza preparó y aprobó unos exámenes que lo cualificaban como traductor para Naciones Unidas, se fue a vivir a Nueva York y se casó con la que sería su primera mujer, Helena Ramos. Sea por una sobrecarga de publicaciones seguramente más interesantes, sea por la proverbial aparición de José María Carandell en la editorial Seix Barral, la cuestión es que Eduardo Mendoza se enteró a distancia que su primera novela sería publicada el Día del Libro de 1975.

Celebración de la presentación pública de Mauricio o las elecciones primarias. Javier Cercas, Elena Ramírez, Rosa Novell, Eduardo Mendoza, Alicia Fernández Sagrera, Llàtzer Moix, Adolfo García Ortega y Pere Gimferrer
Javier Cercas, Elena Ramírez, Rosa Novell, Eduardo Mendoza, Alicia Fernández Sagrera, Llàtzer Moix, Adolfo García Ortega y Pere Gimferrer en la celebración de la presentación pública de Mauricio o las elecciones primarias

En cuanto al nuevo y definitivo título propuesto por Pere Gimferrer nadie reconoció el sospechoso parecido con el título de uno de los libros acerca de aquella época sangrienta que Mendoza leyó para documentarse, y cuya existencia revela el propio autor en una Nota añadida al comienzo de la novela: junto a otras cuatro obras, y en último lugar, aparece el libro de F. de P. Calderón, La verdad sobre el terrorismo.

Página escaneada de la 1ª edición de La verdad sobre el caso Savolta
Página escaneada de la 1ª edición de La verdad sobre el caso Savolta

Es posible que Pere Gimferrer, lector curioso e inteligente, leyera esas poco conocidas obras y sacara sus propias conclusiones antes de proponer el título a Mendoza como una especie de broma secreta entre ellos. En aquel momento, los dos eran los únicos que sabían que tras La verdad sobre el terrorismo se ocultaba la verdad sobre La verdad sobre el caso Savolta.

Continuará…

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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