Los prefacios a la Edición de Nueva York: Henry James según Henry James

12.prefaciosEn 1893, Henry James escribió un premonitorio relato titulado La edad madura en el que un escritor ya con su obra consumada soñaba con una mejor oportunidad para hacer una suprema reestructura de su vida, entregándose a la paciente tarea de ser su propio corrector, un apasionado trabajador de su estilo.

Sorprendentemente, dicha oportunidad le llegó a Henry James en 1905, cuando la editorial norteamericana Scribner’s decidió publicar sus obras completas en Estados Unidos. En ese momento, acababa de ver la luz La copa dorada, la última novela que James concibió como tal, aunque esa postrera circunstancia era imposible que James la contemplara puesto que tenía más proyectos narrativos en la cabeza que, finalmente, no se llevaron a cabo, a pesar de que aún transcurrieron 11 años hasta la fecha de su muerte.

De ese modo, lo que ha terminado conociéndose como la Edición de Nueva York (nombre sugerido por James) se convirtió en el testamento literario de su autor, y como si él mismo lo previera, en una especie de monumento a su obra, sus ideas narrativas y su rencor hacia la ignorancia crítica que sufrió en sus últimos años. El propio Henry James pasó a ser su crítico más feroz y a la vez el mejor introductor a su trayectoria narrativa mediante un género que había caído en desuso ya en el siglo XIX: el prefacio.

Para entender la importancia de estos prefacios hay que comprender en primer lugar la peculiar personalidad de Henry James, por lo general maniática y perfeccionista. Lo que en principio iba a ser la típica publicación de unas obras completas, sin más, se convirtió en un auténtico tour de forcé para el escritor, un desafío contra sí mismo cuyo resultado fuera establecer el canon de su obra, legada conscientemente a la posteridad. Ya que para entonces nadie lo leía, al menos a él le quedaba la posibilidad de explicar por qué sería interesante leerlo, y además qué textos suyos eran dignos de ser leídos.

Pero empecemos desde el principio: ya en 1905, Henry James había escrito 22 novelas, 100 cuentos y 10 obras de teatro, aparte de varios libros correspondientes a otros géneros. Cuando lo más sencillo hubiera sido darlos a la imprenta y esperar su aceptación pública, se obstinó en que el número de tomos debía ser 23, exactamente el mismo número de volúmenes con el que se habían publicado las obras completas de Balzac y su admirada Comedia Humana. Con ello quería significar que su obra también era una comedia humana, un universo de ficción, con sus personajes, estilos y escenarios singulares, cuyo centro era el propio Henry James.

Dado lo prolífico de su producción, reducirla a 23 volúmenes significaba que sería imposible concentrar todos sus escritos en tan exiguo espacio. De un plumazo desaparecieron las obras no narrativas y su teatro, pero aun así el problema continuaba. Fue entonces cuando apareció el James autoexigente que eliminó para el público americano precisamente todas sus novelas americanas (nada menos que Guarda y Tutela, Los Europeos, Las Bostonianas y Washington Square) y casi todos sus cuentos americanos, aparte de decenas de relatos que no pertenecían a sus temas más recurrentes. De Obras Completas se había pasado a Obras Escogidas, eso sí, escogidas por su autor según criterios que a los ojos actuales parecen arbitrarios si no fuera porque una muy atenta  lectura de los Prefacios nos hace vislumbrar la norma de selección e, implícitamente, el motivo de la no-selección de otras obras no menos notables que las elegidas.

Como ya hemos indicado, el crítico más terrible de Henry James fue él mismo (quizá porque los críticos profesionales lo ignoraban olímpicamente), de manera que su Obra Escogida pasó a ser su Obra Revisada, ya que, particularmente sus primeras novelas, casi las reescribió, adaptándolas a su concepto narrativo evolucionado con los años y, en todo caso, maquillando todo lo que le parecía feo, sobrante o superficial en un trabajo paciente y artesanal que terminó por agotarlo, por no aguantarse a sí mismo o, mejor dicho, por no aguantar al escritor que fue pero que ya no era. Por ello, en muchas de las obras que leemos ahora traducidas, el traductor suele advertir en una nota inicial a qué edición pertenece el libro que el lector tiene en sus manos, dado que la reescritura no siempre favoreció los textos, sino que les quitó la frescura con la que fueron concebidos.

Una de las decisiones de James sobre esta Edición de Nueva York nos puede dar la medida exacta de su obsesión por crear un monumento más que una suma de libros: en ese año de 1905, en Estados Unidos, el escritor había conocido a un joven fotógrafo de 23 años, Alvin Langdon Coburn, que lo fotografió para una revista de Nueva York. James pudo así conocer la obra de Coburn, muy pictórica y demostrativa de su pasión por Europa. Esto le dio la idea de encargar a Coburn la difícil misión de hacer las fotografías que él quería para ilustrar los libros que pensaba dar a la imprenta, siguiendo unas instrucciones estrictas que representaran fielmente el espíritu de la obra en cuestión. Un ejemplo puede valernos para comprender el alcance de su perfeccionismo: para ilustrar Los Embajadores indicó a Coburn que buscara en la Plaza de la Concordia “alguna combinación de objetos que no sea ni vulgar ni común ni panorámica”.

Ilustración de Alvin Langdon Coburn para La Copa Dorada
Ilustración de Alvin Langdon Coburn para La Copa Dorada

Pero ni siquiera los textos revisados de sus libros escogidos e ilustrados de acuerdo a criterios estéticos personales le bastaba a Henry James para dar a conocer su obra al público. También había que explicársela. Así nacieron los Prefacios, 18 en total (ya que algunas novelas ocupaban 2 tomos), que constituyen, en sí, una obra aparte y quizás el más brillante análisis que se haya hecho sobre la narrativa, su origen, su forma, su estilo y su estructura. Y no se piense que se trata de meros prólogos introductorios, sino de concienzudos estudios críticos que no bajan de las 6.000 palabras.

El contenido de cada uno de ellos merece un capítulo aparte dada la variedad y riqueza que atesoran. Desde pequeños detalles sobre la génesis de la obra en cuestión hasta profundas reflexiones sobre los motivos que le llevaron a escribir determinadas escenas o situaciones, los Prefacios sobrepasan su inicial cometido para, según sus propias palabras, “constituir, leídos en conjunto, una especie de vasto manual o vademécum para los aspirantes a nuestra ardua profesión”. Lo que hace Henry James es establecer las exigencias y las leyes que deben convertir a las novelas y los cuentos en obras de arte y no en meros pasatiempos para lectores ociosos y distraídos. Estamos ante un escritor desengañado, experto, venerado y olvidado, que desde su soledad trata de reivindicar el lado artístico de la literatura en contra de esa otra cara amable y superficial que observaba en los lectores (y escritores) anglosajones, poco exigentes con las posibilidades que puede ofrecer una historia bien contada en lugar de estar tan solo pendientes de “lo que ocurrirá” en la siguiente página.

Corrección de una página de la novela El Americano para la Edición de Nueva York, de mano de su autor
Corrección de una página de la novela El Americano para la Edición de Nueva York, de mano de su autor

Henry James construyó con su Edición de Nueva York una obra de arte, única y completa. No quiso ofrecer lo mismo que había escrito antes durante más de 40 años, sino el resultado de esa experiencia, una lección magistral sobre las razones que llevan a un escritor a escribir lo que escribe, o lo que debería escribir, porque todo tiene un motivo, porque detrás de cada novela y cada cuento hay una concepción y una idea básica que sustentan la arquitectura narrativa. Henry James sacaba de su chistera todos sus trucos y los exhibía para que no cupiera duda de que él había hecho magia con las palabras.

De 1907 a 1909 fueron aparecieron los volúmenes de esta Edición de Nueva York, que desgraciadamente tuvo escasa repercusión entre el público americano y nula atención por parte de la crítica. Si bien es cierto que hasta su muerte en 1916 sufrió diversas desgracias que pudieron distraerlo de la creación narrativa, uno piensa que su monumento neoyorquino terminó siendo su sepultura literaria, su último desengaño que detuvo la magistral trayectoria que se truncó para siempre en 1904 con La Copa Dorada.

En el último año de su vida, James describiría la edición como “realmente un monumento al que nunca se le hizo la menor justicia crítica, ni se le prestó ninguna clase de atención”. “El problema artístico implicado en mi plan fue profundo y exquisito y además fue, considero, muy efectivamente resuelto”, añadió para evidenciar que estos Prefacios fueron para él la culminación de toda su sabiduría literaria y la mejor manera de mostrar al mundo que él, además de escritor, era un artista.

Finalmente, la trabajada Edición de Nueva York se publicó con el insípido título de Las Novelas y Cuentos de Henry James y constó de 24 tomos.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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