Amos Oz y Hasta la muerte.

Amos Oz

La ira, la desesperación, la exaltación, la histeria, toda la locura que hay en el mundo, todas las revoluciones, las ideas, los complejos, las penas y la rabia, todo se dirige ancestralmente hacia un pueblo maldito, el pueblo judío, maldito por Dios desde hace milenios, perseguido, desterrado, masacrado sin piedad por otros pueblos, en un rosario de humillaciones que ha llegado hasta el siglo XX, hasta la creación del Estado de Israel en 1948, pero ni siquiera en ese momento parece que haya terminado la iniquidad contra el pueblo elegido, sino que sigue cociéndose en la sombra una conspiración contra él, según cree el protagonista de Amor tardío (1970), la alucinante novela corta que escribió el escritor judío Amos Oz (Jerusalén, 1939), una conspiración que revela el ambiente de odio en el que viven y enloquecen los judíos.

Lo malo es que nadie hace caso a ese viejo profesor, un hombre ridículo, testarudo, molesto, y según él, prescindible, pero que no miente, sino que tiene la suficiente lucidez para seguir luchando contra las fuerzas del mal y descubrirlas en las charlas que imparte en los kibbutz para que las generaciones jóvenes, tan dadas al olvido, sepan del peligro al que se enfrentan. Él no tiene la culpa de que no lo comprendan. Tampoco comprendieron las intenciones de Hitler, y eso que hubo en Alemania un diluvio de señales, un diluvio de signos premonitorios, como ahora, en el mundo occidental de 1970 que relata la novela, en el que los bolcheviques quieren hacerse con el Estado de Israel. No hay más que verlo: en el afilado de los cuchillos, en los mensajes inequívocos que lanzan desde Moscú, en la flota roja chapoteando en el mar, a la vuelta de la esquina, para exterminarlos.

Pero quién va a hacer caso de este profesor abandonado a su suerte, maloliente, misántropo, recluido en un pequeño apartamento donde se rodea de periódicos y más periódicos, colillas, calcetines sucios, una radio donde escucha las noticias cada hora, donde pasa de emisora en emisora esperando la noticia fatídica, la entrada en Jerusalén de las fuerzas soviéticas, los redobles de tambor de las tropas del Pacto de Varsovia, avanzando por las carreteras a través de las colinas y los bosques, atravesando el desierto hacia Tel Aviv, preparando un gigantesco cohete dirigido hacia el genocidio que nunca se termina.

Él insiste, y el lector se encuentra ante una diatriba torrencial, repleta de frases apocalípticas, un salvaje e hipnotizador monólogo cuya única misión es advertirnos del peligro rojo, de la idea de los regímenes comunistas de expandirse por todo el mundo tomando como punto de apoyo la invasión de Israel, y por eso hay que despertar y luchar, y por eso el viejo profesor le escribe una y otra vez a ese hombre de hierro, al hombre que les ha llevado a la victoria frente a los árabes, a Moshé Dayán, para que se ponga en alerta y prepare al ejército frente a la invasión inminente.

La persecución a los judíos deriva en la locura de los judíos, y este profesor es buen ejemplo de ello. Sus visiones son las de un fundamentalista que ve enemigos por todas partes y también un cambio en el planeta donde los judíos puedan por fin ser libres: ve el temblor de la tierra, la ira de los judíos, ejércitos rojos vencidos, la nieve devorada entre llamas.

Es el Apocalipsis en versión judía, el fin de los tiempos, la liberación de Jerusalén, una liberación que Amos Oz también nos cuenta desde un nuevo punto de vista en Hasta la muerte (1971) la otra novela corta que acaba de publicar la editorial Siruela y que es un relato casi onírico sobre las oscuras fuerzas que mueven al hombre.

En esta ocasión, nos traslada a la Edad Media, a una cruzada emprendida en Francia por el noble señor Guillaume de Touron para exterminar a los judíos que encuentre a su paso y llegar victorioso hasta la misma Jerusalén. Es una cruzada de la muerte, pensada para matar, para el ataque indiscriminado contra el pueblo enemigo que tiene secuestrada Tierra Santa. Y lo que comienza siendo un camino de redención, terminará convirtiéndose en una pesadilla. Revestida de una cualidad poderosa, congénita, que impone el terror y el silencio, esta hueste, busca su propia salvación en el exterminio de los judíos.

Esa fuerza oscura se apoderará del pequeño ejército después de las primeras victorias que les traerán una precaria euforia, y a partir de ese momento, empezarán a atravesar parajes que recuerdan el vacío metafísico de los cuadros de Giorgio di Chirico o las grises pesadillas de Kafka, de Dino Buzzati. Los enemigos acecharán en cualquier parte, incluso dentro de la propia caravana, cada día emanará la presencia oculta de un elemento maligno que se infiltra entre aquellos que se encaminan hacia la santidad. La vida diaria se impregna de intrigas, conspiraciones, sutiles estratagemas, que crecen conforme avanzan por los territorios italianos como un árbol venenoso que lo pudre todo. Los pueblos se ensombrecen a su paso, los viajeros se ven obligados a arrebatar por la fuerza comida, mujeres y bebida a los tercos campesinos, se derrama sangre inocente, sangre cristiana; la avaricia es una nube negra que cubre el avance. Los días, las noches, las horas serán como un sueño en el que las distancias se convertirán en una materia maleable que irá distorsionándose progresivamente. Sólo Dios los acompañará en su aventura que avanza entre una capa turbia de follaje muerto, una infecta alfombra de hojas de manzana fétidas y forraje podrido, una venenosa pesadumbre que va apoderándose poco a poco de los hombres y las bestias, una pesadumbre tan angustiosa y desesperante que a su lado hasta la propia muerte parece una bendición.

Quien se acerque a estos dos magníficos relatos de Amos Oz se encontrará una melodía insistente y desoladora, alucinante, onírica, un estado de silencioso delirio que se cuela entre las palabras y provoca un estado casi catártico, la enfermedad propia de los fanáticos y los integristas que impregna el ánimo y nos hace entender que en el exterminio y la locura, esos elementos con los que convivimos todos los días en nuestra actualidad, sólo existe la pérdida de la dignidad, el más preciado de nuestros bienes.

Canon Amos Oz (II)
Hasta la muerte. Amos Oz. Siruela, 2009

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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