Roderick Hudson. Henry James: El arte o la vida

11.roderick Roderick HudsonLa verdadera felicidad, según dicen, consiste en salir de uno mismo. Pero la cuestión no es tan sólo salir, sino mantenerse fuera, y para ello se debe tener una misión absorbente. Lo inteligente es querer más de lo que se tiene pero cuando el deseo se torna en ambición también hay que pagar un precio. Ese dilema es la materia sobre la que se vertebra el argumento de Roderick Hudson (1875), la primera novela que escribió Henry James.

En ella asistimos al ascenso de Roderick, un joven escultor que vive junto a su madre en Nueva Inglaterra y que por azar encuentra un mecenas, Rowland Mallet, que asombrado por su obra, está dispuesto a llevarlo con él a Roma para que aprenda y se desarrolle como artista.

El cuadro que James nos presenta acerca de la vida y la mentalidad de Nueva Inglaterra es desolador, no muy distinto del que él mismo estaba sufriendo en el momento que redactaba la novela. La mojigatería, el provincianismo, las puritanas convicciones y, en resumen, el miedo a la novedad nutren unos primeros capítulos que llegan a ser jocosos de puro patetismo.

En principio, Roderick Hudson no es consciente del valor de su obra y tiene que ser una persona cultivada en Europa, en la belleza y las posibilidades del arte, quien descubra sus cualidades. El joven es huérfano de padre y su único hermano ha muerto en la Guerra Civil. Así ha quedado solo junto a su atemorizada madre, a la que acompaña una sobrina, Mary Garland, que aunque es un ser sensible y diríamos que inteligente, no puede ni quiere escapar del ambiente en el que vive.

Los esfuerzos que Mallet debe emplear para convencer a las dos mujeres que Roderick será con el tiempo un artista famoso y valorado una vez se encuentre inmerso en una atmósfera creativa y rodeado de belleza inspiradora, son agotadores y terminan convirtiéndose en la promesa de que se hará responsable del joven en todo momento. Tal vez movido por mantener un cierto arraigo a su tierra, Roderick se compromete antes de partir con su prima, en quien Mallet había puesto sus esperanzas sentimentales en secreto.

Los comienzos de Roderick en Roma son prometedores. Realiza dos esculturas, Adán y Eva, que son apreciadas por esos personajillos que van de estudio en estudio haciéndose los expertos y sentando cátedra, artistas por lo común frustrados y que en la novela toman la forma del oportunista profesional Gloriani, impagable personaje que James volvería a utilizar en Los Embajadores.

La novela está contada casi en su totalidad desde la mirada de Mallet, un observador de la vida, un hombre desocupado que prefiere ver las cosas desde detrás de un cristal, aunque sea generoso con todo aquello que él piensa que merece la pena.

A su vez, el modelo sobre el que se basó Henry James para retratar al joven escultor lo tomó del (mediocre) escultor norteamericano William Wetmore Story, a quien el escritor conoció en Roma en 1872 y sobre el cual escribiría una biografía en 1903.

Sobre estos elementos, James plantea un tema que le será muy querido durante toda su trayectoria narrativa: la del artista enfrentado a su arte y al mundo, no siempre compatibles. Es notable observar que James, ya en su primera novela y sin haber emprendido aún su estancia definitiva en Europa, tratara la problemática que él mismo vivió y, sobre todo, vio en otros escritores amigos: ¿con qué intensidad debe el artista volcarse en su obra? ¿Hasta qué punto el ascetismo del arte aparta al individuo de la sociedad y cuáles son sus consecuencias? ¿Qué es lo que aporta ese mundo social a la imaginación del artista y en qué medida debe entrar en él? Y sobre todo, ¿cómo puede un artista verse desde fuera, cómo un genio puede ser racional?

En el caso de Roderick Hudson, James se aparta de su propia biografía al mostrarnos un joven de ideas primarias, impulsivo, ignorante de su propia valía y a la vez fatuo cuando su obra es admirada, en algunos momentos ingenuo y en otros reflexivo, siempre ávido de buscar una nueva manera de presentar su arte, de romper con el pasado. Esta imagen un tanto salvaje del genio artístico contrasta poderosamente con la personalidad de Rowland Mallet, siempre en un aparte, responsable, admirador sin caer en el encantamiento, circunspecto, generoso y atento a la evolución de su pupilo, comprometido hasta el extremo con sus convicciones y con la responsabilidad contraída respecto a Roderick y, en definitiva, un hombre anticuado, quizá ya inexistente en el momento en que se escribió la novela, con una cortés majestuosidad defensora de unos valores en los que nadie va a reparar, ni siquiera el mismo Roderick.

Cuando parece que la novela va a tratar sobre estos aspectos del arte, se parte por completo con la aparición de un personaje espectacular: Christina Light, una muchacha bellísima, caprichosa, vulgar y sofisticada a la vez, egoísta y, sobre todo, contradictoria. Con su perrito de lanas, va de estudio en estudio y de palacio en palacio junto a su madre, Miss Light, un ejemplo perfecto de madre que cree poseer la joya de la corona y que, junto a un enigmático Cavaliere, va exhibiendo a su hija allá donde haya talento o dinero con la idea de casarla con el mejor postor.

Ha convertido a su hija en un verdadero monstruo y la va mostrando como si de un espectáculo de circo se tratara. Cuando Roderick conoce a Christina, queda inmediatamente deslumbrado ante ella. No es el único, sino el último de una larga lista, pero él ve en la joven las formas puras para un busto perfecto y aunque en principio recibe la negativa de Christina, que está literalmente harta de posar para todo el mundo, la madre se las compone para que lo haga, una vez asegurada, bajo promesa de Millet, que Roderick será un artista archiconocido y que su calidad como escultor está fuera de toda duda.

Este es el momento en que James introduce su particular perversión que da la vuelta a la historia y la pone boca arriba. Y es que, aunque el busto eleva la figura de Roderick como escultor de éxito en Roma, a la vez lo hunde como artista porque aparece el hombre enamorado, y no sólo de la belleza, de una mujer imposible de alcanzar. Dado su temperamento salvaje y pasional, en lugar de sublimar su frustración –como le pide Millet- a través de modelar la arcilla, se deja arrastrar por el barro por tal de conseguir una mirada de la engreída Christina, para la cual ya hay un próximo marido elegido por su madre. Se trata del príncipe Casamassima, un aristócrata italiano forrado de dinero, insípido y condescendiente con los tejemanejes de la madre y los desplantes de la hija.

Dada la insatisfacción y la estéril creatividad del joven escultor, Millet con toda su buena voluntad, consigue que su madre y su prima viajen hasta Roma para levantar el ánimo de Roderick, y de paso, comprobar cómo se encuentran las relaciones entre éste y la prima, que en apariencia ya son inexistentes.

La llegada de la familia americana es una especie de bálsamo en medio de la novela, porque por un momento pensamos que el escultor, siguiendo sus impulsos atávicos, volverá al camino del arte, camino que también le facilita Christina Light con sus cada vez más afectuosas atenciones.

Henry James dispone en ese momento a todos los personajes juntos para que se desarrolle la tormenta dramática, y realmente lo consigue. Roderick Hudson es una novela muy bien concebida, con la graduación perfecta para obtener un crescendo en los factores emocionales sobre los que descansa la trama, pero cuando ya ha alcanzado ese clímax que detonará en cualquier momento, la novela muestra su gran grieta: el personaje central no es Roderick Hudson, ni siquiera su tutor Mallet -que lleva la carga narrativa-, sino Christina Light, la irritante, ególatra y voluble Christina, cuyo personaje es tan poderoso, tan bien trazado y tan necesario para el desarrollo del drama, que cuando desaparece deja un ostensible hueco en la historia.

Naturalmente, este error no se le pasó por alto a James, y años después tomaría de nuevo a este fascinante personaje para protagonizar La Princesa Casamassima. Hay tal fuerza en su personalidad y da tanto juego como personaje, que el propio Henry James se dejó seducir por su criatura hasta el punto de encumbrarla en una novela que no era la suya; o en otras palabras: el personaje se le fue de las manos, y cuando al fin se convierte en la princesa Casamassima y por tanto nada tiene ya que ver con Roderick Hudson, la novela se resiente y solo la habilidad imaginativa de James salva a la narración del desplome total. De hecho, una breve aparición de la princesa al final de la novela provocará su desenlace. Hasta ese punto James la terminó necesitando.

Roderick Hudson es una buena novela, y además una novela que ya es propiamente Henry James y que se lee con esa garantía de calidad porque contiene todos sus temas y hay momentos realmente brillantes, pero no es una gran novela, en especial por el motivo que hemos indicado. Como veremos en otra ocasión, el propio James la amaba y la odiaba a partes iguales, porque tuvo una materia prima riquísima en las manos y sin embargo no supo modelarla como hubiera merecido. Como escribió una amiga de James en una nota anónima en el North American Review, tras resaltar la madurez creativa del autor y encomiar su estilo termina diciendo: “Todo lo que le falta es que [la novela] se contara con más sentimiento humano”.

En cualquier caso, Christina Light es el gran éxito de Roderick Hudson. Frente a la callada figura de Mary Garland, la prima americana, engarzada en el inmovilismo y la resignación, Christina se alza radiante como una composición nítidamente europea que después servirá multitud de veces a James para la creación de sus personajes femeninos. Christina Light, en definitiva, es la primera mujer deslumbrante de esa larga lista que James creó a lo largo de su trayectoria, desde Isabel Archer a Milly Theale, almas femeninas retratadas con una variedad y riqueza de matices como no se ha vuelto a ver en la literatura.

En una carta a un amigo, Henry James escribió 20 años después de ser publicada: “No es demasiado buena, aunque podría haberlo sido. Sin embargo, es lo que es, y no blasfemaré contra la ingenuidad de mi juventud. Me parece muy débil, lejana y floja”. Ese otro yo cainita que James llevaba dentro le hace escribir fuertes adjetivos contra una novela que después elegiría para comenzar su Edición de Nueva York. Él sabía que estaba bien escrita, él sabía que estaba muy bien planteada, él sabía que no estaba bien resuelta y sabía por qué. Al menos su defecto fue que pecaba por exceso, no por falta de talento. Roderick Hudson era la novela que Henry James necesitaba escribir para comenzar con seguridad y firmeza su carrera literaria.

Roderick Hudson. Henry James. Editorial Belacqua.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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