Breve encuentro. David Lean

Breve Encuentro

He recordado esa cita de Flaubert que decía que hay un momento en las separaciones en que la persona amada ya no está con nosotros. Detrás de una frase aparentemente trivial hay un poso de verdad amarga, a veces dramática, del que no se llega a ser plenamente consciente hasta que, eventualmente, llega ese momento en que uno mismo tiene que enfrentarse al dolor de una separación.

Rodada en 1945, Breve encuentro quizá sea una de las películas más emotivas y menos recordadas de David Lean, un drama romántico que trata el tema de la separación con una estructura cercana al melodrama, en donde la música del concierto número 2 para piano de Rachmaninov refuerza esa carga melodramática de un modo efectivo. Celia Johnson y Trevor Howard son los intérpretes principales que encarnan a dos personas casadas que se conocen casualmente y mantienen una breve relación extramarital.

La película desarrolla una tesis que no por ser conocida resulta menos efectiva desde el punto de vista narrativo: hay dos personas que llevan una vida cómoda, más o menos rutinaria en sus respectivos matrimonios, pero en el fondo estable. Ahora bien, ¿qué sucede cuando esa estabilidad se quebranta porque nos enamoramos de otra persona? La película se dedica a explorar una escala de sentimientos que comienzan con una amistad, deriva en amor y termina convirtiéndose en una pasión desbordada.

¡El amor, oh, sí, el amor! Desde el comienzo de la película sabemos que esa relación no ha terminado bien, y toda la tensión emocional de la historia se concentra magistralmente en los últimos minutos de la película, en el mismo escenario donde la pareja protagonista se encontró por primera vez: en una estación de tren. En dicha escena, perfecta en su concepción, los amantes están sentados a la mesa de la cafetería de la estación, y ambos están serios, circunspectos, susurran más que hablan, porque saben que ya se lo han dicho todo, porque en el fondo no saben qué más pueden añadir. Es la materialización visual de la cita de Flaubert en La educación sentimental: “…Ambos no encontraban ya nada que decirse. Hay un momento en las separaciones en el que la persona amada no está con nosotros ya.” La tensión del momento se acrecienta cuando una amiga de la mujer irrumpe en escena y se sienta con la pareja, sin dejar de hablar, convirtiéndose en una intrusa accidental pero sumamente molesta que coarta el último momento de intimidad del que dispone la pareja. Cuando anuncian por megafonía que el tren del hombre va a salir, éste se despide con la cortesía de las dos mujeres, pero no con la pasión de los amantes, como tal vez habría sido lógico en otras circunstancias. Antes de irse, su último contacto físico no puede ser más discreto. Trevor Howard posa la mano sobre el hombro de Celia Johnson y sale de la cafetería sin volver la vista.

Saber lo que un momento así significa puede ser difícil de entender si no se ha pasado nunca por una experiencia semejante. Podemos sentir empatía, llegar a comprender la pareja que se separa, pero, ¿qué sabemos verdaderamente de su dolor? La protagonista llega a decir que sólo desea morir (I want to die, if I only could die…), a lo que él le replica con esta frase: “If you’d die you’d forget me, I want to be remembered.” Ser recordado, sí, pero a qué precio. Tal vez lo hayan sospechado ya: recordar, al igual que amar, no es más que otra causa de dolor.

 

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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