El día de la lechuza. Leonardo Sciascia: La primera novela sobre la mafia

El dia de la lechuza. Leonardo Sciascia. Reseña de CicutaDry

La familia es el Estado del siciliano. Lejos de la visión que nos ha dado el cine norteamericano, no es tanto un sentimiento natural y sentimental sino una auténtica relación contractual entre el individuo y quien lo protege a un nivel superior. El día de la lechuza fue la primera novela que abordó directamente el tema de mafia en la literatura. Puede parecer mentira que hasta 1961 ningún escritor se atreviera a describir lo que la mafia representa en el sur de Italia. Leonardo Sciascia, un escritor comprometido con la sociedad de su tiempo, fue el primero en revelar una verdad aún incómoda en la realidad.

Una novela aparentemente policíaca

Para ello se valió de los esquemas de la novela negra. Supongo que en aquel momento nadie se atrevía a publicar una obra que abordara directamente este profundo problema italiano y Sciascia tuvo la habilidad de hacer pasar por una novela criminal lo que no era más que una obra de denuncia.

El crimen cometido por un disparo en la espalda sobre un modesto constructor en una pequeña ciudad de Sicilia es el punto de partida más que conveniente para poner sobre la mesa el motivo por el que la mafia italiana no aparecía ante los ojos del mundo: el asesinato es su forma de imponerse, en silencio, con una discreción bien ocultada por políticos, jueces y policías.

Para recalcar esta impunidad, Sciascia hace que el crimen se cometa en una plaza pública, delante de un autobús lleno de gente y ante más testigos oculares. Naturalmente, nadie ha visto nada, y solo la coincidencia con la desaparición de otro habitante del pueblo, hace que se desvele la trama que oculta el asesinato.

La realidad nunca contada

Los lectores actuales tienen una mirada mucho más adiestrada sobre la mafia que los que leyeron esta gran obra en su momento. Ahora bien, también es cierto que nuestra apreciación está distorsionada por la visión de la mafia en Norteamérica que nos ha dado el cine.

Quien lea esta novela tendrá que olvidar esa imagen porque la realidad es mucho más sórdida. A través de la investigación encomendada a un capitán de los carabineros procedente del norte de Italia, de Parma, vamos conociendo esa institución del sur del país que es la omertá, el silencio.

Sicilia es un Estado de silencio; pero lo primero que encuentra el policía parmesano es algo inesperado: no es que haya silencio acerca de las actividades de la mafia; es que incluso niegan su existencia. A quien pregunta se limita a contestar que esas son historias inventadas por los comunistas:

No sé si ha leído sus declaraciones a un periodista hace unas semanas, a propósito del secuestro de aquel agricultor… ¿cómo se llamaba?
—Mendolia.
—Mendolia… Dijo cosas como para ponerle a uno los pelos de punta: que la mafia existe, que es una potente organización, que controla todo: ovejas, hortalizas, obras públicas y ánforas griegas… Lo de las ánforas griegas es impagable, chismorreo para el público… Pero si es lo que yo digo: ¡por Dios!, un poco de seriedad… ¿Usted cree en la mafia?
—Pues…
—¿Y usted?
—Yo no.
—Estupendo. Nosotros dos, sicilianos, no creemos en la mafia; eso a usted, que según parece sí cree, debería decirle algo. Pero le comprendo: no es siciliano, y los prejuicios son duros de pelar. Con el tiempo se convencerá de que todo es un montaje.

La mafia y Sicilia

Tampoco los negocios en los que estaba metida la mafia en Italia eran los típicos que vemos en las películas. Como decía al principio, la relación del siciliano con la mafia es de tipo jurídico: ellos protegen a los sicilianos; los protegen de la mafia:

Tengo muchas informaciones seguras sobre el asunto de las contratas; solamente informaciones, por desgracia, pues si tuviese pruebas… Supongamos que en esta zona, en esta provincia, operan diez empresas concursantes: cada una tiene sus máquinas, sus materiales; cosas que de noche se quedan por las carreteras o junto a las obras en construcción; y las máquinas son cosas delicadas, basta con quitarles una pieza, a lo mejor un solo tornillo, y luego se necesitan horas o días para que vuelvan a funcionar; y los materiales, gasóleo, alquitrán, armazones, es fácil hacerlos desaparecer o quemarlos allí mismo. Es verdad que junto al material y las máquinas a menudo hay una caseta con uno o dos obreros que duermen en ella; pero los obreros, precisamente, duermen; y, por el contrario, hay gente, ya me entendéis, que nunca duerme. ¿No es natural contar con esa gente que no duerme para tener protección? Tanto más cuanto que esa protección os ha sido ofrecida de entrada; y que si cometéis la imprudencia de rechazarla, sucede algo que os convence de que la aceptéis… Claro que hay tipos testarudos: los que dicen que no, que no la quieren, que ni siquiera con el cuchillo en la garganta se resignarían a aceptarla. Vosotros, por lo que parece, sois de los testarudos.
Así que hay diez empresas: y nueve aceptan o piden protección. Pero se trataría de una asociación un tanto mísera, ya me entendéis de qué asociación hablo, si debiera limitarse solamente al cumplimiento y a las ganancias de lo que llamáis guardiania: la protección que ofrece la asociación es mucho más amplia. Obtiene para vosotros, para las empresas que aceptan protección y reglamentación, las contratas de licitación privada; os da valiosas informaciones para concursar en las de pública subasta; os ayuda en el momento del examen pericial; hace que se porten bien los trabajadores… Se entiende que si nueve empresas han aceptado protección formando una especie de consorcio, la décima, que la rechaza, es una oveja negra; no es que llegue a molestar mucho, es verdad, pero el hecho mismo de que exista es ya un desafío y un mal ejemplo. Y entonces es preciso, por las buenas o por las malas, obligarla a entrar en el juego; o a que salga de él para siempre, aniquilándola…

Disculpen la larga cita, pero creo que ejemplifica la relación entre la mafia y los ciudadanos, quizá la forma de relación más pura que existe: el miedo.

La mafia como emoción

Italia es un país reciente. Los italianos tienen un inconcreto sentido de Estado. Cada uno de los Estados que la componían tuvieron una forma propia de gobernar. Es más:  el Sur de Italia, durante siglos, pertenecían a otro Estado: España… pero nunca se sintieron españoles. Sicilia, como Nápoles, fue creando, en primer lugar, un desapego natural a un Estado que nada tenía que ver con sus costumbres ancestrales y, a la vez, fue creando un sentimiento propio, muy concentrado, entre el desarraigo y el apego a la gran tradición humana: la familia.

Nada de esto aparece en la novela, y no hace falta: la manera de entender (o más bien de no entender) a un italiano del norte ya es indicativa de su aislamiento sentimental: el policía de Parma es educado, muy correcto en sus maneras, habla de una forma poco inteligible para los sicilianos (cuando son ellos los que hablan en un dialecto muy complejo) y, sobre todo, razona; es definitiva, es demasiado serio.

Son innumerables las veces que al capitán hay que traducirle o aclararle términos en dialecto; también hay que indicarle la importancia de los motes, muy utilizados en la isla, porque nos dan pistas sobre la personalidad de su portador. De alguna manera, el policía “que viene de la península” va sorprendiéndose a cada paso de las costumbres sicilianas, tan desconocidas por entonces en el resto de Italia, precisamente porque a las organizaciones sicilianas no les interesaba darse a conocer; levantar la liebre en términos familiares. Y para eso utilizan la poderosa emoción del miedo.

Tres personalidades de la mafia

Otro de los aciertos de Sciascia en este libro es haber mostrado al público la singular personalidad del mafioso italiano en Italia, o mejor dicho, los caracteres que la organización necesita para sobrevivir.

El asesino, o más bien al que mandan a asesinar, es una persona que no tiene nada que perder, un desgraciado. Generalmente son hombres que han pasado duros años en la cárcel y que están casi al margen de la organización; apenas saben de ella. A él le pagan y luego lo protegen de los crímenes que comete. Posee emociones muy elementales y, por ello, muy manipulable.

Siempre recibe el encargo de un mediador; más protegido por sus jefes, se trata de un ser ladino, que trata de manejar los sentimientos de los demás. Es ya hombre de confianza, aunque no tenga derecho a decisión alguna, y es casi imposible que delate porque eso supondría su muerte segura. Su carácter de persona intermediaria lo ampara: ni está en el lugar del crimen ni sabe nada de la organización que pueda comprometerla.

Y después está el capo, hombre curtido en mil batallas y que carece de la emoción más importante: el miedo. Se siente impune, y cuando habla lo demuestra constantemente. No es que desafíe a la autoridad del Estado; simplemente la ignora. Como no tiene relación alguna con el asesino, es muy difícil implicarlo en el crimen. El capo que imagina Sciascia en El día de la lechuza es como ese tío que vive en el campo, un poco garrulo, rudo, silencioso y desconfiado. Tiene la sabiduría de su mucha experiencia pero no la exhibe por si los demás aprenden algo de él, aunque duda que esto sea posible.

El capitán de los carabineros interrogará a los tres y posiblemente constituya el mejor momento de la novela. Con cada uno adoptará un rol diferente, más bronco o más suave según los casos, aunque siempre con una educación exquisita que desconcierta a los acusados. Solo el capo entiende este juego y su interrogatorio es una joya para comprender por qué la mafia sigue existiendo.

Sciascia y Montalbano

Para algunos lectores actuales hay un sorpresa en esta novela: el asombroso parecido con las novelas de Andrea Camilleri protagonizadas por el comisario Montalbano. Podríamos decir que Camilleri es el heredero directo de Leonardo Sciascia respecto a la denuncia de la mafia, tanto en el tratamiento literario (la novela policíaca) como en el tratamiento ético, puesto que los dos fueron autores comprometidos con la libertad y la democracia.

Camilleri contó con la ventaja de que, cuando comenzó a escribir la serie de Montalbano, el conocimiento de la mafia por parte del público ya estaba generalizado, de manera que, muy inteligentemente, cargó las tintes en la personalidad de su protagonista.

Sciascia no tuvo esa ventaja. Sin embargo, gracias a la novedad del tema en la literatura, pudo incluir un personaje que apenas aparece en las novelas de Montalbano: el político estratégicamente situado en Roma.

La mafia y la política

Como es evidente, la mafia tendría más dificultades para subsistir si la clase política se pusiera de acuerdo para exterminarla. Pero la clase política tiene sus redes en otras instituciones: jueces, abogados, policías. Mientras el capitán va avanzando en sus investigaciones y cerrando el círculo, se insertan breves capítulos en los que aparece un diputado por Sicilia, que a su vez va tejiendo los hilos para que el caso pase completamente desapercibido y se busque la coartada perfecta que deje impune el crimen.

En estos breves capítulos está todo el quiz de la cuestión: mientras en Sicilia se trabaja para aclarar un crimen flagrante, en Roma se prepara la trampa, no sin dificultades, naturalmente, y precisamente en esas dificultades, en esa trama subterránea que es la alta política se desvelan la red de favores, conveniencias y débitos que existen en esas elevadas esferas y que no tienen nada que ver con la defensa de los ciudadanos y aún menos con la ley, la verdad y la justicia.

En definitiva, El día de la lechuza no solo es una novela muy bien escrita, amena, atractiva y fácilmente asimilable para el público en general sino que es todo un manual de cómo el poder se mantiene en el poder, caiga quien caiga.

El día de la lechuza. Leonardo Sciascia. Tusquets.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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